viernes, octubre 19, 2007

Defensa de los signos de apertura

Los necesitamos. Los necesitamos para asombrarnos, enfadarnos y preguntar. Para romper la linealidad objetiva y llana del discurso, los necesitamos. Son los signos de interrogación y exclamación. Los de cierre (“?” y “!”) están en uso y gozan (a pesar de los llamados emoticonos o “smileys” de Internet) de buena salud. No podemos decir lo mismo de los de apertura. Por influencia principalmente del inglés, están en desuso, en retirada. Puede haber quien, leyendo esto, lo considere lógico, que crea que hablamos de símbolos arcaicos que ya carecen de sentido. Vamos a intentar demostrar que, quien así piensa, se equivoca.

Dejando de lado la opinión, legítima, romántica y acertada, de que deberíamos conservarlos por un puro sentido estético y tradicional, lo cierto es que las razones objetivas, ligadas a características propias del castellano, abundan y gritan, tratan de llamar nuestra atención, para que no dejemos que caigan en el olvido los signos de apertura, de exclamación e interrogación. Pero quizá convenga aquí un pequeño paréntesis histórico-ortográfico… ¿de dónde vienen los símbolos de interrogación y exclamación?

Los escritos antiguos marcaban las preguntas (en diálogos, ficciones, ensayos y líricas) con una abreviatura de la palabra latina “quaestio, -onis” (de allí nuestra “cuestión”). Tal apócope era “qo.”. Paulatinamente la “q” se fue abriendo y, como vimos en el caso de nuestra eñe bonita, un signo se fue montando sobre el otro; en efecto la “o” se desplazó bajo esa “q” que se abría y se convirtió en un punto… ya teníamos el resultado (?)…

Para el caso del símbolo de admiración, hemos de explicar la existencia de la interjección, también latina (¡cómo no!), “io”. La misma servía como partícula de sorpresa, atención y júbilo. La “o” volvió a desplazarse bajo la “I” y, convirtiéndose en un punto, nos dio el universal símbolo de exclamación. En 1741, la primera ortografía oficial de la RAE no consideró las particularidades de nuestro idioma (que veremos enseguida) para regularizar el uso de esos símbolos, invertidos, para abrir preguntas y exclamaciones. Lo haría en 1754. Desde entonces, en castellano, cuestiones, sorpresas y enfados se abren con esos signos (“¿” y “¡”).
Páginas de la Ortographia de la RAE de 1741 referentes a los interrogantes y las admiraciones¿De verdad cree los símbolos de apertura un estorbo para la inmediatez de la vida moderna y su informatización? Si el inglés no los necesita ¿por qué así el español? Para empezar, el inglés, como muchos otros idiomas, en la mayoría de los casos, tiene una forma inequívoca de marcar el inicio de las preguntas gramaticalmente, sin signos ortográficos. Bien sea gracias a auxiliares, anticipación de la situación de los verbos, partículas interrogativas a principio de frase, etcétera, no precisa del símbolo de apertura para marcar al hablante que lo que empieza es una pregunta. Sin trampas, sin adelantarse, lea en voz alta la siguiente frase:

No es, por tanto, crucial avisar a nuestros niños, en las escuelas, del peligro que corren si no obedecen y llegan a casa sin demora, tras los estudios del día, según ha defendido en rueda de prensa esta mañana el Ministro de Administraciones Públicas, Educación y Tonterías?

Descoloca el símbolo final ¿verdad? Es un buen truco acentuar los “que”, “quien”, “donde”, “como” o “por que”, pero ¿y si no existen? En las frases largas el ojo no alcanza a ver el símbolo de cierre y nuestra agudeza visual no nos sirve… ¿no es más fácil poner un símbolo de interrogación de apertura? El problema con los signos de exclamación se agudiza, pero también en inglés, porque allí, la estructura de las oraciones exclamativas puede ser, como en castellano, calcada a las enunciativas, idéntica a las que no tienen ningún tipo de signo:

Ve a casa antes de que avise a tu madre de que no están haciendo lo que debes!

