viernes, octubre 27, 2006

Homonimia en e (o "La homonimia transportada")

Es duro ser nuevo en algo. Pero muy probablemente, sea más duro ser nuevo en algún sitio o circunstancia y con gente. Ser nuevo en algo muy bien se puede ser de manera solitaria, pero el peso de las miradas de tus nuevos compañeros sobre las consecuencias de tu inexperiencia… en fin. Voy a ayudar al que lo necesite: aquí se puede encontrar una descripción general sobre la polisemia y la homonimia, y aquí el índice del repaso que estamos haciendo a las homonimias del diccionario. Además, hay que saber que en este artículo se diferencian las definiciones y referencias a las distintas palabras que componen una homonimia con números entre paréntesis. Pero ahora pasémoslo bien todos juntos…

El argot es ese conjunto de términos que manejan los integrantes de oficios o campos diversos y que les es común. Hoy vamos a ver la homonimia desde el punto de la vista de la letra e: a caballo y surcando los mares, campos (la hípica y la navegación) cuyos profesionales gozan de amplios y cerrados argots, con tanto que ver con el transporte.

No se me hace especialmente difícil pensar, por ejemplo, cómo en alguna ocasión ha podido surgir la siguiente confusión: bien pudiera ser a principios del siglo XX –pero también hoy- un joven, y hasta hace poco desconocido pretendiente, le dice a su pretendida al despedirse que va “a preparar la estafa”. La muchacha se escandaliza, piensa que ha estado a punto de emparentar con un timador y de mala forma le echa de su casa para siempre. No sé si alguna vez antes de morir supo la joven que “estafa” es además de un timo(1), el “estribo del jinete”(2), directo del italiano staffa. ¡Cuántas desgraciadas confusiones de éstas habrá tenido la Historia!.

Ya hemos visto alguna vez cómo la homonimia puede venir también traspasando la barrera de las clases de palabras: cuando, por ejemplo, un adjetivo y un nombre se escriben igual. “El caso equino” o “el caso Equino”; ¡como para que se descuide hoy en día el uso de minúsculas y mayúsculas!. El hecho es tan sencillo como que en el primer “caso” enunciamos algún tipo de circunstancia relacionada con los caballos(1); en el segundo un original juez ha puesto nombre de erizo de mar(2) –o de moldura de capitel dórico(2), ¡vaya usted a saber!- a su investigación. En efecto, algo “equino” es algo relacionado con los caballos(1), mientras que “un equino” puede ser tanto un caballo propiamente dicho(1), como un erizo de mar(2) o una moldura(2); en el caso caballar el origen es latino (equinus), mientras que en el pinchante es griego, vía latín (ecchinus). Dos palabras distintas, con orígenes distintos, cuyo único pecado ha sido el de derivar hasta escribirse igual en español.

El caso de engalgar es también curioso: como parece querer gritar la palabra, es animar, instigar al galgo a correr tras la liebre o el conejo mostrándoselos, para que lo siga(1). Pero es que también puede ser poner el freno a las ruedas de un carruaje(2), así como “apretar la galga –de ahí la palabra- contra el cubo de la rueda para impedir que gire”(2). Pocas parejas de palabras conozco que se escriban igual –homonimias- y tengan significados tan imposibles de relacionar como éstas. La clave nos la dan sus orígenes: galgo (por el perro) y galga (por la parte del carruaje). Y eso que aún hay más: “engalgar” también es aplicar el cable de un anclote a un ancla para ofrecer más resistencia a la corriente en el caso de una nave(2). Así que ¡nos vamos al agua!.

Si un botánico y un escultor embarcan rumbo a Sudáfrica y, durante el trayecto en alta mar, alguien de la tripulación les llama la atención en cubierta sobre la belleza de la estela, tras mirar rápida y asombradamente a su alrededor, ambos darán al marino por loco y se irán a descansar para, quién sabe si volver a verse alguna vez. Espero que de existir esa vez, los tres supieran que, cada uno, pensó en cosas distintas. El escultor se fue a la “estela”, o “monumento conmemorativo que se erige sobre el suelo en forma de lápida, pedestal o cipo”(1) (del griego, vía latina por stela). El botánico pensó que le querían hacer creer que encontraría una “estela” (del latín stella, “estrella”) o “pie de león”, planta herbácea, de la familia de las Rosáceas(2), en mitad del océano. El pobre marino sólo quería señalarles la “estela”, el surco que el barco iba dejando tras de sí(3) (del plural neutro de aestuarium, es decir, aestuaria en latín “agitación del agua”). Está claro que de nuevo el ligero parecido fonético o gráfico arrastró a dos de las palabras primigenias hacia la dominante, como ya hemos visto en muchas ocasiones anteriores. ¿Stela se escribe parecido a stella? pues el pueblo las asimila y ¡que evolucionen igual!. ¿Al oído hispano las derivaciones de aestuaria se le parecían a las de stella-estrella? pues a convertirlas en palabras distintas que se escriban igual… lo peor de esto –que tampoco es para tirarse de los pelos- es marino, botánico y escultor: la incomunicación.

