viernes, marzo 30, 2007

"Por fas o por nefas"

De forma general todo el mundo entiende el significado del adjetivo “nefasto”. Aplicado a un “día” o, como dice el DRAE a “cualquier otra división de tiempo”, lo convierte en un período triste, de mal agüero, peor recuerdo o negativo balance. La división que los antiguos romanos hacían de los días del año (hasta minúsculos detalles adjetivales como este nos llegan desde entonces, desde ellos) nos legó este adjetivo y su contrario.

Calendario ordenado por signos zodiacales, Roma, Museo della civiltà romanaYa desde los principios de la República, los días en el calendario eran marcados en “fastos” (fastus) y “no fastos” (ne fastus). Sólo los días fastos eran apropiados para la actividad humana, sobre todo la relacionada con los procedimientos públicos (jurídico-políticos). Los días eran marcados fastos o nefastos por la tradición, la ley divina y los augures; obviamente, si un día en particular quería convertirse en “nefasto” para los romanos de ahí en adelante, no tenía más que propiciar una gran derrota militar o la muerte repentina de una gran figura pública. Además de esto, había días “mixtos” que podían ser de una u otra condición o de una, hasta que se realizara un determinado rito, que pasaría a ser de la otra (dies endotercisi y fissi). Las civilizaciones del Mediterráneo siempre fueron propensas a la marca en el calendario de días especiales, llámense de inactividad, descanso o fiesta… Recordemos, por ejemplo, el Sabbat judío o las Carneias, que impidieron a los espartanos acudir a la batalla de Maratón o bloquear efectivamente las Termópilas. El problema es que, los romanos, apoyados en sus esclavos, tenían muchísimos días de fiesta. Las fiestas no eran lo mismo que los días nefastos, sino que podían declararse por victorias militares o en honor a una divinidad. La inauguración del Coliseo de Roma, en el año 80, por ejemplo, duró 100 días, con la muerte de su inspirador, Vespasiano aún fresca en la mente del pueblo.

No cabe ninguna duda de que esas festividades y señalamientos de días, pasados por el tamiz cristiano, configuraron nuestras fiestas actuales y nuestra cultura de la fiesta. Y es que eso –en eso y en todo lo demás- somos: Roma y cruz. La evolución de la Historia y la llegada del Capitalismo se encargaron de reducir esos monstruosos (por largos) días de inactividad en el calendario, dejando los “puentes” españoles (“día o serie de días que entre dos festivos o sumándose a uno festivo se aprovechan para vacación”) en un fósil viviente, resto de una vida ancestral, nuestra y anterior menos ajetreada, además de una preciosa metáfora.

Al castellano, “fasto” pasó como componente del campo semántico de la fiesta, la celebración o la felicidad. Los fasti eran la conjunción y anales de los días del año en los que había ocurrido algo reseñable, normalmente celebrado como día “fasto”; de ahí, en el siglo XVIII recogemos por primera vez la voz “fastos”, hoy sinónimo de “fiestas”, “celebraciones”. Hasta hace poco –está en franco desuso- la expresión “por fas o por nefas” (con significado “de cualquier modo”) era una imitación vulgar del latino original “fas atque nefas” (“lo lícito y lo ilícito”). Además, uno de los dos vocablos “fausto” existentes hoy en el castellano del DRAE, fue por contaminación de “fasto”, tiene el significado de “gran ornato y pompa exterior, lujo extraordinario”; el otro proviene de “faustus” (simplemente “feliz, afortunado”, como vemos con relación etimológica en origen con “fastus”).