No me cabe duda que la liviandad de los discursos de hoy en día (una idea expresada en más de un minuto es un coñazo, un rollo…) fomentan la perniciosa práctica de prescindir de tan preciosos signos. De forma general, en inglés se entiende que la interrogación y la exclamación empiezan tras la última pausa ortográfica… ¿quiere esto decir que no podemos introducir una coma en una interrogación o en una exclamación? Seguramente no, pero entonces deberemos atender al contexto, ralentizar la lectura, complicar la comprensión y ahí está la oveja… (la madre del cordero). A pesar de que lo tiene más fácil que el español, la ausencia de signos de exclamación e interrogación de apertura del inglés (y del francés, el alemán, el italiano…) no es sino una desventaja (o ventaja del castellano) que, no obstante, créanlo, estamos copiando…

viernes, octubre 12, 2007

Pleonasmo repetido

Hace unas fechas exploramos los terrenos de la redundancia, más bien aplicada a los medios de comunicación. Siempre dije que el que tiene boca se equivoca y el que tiene micrófono se equivoca mucho más; dejaré, entonces, el tema de los medios ahí, de momento… Pasemos a la literatura. Por aquel entonces tocamos y explicamos las figuras estilísticas de la repetición (duplicación consciente de términos iguales o marcadamente similares con un objetivo estético) y el pleonasmo (inclusión de términos equivalentes y por tanto innecesarios en la misma expresión que, por ser a posta, añaden valor expresivo al discurso).

El aspecto crítico del pleonasmo me divierte. Me entretiene pensar cuándo nos hallamos ante una redundancia o cuándo ésta es un elegante y elevado pleonasmo. Si usted no goza de “privilegios de escritor” y habla de que un camino se “bifurca en dos direcciones” le señalaran con el dedo como un redundante pues ¿en cuántas más direcciones se puede BIfurcar un camino? Pasará igual si se chulea de que habla “tres idiomas diferentes” (pues tres idiomas son siempre diferentes) o si “insiste reiteradamente” en que le dejen de señalar con el dedo (la reiteración es la razón de ser de la insistencia). Los casos son los mismos que si alguien le habla de una “peluca postiza” o si le recriminan que dé un “portazo a una puerta”, porque, recuerde, las “previsiones con antelación” son obvias y redundantes como los “proyectos de futuro” o las “utopías inalcanzables” o “irrealizables”.

El caso es que si usted escribe o está intelectualmente considerado, podrá hacer uso de estas expresiones, porque siempre habrá alguien que quiera ir más allá de la literalidad y encontrar un sentido a ese uso redundante. El DRAE pone como ejemplo de esa redundancia permitida, de ese pleonasmo, el “ver con los propios ojos”. Todos vemos con nuestros propios ojos, no con los de los demás, por eso, en principio, la expresión es redundante; pero hete aquí que le añade expresividad, valor testifical, viveza y firmeza a aquello que “veamos con nuestros propios ojos” frente aquello que “simplemente” “vemos”.


Los ojos nos dieron un glorioso y recordado pleonasmo, en el primer verso del Cantar del Mío Cid:

“De los sus ojos tan fuertemente llorando,
tornába la cabeza y estábalos catando.”

Manuscrito del Cantar del Mío Cid, conservado en la Bilblioteca Nacional (Madrid)¡Claro, no iba a llorar de las orejas! La teoría académica también dice que “lentas horas” o “largos minutos” son expresiones redundantes o, cuando menos, incorrectas, pues horas y minutos no son rápidos o cortos… son, sin más, pero que se pueden usar pues sabemos del distinto carácter del tiempo dependiendo de nuestro estado de ánimo, lo que estemos haciendo, etcétera. Física, lengua y poesía se dan la mano aquí; el experto en física, no el de lengua, es el que sabe que el tiempo es relativo, que es una magnitud muy deficientemente medida por el Hombre con relojes y cronómetros. Así las cosas, lejos del invento humano que pretende uniformizar segundos, minutos y horas ¡claro que los minutos son lentos –y mucho- mientras llega ella y las horas se convierten en segundos cuando ella está ya conmigo!

viernes, octubre 05, 2007

¡Vete a…, vete a…!

rYa hemos hablado, en este mismo rincón de la lengua, en alguna ocasión, de la riqueza del español a la hora de calificar “sin mesura” al prójimo. Se puede hacer de manera más suave o más fuerte. Incluso, sin calificar, el abanico de opciones que se nos ofrece cuando optamos por hablar mal, haciéndolo en español, es inmenso. Hoy, análogamente, vamos a analizar las expresiones y vocablos que nos sirven para dejar claro al de enfrente que no queremos saber nada de él, que pasamos de su molesta presencia, que queremos que se vaya a paseo, vamos.