Siguiendo en la mar, pero de nuevo en la costa, un joven grumete no se puede negar a la tarea que le ordena el capitán por peligrosa y por su falta de preparación, si le manda a espiar. El joven se ha visto convertido en James Bond(1) y no le ha gustado la idea, pero el paciente oficial sólo quería que el inepto marinerito tirase junto con sus compañeros del cabo atado al ancla o a algún objeto fijo, para acercase a él(2). El primero goza de ancestral origen gótico y el segundo del marino experto portugués.

Hay quien puede argumentar que los ejemplos inventados de problemas de comunicación derivados de la homonimia relatados en este artículo son de corte menor, poco usuales en un contexto comunicativo completo y, en general, poco frecuentes. Siento desde lo más profundo de mi corazón estar en completo acuerdo con quien piense así. ¡Claro que no es una cuestión como esta fuente importante de falta de comunicación!. Mucho antes, añaden “sal” al estudio del español y sus orígenes, lo han enriquecido y ahora lo analizamos y estudiamos, interesados. Los verdaderos peligros para el español son otros, y son otros también los problemas que le acucian y que deberíamos aprestarnos todos como sus hablantes y custodios a prevenir y arreglar.

Y eso que nos hemos dejado muchas “homonimias en e”, como echar, ecuo, ejemplar, ele, embalar, embalsar, embarrar, embastar, embazar, embocar, embotar, embrocar, eme, empaque, empastar, empaste, empecinado, empeine, empella, enante, encantar, encañado, encañadura, encintar, encuadrar, engolado, enlabiar, enristrar, entallar, enzarzar, era, escapular, escatológico, escobajo, escollar, escurrir, espadón, espárrago, especular, espía, esquila, estomático, estrellar, ético… y alguna más.

¡Qué bonito es nuestro idioma!.

martes, octubre 24, 2006

Si antes lo decimos...

A veces el futuro nos depara irónicas y curiosas situaciones... En el anterior artículo de este rincón de la lengua castellana, "De los insultos menores", decíamos:

"Se sorprenderían si conociesen los datos de entradas a esta web que acceden buscando en Google cosas como “significado de mojigata” o “mojigata definición”. ¿Alguna pobre chica que niega lo que le apetece negar y recibe ese saludo de un poco caballeroso raquero y entra después en Internet para saber lo que le han llamado? (...) Por cierto, chica-Google: el de las intenciones aviesas de verdad es el raquero, tú tranquila. Pero ahora busca “aviesa significado”, anda."

Y fíjese, hoy me encuentro, entre los datos de acceso a esta web, la siguiente URL de procedencia, que incluye la búsqueda en Google a través de la que se ha llegado a "El castellano actual":

www.google.es/search?hl=es&q=definicion de aviesa&meta=

Da gusto que a uno le hagan caso...

viernes, octubre 20, 2006

De los insultos menores

Ya dedicamos un pequeño apartado de este rincón de la lengua castellana al somero análisis de algunos de los insultos más graves del español. Entonces, ya advertimos que sabemos de la existencia de diccionarios (o glosarios) completamente dedicados al elevado tema de los agravios y las ofensas; en ellos se puede encontrar de manera extensa, orígenes etimológicos y aun ejemplos de uso, para los más curiosos. Nuestra labor la limitaremos a un intrigado acercamiento: nuestros insultos… tan españoles ellos. En serio: sería estúpido negar la existencia de exabruptos en otros idiomas, pero claro tengo que, mientras un inglés se queda tranquilo -dependiendo de la afrenta anterior- con una respuesta cortante, el español ha de soltar un "¡cabrón!" bien dicho para quedarse a gusto.