¡Fasto día, amigos!.

viernes, marzo 23, 2007

"Lúculo cena hoy con Lúculo"

“Lúculo cena hoy con Lúculo” pertenece a ese tipo de dichos con importante trasfondo y significado que se está perdiendo. El hecho de aludir a un personaje histórico, de la época de la República Romana, puede que suponga que, en castellano, no era una frase especialmente usada por el pueblo, sino más bien por las clases algo más cultivadas, pero no deja de hermanarse en su desuso actual in crescendo con “a cada cerdo le llega su San Martín” o “a la moza y a la parra alzallas la falda”

Lucio Licinio Lúculo (118-56 AC) fue un destacado militar romano (convertido a político y prohombre de Roma) cuyo mayor logro fue la victoria en la Tercera Guerra Mitridática (desde el 74 AC). De hecho, si no hubiese sido por la rebelión en las montañas de Armenia de sus propias tropas, hubiese perseguido a Mitrídates hasta el fin del mundo. Seis años después de empezar las hostilidades con Mitrídates del Ponto, Pompeyo lo relevó en el Busto de Lucio Cornelio Silamando y, disfrutando de la gloria bélica –que sus contemporáneos y las circunstancias le otorgarían 3 años después de tener lugar la guerra- se construyó un suntuoso complejo en las inmediaciones del monte Pincio, ya en Roma. Algunos historiadores compararían la opulencia de su villa con la posterior Domus Aurea de Nerón. Parte de las ocasiones que se le ofrecieron para el éxito se las debió a destacarse y darse a conocer siendo el único oficial que apoyó a Lucio Cornelio Sila –cuyo busto podemos ver en la foto de la izquierda- en su marcha sobre Roma (87 AC). Éste le devolvería sus servicios varias veces, en forma de nombramientos y favores.

El caso fue que, en su vejez, entre debates en el Senado van y vienen, intrigas aquí y allá, termas y juergas, los últimos diez años de la vida de Lúculo fueron dedicados al placer, la cultura y a gastar los botines conseguidos en Asia. Eran especialmente famosos los banquetes que daba a sus amigos. La anécdota que hoy nos interesa ocurrió en su palacio, una noche que, sin invitados, sus criados le sirvieron una cena “normal”, suponemos que como la del común de los romanos de su posición. Inquiriendo Lúculo el porqué de tanta “escasez” en su mesa, uno de sus sirvientes se explicó, aduciendo que como no tenía invitados, no habían considerado necesario preparar nada más. Es ahí cuando Lúculo protestaría, con su conocida frase:

“¿No sabías que hoy Lúculo tenía a cenar a Lúculo?”

El cuidado por uno mismo y la crítica contra la ruindad es lo que, a lo largo de los siglos, con ironía y desenfado, nos ha enseñado esta frase a sus descendientes latinos. Hoy en día no está de más aplicarse por norma el cuidar de lo nuestro al menos igual de bien que cuidamos lo que damos a los demás (siempre que nuestro altruismo, compromiso con los otros y buena educación estén fuera de toda duda). En España siempre se ha llevado mucho eso de diferenciar radicalmente las formas cuando estamos en presencia de compromisos y cuando estamos en intimidad (solos o con los más cercanos). Y claro, luego eso se nota cuando no queremos que se note… Pensando en Lúculo recordé esas partes de “El castellano viejo” de Larra:

Don Mariano José de Larra“Los días en que mi amigo no tiene convidados se contenta con una mesa baja, poco más que banqueta de zapatero, porque él y su mujer, como dice, ¿para qué quieren más? Desde la tal mesita, y como se sube el agua del pozo, hace subir la comida hasta la boca, adonde llega goteando después de una larga travesía; porque pensar que estas gentes han de tener una mesa regular, y estar cómodos todos los días del año, es pensar en lo escusado. Ya se concibe, pues, que la instalación de una gran mesa de convite era un acontecimiento en aquella casa; así que, se había creído capaz de contener catorce personas que éramos una mesa donde apenas podrían comer ocho cómodamente. Hubimos de sentarnos de medio lado como quien va a arrimar el hombro a la comida, y entablaron los codos de los convidados íntimas relaciones entre sí con la más fraternal inteligencia del mundo”
(…)
“¿Hay nada más ridículo que estas gentes que quieren pasar por finas en medio de la más crasa ignorancia de los usos sociales; que para obsequiarle le obligan a usted a comer y beber por fuerza, y no le dejan medio de hacer su gusto? ¿Por que habrá gentes que sólo quieren comer con alguna más limpieza los días de días?”
(…)
“¡Santo Dios, yo te doy gracias!, exclamo respirando, como el ciervo que acaba de escaparse de una docena de perros y que oye ya apenas sus ladridos; para de aquí en adelante no te pido riquezas, no te pido empleos, no honores; líbrame de los convites caseros y de días de días; líbrame de estas casas en que es un convite un acontecimiento, en que sólo se pone la mesa decente para los convidados…”