Vete a la porra” es una forma válida como cualquier otra, pero… ¿de dónde viene esa expresión (o modismo, mejor dicho)? El general Luis Bermúdez de Castro, historiador militar, dice así en su “Mosaico militar” (1951):

"En mis tiempos mozos no había tambores militares; con envidia sabíamos de ellos por las estampas viejas y las añoranzas de nuestros Jefes que los echaban muchísimo de menos" (…) "También el Tambor Mayor es invención española. Esto no nos lo niegan los extranjeros, aunque tampoco confiesan que es nuestra. Casi todos los Ejércitos lo conservan como tradición, menos nosotros, que lo suprimimos al mismo tiempo que los tambores y no lo hemos repuesto al reponer éstos. El Gran Duque de Alba, creador de los tercios, que todavía no tiene en España una sola estatua, instituyó el tambor Mayor de Tercio y el Tambor Mayor general, Jefe de todos los Tambores Mayores". (…) "Su contoneo al frente de la Banda impresionaba tanto como la maciza porra de plata que servía de puño a su largo bastón de enormes borlas de oro. ¡Había que ver a aquella insignia subir por los aires, ser recogida al vuelo y girar en vertiginosos molinetes sobre la cabeza, pese al refrán castrense que reza: no hagas juegos malabares con las prendas militares!"

Siguiendo con esto, las Ordenanzas militares de Carlos III establecían que esa porra del Tambor Mayor había de colocarse “en el centro del Campamento y alrededor de la misma tendrán lugar los arrestos correspondientes a las faltas dictaminadas por el Consejo de Disciplina”. Así pues, a los soldados arrestados se les mandaba “a la porra”, expresión que pasó al uso civil como desprecio a quien no nos merece mayor miramiento o cuidado. No hemos encontrado la citada expresión (“vete a la porra”) antes del siglo XIX

Del siguiente caso, no obstante (y siguiendo orden cronológico) no hemos encontrado ningún rastro hasta nuestro recién pasado siglo XX. “Vete a hacer puñetas” es otra forma de mandar a freír espárragos a aquel que nos toque las narices. Según el María Moliner, la puñeta es ese “adorno de encaje o bordado dispuesto en la bocamanga de la toga de los magistrados”. Su hilado y confección, por ser pieza complicada e intrincada, es extremadamente compleja, de ahí que nos parezca a todos bien mandar a una tarea tan minuciosa (y que le tendrá entretenido tanto tiempo) al que nos perturbe. Pero la puñeta tiene más usos, no se crea, que nos acerca, de nuevo, el María Moliner:

"
-Hacer la puñeta a alguien (vulg.). ­Fastidiarle.
-Irse a hacer puñetas. 1 (vulg.) Malograrse o estropearse algo.
-¡Qué puñeta[s]! ­Exclamación de enfado, que se usa acompañada de la expresión de la causa que la motiva.
"


El María Moliner olvida la acepción "escondida" tras la expresión "hacerse una puñeta" (masturbarse). De nuestra cosecha (y más de corrido para ir terminando) proponemos otras maneras en español de deshacernos de alguien (o, al menos, intentarlo):

-Ponerlo de patitas en la calle,
-Mandarlo con la música a otra parte,
-Darle puerta, o darle con la puerta en las narices,
-Mandarlo al cuerno
-Mandarlo al carajo
-Mandarlo a hacer gárgaras
-Mandarlo a freír espárragos / a freír monas
-Mandarlo a tomar por el culo / mandarlo a tomar por el saco
-¡Que le den morcilla!
-Enviarlo con viento fresco


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