No obstante, vamos a ocuparnos hoy de lo que podíamos llamar “insultos menores”; afrentas hoy diarias y banales y que, en otros tiempos, provocaron más de un cruce de espadas y hasta algún muerto. Hoy, en cambio se dicen en los colegios (los calificativos de la anterior entrega -algo más fuertes, si no tuvo la oportunidad de disfrutarlos- también se oyen entre los más jóvenes, pero qué le vamos a hacer). Por ejemplo, tonto. Real Academia y don Joan Corominas coinciden en el origen expresivo del término, es decir, en su génesis espontánea entre el pueblo: un vocablo simple, medio balbuceo, quizá imitando los vanos intentos de comunicación de un pobre desgraciado, así es como se dice que nace “tonto”. En otros idiomas también lo encontramos: en portugués e italiano exactamente igual que en español, “tont” en rumano, “tandi” en húngaro o “tunte” en alemán dialectal. Según Corominas, la repetición de vocal y consonante, refuerza la idea simple y necia, “floja”, como en “bobo”. No hemos podido resistir la tentación de recurrir a Covarrubias y su Tesoro. Y don Sebastián no nos falla:

“El simple, y sin entendimiento, ni razón, pero este no es furioso como el que llamamos loco. Púdose decir de tondo, que como está referido en otro lugar, vale redodo, y vacío, a modo de media naranja, y el tonto tiene vacía la cabeza, por carecer de entendimiento, el cual en él, es redondo, en oposición de los que tienen buen entendimiento, que llamamos agudos.”

No le falta mérito. Es cierto que ese tipo de retorcidas metonimias que refiere Covarrubias, o tropos que se parezcan, se dan (y mucho) en la formación de palabras en español, pero esta vez, como se dice en el castellano actual, “va a ser que no”, admiradísimo don Sebastián. Pero Covarrubias siempre nos provoca un pensamiento: ora admiración, ora risa, ora sospecha: en la última parte de la definición de “tonto”, el licenciado suelta una referencia al latino “atonitus” (obvio antepasado de nuestro "atónito"). Se me hace muy cuesta arriba creer que Corominas no llegase ni a sospechar, siquiera, la relación de un evolucionado “tonitus” con nuestro “tonto”. ¿Lo sospecharía y lo desechó?.

La falta de inocencia y la inmediatez de nuestros días y sus personas hacen que el tipo de insultos que tratamos hoy suenen rancios, débiles, de cierto uso propio de mojigato. Triste situación, pero a él vamos, al “mojigato”. Se sorprenderían si conociesen los datos de entradas a esta web que acceden buscando en Google cosas como “significado de mojigata” o “mojigata definición”. ¿Alguna pobre chica que niega lo que le apetece negar y recibe ese saludo de un poco caballeroso raquero y entra después en Internet para saber lo que le han llamado?. Pues ya puedes mandarle a freir espárragos, guapa. Las fuentes filológicas vuelven a coincidir: el nombre “familiar” que en ciertos lugares se le da al gato (“mojo”) es el origen de la primera parte de este vocablo compuesto. La conjunción que da como resultado la palabra "mojigato" da la idea de alguien apocado, retraído, que esconde meditadas y astutas intenciones. Esa es, palabra más, palabra menos, el sentido de la primera definición del DRAE. La segunda quita las intenciones aviesas y escondidas y nos deja sólo (que no "solo", pobrecito) a un individuo algo inocentón e impresionable. Por cierto, chica-Google: el de las intenciones aviesas de verdad es el raquero, tú tranquila. Pero ahora busca “aviesa significado”, anda.

La modernidad trae cosas buenas y malas cosas. Ciertamente es una lástima que el desgaste natural de las palabras por su uso, unido a la agresividad que invade las ámbitos de nuestra vida (moderna) haya operado ese siniestro hecho que avanzaba antes: un buen “mentecato” de hace dos siglos era como un “hijo de puta” de ahora. Imaginen lo que suponía un “hideputa” mal soltado en el XVII… no creo que tengamos equivalente hoy en día… esa es la pena, ¡hombre!. Documentado a partir de 1570, en el Vocabulario de las lenguas toscana y castellana de Cristóbal de las Casas, proviene clarísimamente de mentecapto y éste de mente captus, que Corominas traduce propiamente por “cogido de la mente”, y por sentido “que no tiene toda la razón”. Podríamos ver otro origen en otro sentido de captus ¿algo rebuscado?: proviene del verbo capio, que es “coger”, “tomar”, “apoderarse”, etc. pero también, en campaña, “arrebatar”, “conquistar” y “capturar” (verbo castellano este último que desciende directamente de capio). Así las cosas, y arriesgándome a honrarme pareciéndome a don Sebastián de Covarrubias en alguna de sus etimologías, podemos ver al “mentecapto” como alguien a quien la mente le ha sido arrebatada, capturada. En palabras de 1611, en el Tesoro de la lengua castellana:

“Falto de juicio, del Latino mente captus”.