Si es usted un egoísta que piensa sólo en sí mismo y que es precisamente conocido por ello, ¡deje Fray Antonio de Guevarade leer y olvide lo de antes!. ¡Ególatra!,¡avaro!, el tema de este escrito sólo se defiende si uno se descuida, si uno no ha aprendido a –como se suele decir- “quererse”… Lúculo acabó su feliz última década por, según cuenta la leyenda, una “sobredosis” de un filtro amoroso que le dio un criado, por nombre Calístenes. En España fue conocido gracias a fray Antonio de Guevara (1480-1545) natural de Treceño, actual Cantabria, franciscano y uno de los escritores renacentistas de mayor éxito europeo –ya saben que su falta de fama sólo se debe a un mal: su cuna-. Fray Antonio incluyó en el capítulo XVII de su “Menosprecio de corte y alabanza de aldea” (1539 y ¡ojo! traducido en los años siguientes al inglés, francés, italiano y alemán) estas palabras sobre Lúculo:

“Era la casa de Lúculo muy freqüentada de todos los capitanes que iban a Asia y de todos los embaxadores que venían a Roma; y como una noche no tuviese huéspedes y su despensero se excusase averle dado corta pobre cena porque no avía quien con él cenase, respondióle con muy buena gracia: “Aunque no avía huéspedes que cenassen con Lúculo, avías de pensar que Lúculo avía de cenar con Lúculo”.”

Ilustración sobre PlutarcoQuiero acabar con una cita del máximo valedor de Lucio Licinio Lúculo, el romano que, a través del túnel de la Historia nos mira para que nos cuidemos de la ruindad y la falta de mimo propio: Plutarco de Beocia y sus “Vidas paralelas”. Allí, la fuente original de la biografía primitiva de nuestro protagonista, al margen de explicar la vida completa de Lúculo –comparándola con la de Cimón de Atenas-, Plutarco justo al terminar de contar la anécdota-tema de nuestro escrito, (atención a los amigos que se gastaba Lucio Licinio) añade esto…

“Hablábase mucho de esto en Roma, como era regular, y viéndole un día desocupado en la plaza se le llegaron Cicerón y Pompeyo; aquel era uno de sus mayores y más íntimos amigos, y aunque con Pompeyo había tenido alguna desazón con motivo del mando del ejército, solían, sin embargo, hablarse y tratarse con afabilidad. Saludándole, pues, Cicerón, le preguntó si podrían tener un rato de conversación; y contestándole que sí, con instancia para ello, “Pues nosotros- le dijo- queremos cenar hoy en tu compañía, nada más que con lo que tengas dispuesto”. Procuró Lúculo excusarse, rogándoles que fuese en otro día; pero le dijeron que no venían en ello, ni le permitirían hablar a ninguno de sus criados, para que no diera la orden de que se hiciera mayor prevención, y sólo, a su ruego, condescendieron con que dijese en su presencia a uno de aquellos: “Hoy se ha de cenar en Apolo”, que era el nombre de uno de los más ricos salones de la casa, en lo que no echaron de ver que los chasqueaba, porque, según parece, cada cenador tenía arreglado su particular gasto en manjares, en música y en todas las demás prevenciones, y así, con sólo oír los criados dónde quería cenar, sabían ya qué era lo que habían de prevenir y con qué orden y aparato se había de disponer la cena, y en Apolo la tasa del gasto eran cincuenta mil dracmas. Concluida la cena, se quedó pasmado Pompeyo de que en tan breve tiempo se hubiera podido disponer un banquete tan costoso…”Inscripción honorífica a Lucio Licinio Lúculo, describiendo su triunfo contra Mitrídates

viernes, marzo 16, 2007

Fulano, mengano, zutano y perengano

A veces resulta tan útil poder nombrar a alguien indeterminado como designar con nombres y apellidos a una persona. ¿Se han parado a pensar cómo podríamos referirnos a un sujeto genérico, a “un cualquiera”, si no fuese por nuestros queridos fulanos, menganos, zutanos y perenganos?. Al menos desde la experiencia del que suscribe, parece que su uso es más frecuente cuando hablamos de los dos primeros, y más excepcional, con los dos últimos. La RAE admite que, en una serie, “Fulano” siempre irá primero. Muchos países e idiomas del mundo tienen sus “fulanos” particulares y aquí en España tenemos que tener cuidado con su uso para no ofender pero es que, además, ¡tenemos aún más nombres para designar a personas genéricas!. Todo ello aquí, hoy…

“Fulano de tal con domicilio en calle del Pez número tal…” es un ejemplo prototípico de uso de nuestro “fulano”. Un “fulano” es alguien, cualquiera, cuya identidad no tiene importancia. Esa falta de trascendencia del sujeto aludido, derivó en un uso peyorativo de la palabra, que convive con el normal. Fue expresión traída por los árabes (fulán), extraída del egipcio, según la RAE. “Mengano”, de uso equivalente pero menor, proviene igualmente del árabe (man kán –“quien sea”-). “Perengano” es la fusión de “Pérez” y “Mengano”, por suponer ese apellido un recurso habitual y compañero corriente de nuestros protagonistas (¡hay tantos Pérez!). “Zutano” viene de la expresión “citano” (del latín scitanus, “sabido”) y con ella, por cierto, cierra don Sebastián de Covarrubias su “Tesoro de la lengua castellana”, remitiendo para su explicación a “fulano” (se conoce que tenía ganas de acabar la obra, porque poco tienen que ver en su etimología). Como quisiese, allí, Covarrubias tras hablar de la filiación de la palabra, amplía…

“Fulanillo y zutanillo por menosprecio, no dignándonos de señalarlos por sus nombres, y así vale tanto como gente ruin, de la cual se hace poco caso”.

El genial maestro nos ha introducido en el apasionante campo del uso peyorativo de los nombres en cuestión. En el discurso, el tono, las “lindezas” calificativas y el contexto nos darán la clave de cuándo “fulano” está siendo usado de manera ofensiva o menospreciativa. No es lo mismo decir…

“Un fulano me dio el periódico gratuito en la calle”

…que…

“¿Qué haces tú con este fulano?”

La primera es el resultado lógico del desconocimiento de la persona anónima
–para nosotros- que reparte prensa gratuita por la calle; la segunda es el preludio de una pelea por el ninguneo, la despersonalización, a un presente. Es el mismo caso que el uso de “fulano” en femenino… o, si cabe, éste último es más delicado. Y lo es porque si decimos que nos hemos encontrado con una “fulana” por la calle, se entenderá automáticamente que hemos visto una prostituta. El mismo hecho de la despersonalización y la poca importancia personal de ese tipo de “profesionales”, trajo la generalización de “fulana” como sinónimo de meretriz, lo que también convirtió “una cualquiera” en una expresión casi inconfundible. En el caso de aquel poco ducho en español –y por aquello de que no hay mejor forma de meter la pata que no querer hacerlo- recomiendo sustitutos. Y eso que no vale cualquiera, porque ya hemos dicho que la Real Academia Española establece que, según el uso –y el hablante poco ducho querrá hablar pareciéndose a los duchos-, “mengano”, “zutano” y “perengano” están subordinados. Es decir, pueden usarse, pero siempre en una serie, precedidos de “fulano” –el único que se usa sólo, por eso es el más utilizado-. Así las cosas recomiendo una huída hacia delante con el uso de un fósil latino como “quídam” (de quidam, “uno”, “alguno”), perfecto sinónimo. Otra opción es el uso del versátil “cualquiera” –de significado unívoco si no nos referimos a mujeres de dudosa reputación, de nuevo- o el inequívocamente despreciativo “don nadie”. Tampoco nos complicaremos si usamos una combinación nombre-apellido común en español: Pedro Pérez, Juan González…