¿Vale? Vale.

viernes, octubre 13, 2006

Hombre refranero, hombre puñetero

Es un refrán sobre refranes, sí, pero pocas veces fue tan cierto como en la historia de la relación de dos cercanos amigos míos: Juan y Modesto; y es que “hombre refranero, hombre puñetero”. Ninguna desgracia diaria soportable mayor acontece al hombre de bien como la de un amigo dado al uso sistemático y enfermizo de los refranes. Esas machaconas perlas de sabiduría popular, en uso durante siglos y que, por desgracia, sin embargo se están perdiendo ahora, por desuso. Pero ese no era el caso de Modesto. Juan estaba hasta las mismísimas narices. Desde que lo conocía –hacía años ya- pocas respuestas de Modesto arrancaba en sus conversaciones cotidianas que no fuesen en forma de refranes. Y empezaban a cargar ya tantos “a enemigo que huye puente de plata” cuando el rival de Juan en la oficina pidió el traslado, “a cada cerdo le llega su San Martín” cuando una amiga nuestra plantó por fin a su díscolo y promiscuo novio y
“entre col y col, lechuga”, cuando decidíamos empezar nuestras juergas en un local distinto al de costumbre…

-Me ha hecho odiar los refranes, no los soporto. Es más, los veo como una retahíla de oraciones tontas y pueblerinas, ¿qué hago? –me vino a contar Juan, algo enfadado.

El remedio se planeó estratégicamente, con una cerveza de por medio, precisamente en el local lechuga. Juan y yo llegamos a una doble y definitiva conclusión: Modesto pretendía realizar un alarde de sabiduría –impertinente- cada vez que usaba un refrán. Por definición era “sabiduría popular” o basada en la experiencia lo que ponía en práctica. Y sólo había un tipo de sabiduría que se le pudiese enfrentar y aun derrotar: la sabiduría erudita o basada en el conocimiento teórico. Juan diseñó las situaciones y yo realicé la investigación y redondeé el asunto. Si Modesto resultaba repelente, se iba a encontrar con su equivalente, con la horma de su zapato, pero con erudición. Cada respuesta demoledora iría acompañada de cierta cesión explicativa, para no molestarlo en exceso y, al menos, conservar su, por lo demás, valiosa amistad. Todo estaba listo.

Al día siguiente toda la obsesión de Juan, cuando llegó Modesto era entender por qué este llevaba esa camisa en concreto. Juan confesaba que ni le gustaba ni le disgustaba, sólo quería saber por qué esa camisa, ese día. Fueron tantas las insistencias que a Modesto no le quedó más remedio:

-Juan, no le des más vueltas, me apeteció ponerme esta y ya está… ¡No le busques tres pies al gato!

Y Juan esbozó una sonrisa.

-De hecho, Modesto, ese refrán no tiene sentido. En origen, se decía “buscar cinco pies al gato”, lo que tiene mucha más lógica, pues poco difícil veo buscar tres pies a un gato que tiene por costumbre presentar hasta cuatro –Modesto escuchaba, congelado-. Cuando queremos ir más allá de lo normal y evidente, o sea las cuatro patas, estaríamos buscando la quinta, no la tercera. La búsqueda del tercer pie no supone trabajo inhumano o insano: sin lógica pues.

-Vaya… -espetó Modesto.

-En tu defensa diré que el refrán se corrompió pronto con las tres patas en lugar de la quinta y que, tras su surgimiento (probablemente en la primera mitad del siglo XVI) uno de los primeros usadores de la nueva e ilógica versión fue Cervantes, en el Quijote, a principios del XVII.

Pero Juan no se regodeó en el silencio de Modesto y continuó con el plan; cambió el semblante y pidió perdón de manera machacona a su cobaya por su insolencia pasada. No debía haber sido tan hiriente. Modesto no entendía esa petición y la rechazaba, pero Juan dijo las palabras justas para que se le respondiese…

-Bueno, Juan, tranquilo, al menos he aprendido algo, no hay mal que por bien no venga

-Pues lo siento de nuevo amigo –saltó como un muelle Juan- pero ese refrán es, de manera general, siempre mal utilizado, como tú ahora. Literalmente, has dicho que el hecho malo o inapropiado llega como consecuencia de una ventaja o hecho bueno. Pero el hecho de aprender es bueno, con lo cual el uso de ese refrán no tiene sentido.

-Ya… pero sí podría usarse en otras circunstancias, ¿o no?

-Sí… cuando quieras recordar que, viviendo un mal, ha ocurrido poco antes un bien que pudo provocar la desgracia y que equilibra la balanza. También en nuestro caso podías haber formulado el refrán al revés: “no hay bien que por mal no venga” y es que el aprender sobre pies y gatos vino gracias a mi intervención impertinente.