Lo decíamos al principio: es tan importante poder llamar a Pedro Pérez (en el caso de que existiese realmente) que denominar a un buen “Fulano” (porque si no estuviese hablando de este tema hoy, bien podría haberlo usado en este párrafo en lugar de Pedro, para evitar confusiones sobre si me refiero a alguien supuestamente real o no). Si no fuese igual de importante, otras muchas culturas, países y lenguas no tendrían sus equivalentes.

Por las películas americanas sabemos que “John Doe” denomina a cualquiera del que no se conozca su nombre. Tiene origen de uso legal, y su equivalente femenino es su señora, Jane Doe.

Los árabes siguen usando “fulán”.

Los de Austria mencionan a “Herr/Frau Österreicher” (“señor/señora Austríacos”) y los suizos a “Herr/Frau Schweizer” (“señor/señora suizos”).

Los colombianos, guatemaltecos o venezolanos añaden a los ya citados para la lengua castellana al “perencejo”, sustituyendo a “perengano”.

Los franceses forman una especie de “fulano-mengano-zutano” con “Pierre-Paul-Jacques”, por lo corriente de los tres nombres. En ocasiones puede ser usado para denominar a un solo cualquiera, en lugar de a tres.

Los japoneses dicen “Nanashi-no-Gombei”, algo así como “Sin nombre, Tal y tal”.

Los tres países bálticos –al igual que Polonia, Dinamarca y Paraguay y algún país más- usan las iniciales “N.N.” Provienen de la expresión latina nomen nescio (literalmente “desconozco el nombre”).

Los checos hablan de “Jan Novák” y “Karel Vomáčka” y los alemanes de “Hans/Otto/Max”, “Erika Mustermann”…

Rusia usa el sonoro “Ivanov Ivan Ivanovich” y en las Filipinas no pueden huir de su pasado y designan a los desconocidos cualesquiera con los corrientes “Juan de la Cruz” y “Juanita de la Cruz”.

…Hay cada fulano por ahí fuera…

viernes, marzo 09, 2007

"¡Me gusta a mí!"

Nos están invadiendo. No se preocupe, no hablo de extraterrestres. Hablo de la cultura que fue inferior en tiempo anterior, pero que ha sabido, hoy en día, imponerse en gustos y usos. Mérito y esfuerzo han puesto para ello encima de la mesa... y ambos llegaron por el orgullo. El mismo orgullo que la civilización y culturas latinas hemos perdido. Nuestro lenguaje sigue siendo superior al descendiente de los bárbaros, pero la cultura anglosajona se ha cernido sobre nuestros dominios, hace tiempo, fagocitando y asimilando lo conquistado permisivamente –eso sí-, como hicimos los romanos, tiempo ha. Hoy en día, en España, en cualquier restaurante McDonald´s, se puede encontrar uno con este panorama en su mesa:
Acerquémonos un poco más…
Y algo más…
Está claro. A escala global, los expertos en “marketing” (o “mercadotecnia”, es que… ¿sabe usted?, lo inventaron ellos) de la marca McDonald´s no han creído necesario traducir al castellano el eslogan que usan en todo el mundo. Está en inglés (usado en los países del dominio lingüístico propio y en los que no tienen traducción), en francés, alemán, e idiomas con alfabeto propio (como griego, ruso, chino o árabe)… pero en España e Hispanoamérica… no está en español.

Lo de hoy no va a ser una reivindicación gratuita y fácil más de que “lo que está en España que hable o se escriba en español”; pretendo que sea algo más profundo. Creo firmemente que la mezcla humana debe venir, pero ser tratada con cuidado para que de la mixtura no salga la aberración. Mi pregunta tras ver eso es: ¿por qué los responsables correspondientes han decidido que el público hispanohablante (e italoparlante) no necesitaba los costes de poner el eslogan en su idioma y sí los que hablen francés o alemán –sin duda menores en número-?. Pensándolo bien, a lo mejor mi pregunta va para usted, moderno latino…

El debate mojigato español está abierto… ¿qué pasa? ¿que suena fea la traducción literal del eslogan inglés cantado con la cancioncita del anuncio de televisión (“I´m loving it”-“Me está encantando”)?, pues tradúzcalo por “Me gusta a mí” o “Me gusta mucho” y listo… ¿no lo han traducido para Francia a algo así como “Es todo lo que me encanta”?¿no es más ridículo eso?. Volvemos al problema que hace del inglés –y no otro- el idioma universal: la cultura y el idioma sin complejos, tan faltos de ellos como todos los que tiene hoy en día encima nuestra cultura (que supone, igualmente, un genial caldo de cultivo para aberraciones como el espanglis). Eso no le pasa al francés o al alemán. Mejor dicho: no lo admiten. Por eso, esos expertos de McDonald´s (sean de aquí, de México o anglosajones) no ven relación ventajosa entre el beneficio de traducir el eslogan y sus costes, pero la ven imperiosa en el caso de Francia, aunque el número de hablantes de su idioma no pueda ni compararse al del nativo de España. ¿La culpa?¿de McDonald´s? No, señor… suya y mía.

Y es que nunca en la Historia se ha visto más claro que no son las culturas superiores (y su idioma) las que se imponen, si no las inferiores las que se dejan conquistar. Así las cosas, hace unos años, por tradición, horas de sol, costumbre de cachondeo y ¡vaya usted a saber por qué! en España era siempre normal encontrar un restaurante abierto a las diez y media de la noche. Cualquiera que haya visitado Centroeuropa, las islas británicas o los Estados Unidos sabe que, en pleno invierno, esas horas son más que excepcionales para la hostelería de allí. Pues bien, incomprensiblemente para mí, un miércoles, en España, en Marzo, a las diez y media de la noche, comienzan a cerrar los restaurantes de un centro comercial.

¿Adivinan la paradoja? ¿Saben quién se llevó el dinero de mi cena, pues me vi obligado a cenar allí? Sí, los de horario “en origen” anglosajón… Sí, allí saqué las fotos de este artículo. Sí, tuve que ir a McDonald´s para poder cenar.

viernes, marzo 02, 2007

"El Word"

La versión utilizada del programa de Microsoft protagonista de este artículo para sus ejemplos ha sido la 2003 (11.5604.5606). La 2003, según los usuarios, a falta de la consolidación de la 2007 y/o la llegada de la siguiente, es la más usada y la mejor “redondeada” de todas. En el presente texto, todas las palabras subrayadas en rojo por la opción preinstalada de la mencionada versión, han sido destacadas en reivindicativa negrita.