-Ya… parece que el refrán tiene una fórmula fija y se dice sin pensar lo que realmente significa, cuando relacionamos un hecho bueno y otro malo, sin atender a su orden… -admitió Modesto.

Lejos de pensar que nuestro amigo se había redimido, Juan siguió con el plan, rematándolo. El local col al que habían ido empezaba a llenarse de gente, pero no le importó y volvió a subir la voz. Apeló con las formas de la explicación del primer refrán al desorden y desigualdad general de la sabiduría contenida en los refranes, por suponer conocimiento popular, sin base estudiada. ¿La prueba? la corrupción lingüística e ideológica del refrán del gato y del bien y el mal y la indolencia de un vulgo que sigue usándolos, aun careciendo de sentido. Modesto pareció romper la línea de pensamiento que escuchaba e iniciar la oral.

-Bueno, Juan, pero seguramente los casos de los refranes del gato y el otro, sean la excepción que confirma la regla.

Juan volvió a sonreir.

-Una nueva corrupción, Modesto. Una excepción nunca puede confirmar una norma o regla, mucho antes, la pone en duda e incluso, si hablamos de materias científicas, puede llegar a invalidarla por completo. Un principio jurídico (proveniente del Derecho romano) mutilado lingüísticamente fue el que llamó a error: “exceptio confirmat regulam in casibus non exceptis”, "la excepción confirma la regla en los casos no exceptuados".

-Ya… que la gente se quedó con lo primero y pasó del “casibus” no sé qué…
-Modesto escuchaba como a quien le hacen temblar sus convicciones más profundas. Juan concluyó la jugada como habíamos previsto, cediendo en justicia:

-No obstante, es cierto que el sentido de ese precepto jurídico afirma que, si se reconoce la existencia de alguna excepción a una norma, lo que no cabe duda es que el resto de casos están bajo el imperio de esa norma, pues no son excepciones. La regla será más o menos universal atendiendo al número de casos bajo su influencia… Si yo digo que los refranes son inútiles y su sentido ha sido retorcido y sólo te puedo dar tres ejemplos, también te estoy diciendo que el resto (muchos más) son útiles y sensatos.

Juan acabó esa exposición bajando algo el volumen de su voz y dejando de mirar a Modesto, como si se diese cuenta de que hablaba como una marioneta. Desde ese día, Modesto dosifica mucho más sus perlitas impertinentes –que lo eran, en mucho, por el tono con que las acompañaba- y Juan fue consciente del cúmulo de experiencia, vidas, ingenio y, al fin, cultura y lengua hispana que supone el refranero español, cada vez más en peligro por desuso.

Nuestro plan –que era sólo mío, aunque Juan no lo supiese- funcionó con los dos. Y es que “hombre refranero, hombre puñetero”, pero sabio y certero…

viernes, octubre 06, 2006

Iniciativa "pindio,-a" (novedad del 6-X-06)

Hace unas fechas que nuestro gran valedor en la Academia, don Eduardo García de Enterría, nos adelantaba privadamente la noticia que traemos hoy. Hemos querido esperar a tener constancia escrita por parte de la RAE de lo que ahora anunciamos: la iniciativa "pindio, -a" ha pasado la comisión lexicográfica de la que hablamos en anteriores ocasiones y se dispone a ser votada en una de las dos Comisiones permanentes de la Academia; salvado este último trámite, "pindio" será adjetivo integrante del nuevo DRAE. Pero vamos a incluir, antes de más, la última misiva recibida de la RAE:


Estimado señor Girao G.:
Nos es grato comunicarle que su propuesta de adición al DRAE de la palabra "pindio" ha sido estudiada por una comisión consultiva especializada en dialectología, ya que su uso está restringido a Cantabria y a zonas limítrofes. No obstante, la propuesta definitiva de adición será valorada por una Comisión académica.
Agradecemos su colaboración en preparación de la nueva edición del DRAE.

Atentamente:


Servicio de consultas del DRAE
Instituto de Lexicografía
Real Academia Española
C. Academia 1
28014 Madrid
España

Vea la carta al completo, aquí.

En efecto, solo falta esa última votación (en la que contamos con el apoyo, como sabemos, de varios académicos) para conseguir nuestro objetivo último: la justa adición del adjetivo "pindio, -a" a la próxima edición del DRAE. Tras los arduos trabajos de investigación lexicográfica -bibliográfica y de campo- llevados a cabo, parece ser que cada vez estamos más cerca de nuestro debido fin.

Lea más sobre la "iniciativa pindio" aquí.