Así lo llamamos, a secas: “el Word”. El procesador de textos propiedad de la multinacional estadounidense Microsoft es omnipresente en los ordenadores (PC y Mac) de hoy en día, y por lo tanto en las vidas diarias de millones de personas. El problema surge cuando “el Word” (que tiene una larga tradición de mejoras y versión tras versión a sus espaldas de más de veinte años) nos dice que está mal… lo que no está mal. A vueltas con “el dichoso Word” (también así conocido) y su limitadísimo diccionario interno, vamos a ver un poco más de cerca el, de lejos, fallo más denunciado de este programa informático.
Al rollo: cuando la opción que el programa trae activada de fábrica entra en funcionamiento, lo que hace es, automáticamente, subrayar en rojo las palabras que no cree correctas, cuando no, unos y ceros plenos de seguridad en sí mismos, te cambian el vocablo directamente sin más. Eso está muy bien cuando se nos desliza, escribiendo, una “pieda” (en lugar de una “piedra”) o unas “pleyades” (en vez de unas buenas “pléyades” de algo) pero no cuando quiero escribir el nombre de su principal competidor (Apple), el de marcas ajenas (WordPerfect) o el de otro competidor (Corel). En cualquier caso, puede que eso sólo sean anécdotas. Al fin y al cabo no hablamos de castellano… pero a continuación sí…

¿Por qué no puedo escribir Magreb en el principal procesador de textos del mundo sin que me lo “proscriba”? No, no… no se vaya a pensar que es una cuestión racista, el nombre de nuestro territorio, en histórico y castellano latino, nuestra Hispania, también está maldito… Si le hiciese caso al gigante de la informática, no podría escribir una carta a mi primina (ya que me lo corrige automáticamente por “primita”, un diminutivo igual de válido que el anterior, pero no el que yo quiero usar). En la misiva no podría prometerla que la llevaré al zoo. No podría ir a Nueva York con nadie (me lo corrige sin permiso por “Nueva Cork” -¿alguien sabe donde carajo está eso?-), ni quejarme, pues algo tan castizo como un buen “¡mecachis!”, en el DRAE, es también “censurado”. Desde luego serrín en la cabeza no tienen estos señores programadores –o adaptadores al castellano-, porque no deben saber ni lo que es… Como no saben lo que es atender a un medio tan importante como la lengua en un procesador de textos, si acaso por su ética profesional, o responsabilidad deontológica. Inexplicablemente, sí que conocen su compromiso “deontológico” como profesionales…

Puede que la confrontación deontológica/deontológico en el Word tenga tintes de “discriminación de género” (¡qué horror de expresión!, ustedes disculpen). Porque, y perdonen de nuevo, el Word y sus responsables admiten que alguien pueda estar –o ser- “cachondo”, pero no cachonda. Es un elemento éste “diferenciador” con alguno de sus competidores –que no, según el programa mismo, característica “diferenciadora”-. El problema del género de las palabras (que no del sexo de las personas) se extiende también a su número: el Word no sabe que el plural correcto de “argot” es “argots” y no “argotes”, como admite… El Word no sabe que “terminal” es un adjetivo y un sustantivo con siglos en castellano. El Word tampoco sabe que el coxis duele mucho cuando te le lesionas (no sabe ni que existe…). Por no saber, ni que “imprimido” es un participio válido español, sabe el Word…

Y eso que vaya mi advertencia: el Microsoft Word, como tanto y tanto que haya hecho la empresa americana desde su fundación, ha acercado la parte de la informática que toca (la creación y procesamiento de textos) al usuario medio. Al igual que el sistema operativo de Microsoft, se le pueden poner mil pegas, pero el noventa por ciento estarán relacionadas con los problemas derivados de su amplia distribución global: todo el mundo los tiene y por eso se les hallan más problemas y más se les ataca –en sus “agujeros” de seguridad-. Dicho esto no podemos obviar lo evidente, esta vez. Tras más de veinte años de evolución y mejora (y tras desbancar a varios competidores serios, como el WordPerfect de Corel –antes mencionados-), Microsoft, al menos en castellano, no ha conseguido que su producto tenga un diccionario interno medianamente aceptable.

Dicho lo cual, ¿para qué nos queda su función de corrección ortográfica automática?. Desde luego nunca para fiarnos y menos para aprender. Para eso, la escuela y la buena lectura. Lo bueno: sirve mucho para cuidar de “piedas” y “pleyades” no intencionadas, trastabillones de dedos humanos que pueden desmerecer un bonito texto.