viernes, abril 28, 2006

Homonimia en b (o “La homonimia marinera”)

Debido a la aclamación popular vamos a iniciar una pequeña serie de artículos dedicados a explicar la homonimia y a analizarla en el diccionario. Alrededor de un sesenta por ciento de las visitas que llegan a estas páginas, desde buscadores de Internet, lo hacen, actualmente, buscando términos y expresiones como “ qué es homonimia”, “qué es polisemia”, “polisemia y homonimia”, “ejemplos de homonimia” y similares. La polisemia es ubicua en el DRAE: prácticamente podemos considerar polisémicos a todos aquellos vocablos con más de una acepción; casi siempre se referirán a significados distintos y, por lo tanto, serán polisemia. Nuestro trabajo concluirá dentro de unos meses, cuando terminemos el índice desde el que se puede acceder fácilmente a todos los artículos mediante hipertexto. Mientras, siempre se puede visitar el primer artículo de lo que ahora es una serie, que nos reveló el interés del internauta por este fenómeno del castellano actual. Empecemos con las homonimias. Empecemos con la b.

Nos saltamos la a debido a la escasez de ejemplos interesantes en esta letra. Recordemos brevemente que el fenómeno de la homonimia consiste en la coexistencia de dos o más palabras que se escriben igual pero no significan lo mismo. La polisemia se dará en aquella palabra que tenga varios significados… ¿cómo diferenciar ambos casos sobre el papel? Recordamos que las palabras homonímicas deberían tener entradas diferentes en el diccionario, al ser vocablos distintos, pero eso no siempre se cumple, ya que nos encontramos bajo el insondable designio de lingüistas y académicos… lo mejor será acudir a la etimología… ¿Que no la domina?.... nosotros le ayudamos.

¿Quién les iba a decir a los baleares que iban a compartir gentilicio con un verbo tan violento?. Porque balear es tanto el que vive en las bonitas islas Baleares –rodeadas del lindo Mare Nostrum- como tirotear, disparar balas repetidamente (el sufijo –ear no engaña nunca), además de algún significado más. Obviamente se adivina el distinto origen de cada uno, latino el gentilicio y de origen francés y galo el verbo que nace del proyectil.

El bocarte nos otorga la oportunidad de analizar un hecho que veremos muchas veces repetido en nuestro repaso a las homonimias del castellano: es mucha la casualidad de que dos palabras distintas acaben siendo iguales. En el caso de “balear” anterior, está claro que el gentilicio es el que es y que el verbo se ha formado con su sustantivo y un sufijo… pues ahí sí… casualidad, ¡qué le vamos a hacer!, pero lo normal es que una palabra “contamine” a otra en formación en su pronunciación. Así ese instrumento utilizado en minería y metalurgia cuyo nombre original era el francés bocard, quizá debiera haber acabado en castellano como "bocardo" (de hecho, tenemos abocardo, del mismo origen), como ya hizo gallardo (de gaillard) o petardo (de petard). ¿Qué pasó? Pues que bocard se parecía mucho fonéticamente a como hoy todavía llamamos en el norte al boquerón, materia prima de la anchoa, sobretodo cuando está rebozado: bocarte. Buen tema ese para un artículo: el cambio de nombre de una materia prima dependiendo el método de preparación; al menos mi familia y yo llamamos al teleósteo anchoa -cuando está fileteado-, boquerón –más que nada en vinagre- o bocarte –frito o rebozado-.

No te desvíes. El mar nos devuelve otro bonito ejemplo de contaminación (no hablamos de chapapote). Como hemos dicho, el que dos palabras acaben siendo iguales en su forma y pronunciación tendrá mucho de contaminación de una con la otra. Bogavante. Al principio el lobagante, de origen griego vía latina, (lucopante, de λυκοπνθηρος, lykopanther, “especie de pantera” por el amenazante aspecto de las pinzas) viajó por nuestras aguas de la Edad Media tranquilamente. Pero hete ahí que se encontró con un bogavante (palabra documentada desde 1539) el primer remero de una galera (probablemente del catalán vogavant, de vogar+avant -hacia delante-) y se liaron. No hablamos de zoofilia, si no del problema de que lobagante y bogavante se parecían demasiado. Perdió la pantera y ganó “el que rema delante” (aunque el crustáceo, como la langosta, huya hacia atrás, impulsándose con la cola).

Una subcategoría curiosa de las palabras homónimas es la compuesta por aquellos vocablos que, en principio, contradicen la regla básica de discernimiento entre homonimias y polisemias. Son homonimias cuyas palabras tienen el mismo origen. Un criterio personal, crítico-etimológico las convierte en palabras separadas o no. Así lo haremos con bonito. Es el diminutivo del ancestro de nuestro adjetivo bueno, el bonus, -a, -um latino el que dio paso al adjetivo sinónimo de “bello”, “agraciado”. Muy probablemente el aspecto brillante de las escamas del teleósteo le hizo ganarse el apodo –había que diferenciarlo del atún, un poco más grande y bastante parecido-. Creemos que son distintas palabras no sólo porque lo diga la RAE, si no por la entidad que han alcanzado ambos usos por separado, la importancia conseguida por los dos y por pertenecer a distintas categorías gramaticales –adjetivo y sustantivo-.

El espacio que nos hemos marcado se agota. Dejamos en el tintero digital palabras que teníamos preparadas como baba, baca, banda, baile, balda, bamba, bar, bache, barata, bardo, barragán, barrera, barro, boga, borde, bote, botica, botillo, botín, boyante, brusco, buche o bufete. Son todas homonimias seleccionadas del diccionario, de las que aficionados y expertos disfrutarán, profundizando en sus razones y orígenes, con diccionarios y las herramientas clásicas de trabajo de los lingüistas. Estamos seguros.

Hasta aquí el repaso a las homonimias de la b castellana, un repaso marino ciertamente, algo no preparado, o al menos no previsto.

Índice de homonimias

El fenómeno de la polisemia consiste en la existencia de varios significados de una misma palabra. La homonimia, en cambio, la construyen varias palabras que se escriben igual pero significan distintas cosas -lógicamente-. El método más fiable para saber cuándo estamos hablando de la misma palabra con varios significados o de palabras distintas es conocer su origen, su etimología. Si no dominan esa apasionante subciencia... están en el lugar correcto.

No es éste, por si la pinta del índice a alguien engañara, un repaso exhaustivo a uno de estos dos fenómenos en el diccionario; no, porque no hemos querido. Eso explicará la ausencia de algunas iniciales en el repaso homonímico del DRAE: lo que no es interesante, no es incluido. Hay algunas letras que no suman el número suficiente de homonimias interesantes como para reservarse el puesto de rigor en nuestro repaso. Lo sentimos. Nos quedamos con los ejemplos que nos parecen más curiosos, representativos o amenos de todos de las homonimias del DRAE... (eso no quita para que nos hayamos tenido que leer el diccionario de arriba a abajo varias veces... ¿o qué se creían?). Hemos querido dejar "de lado" a las pobres polisemias porque éstas se encuentran por doquier a lo largo de todo el glosario oficial: basta con coger cualquier página y comprobar cómo la mayor parte de las palabras tienen más de un significado, más o menos relacionado con el principal, más fácil o difícilmente vinculable con él. Sería una labor enciclopédica, la simple revisión, por la que no estamos.

-Polisemia y homonimia- visión general y artículo inicial. Ejemplos y la entrega, que no sabía que lo era, que nos hizo descubrir el interés de Internet y su comunidad por polisemia y homonimia.

-Homonimia en b (o "La homonimia marinera")

-Homonimia en c (o "La homonimia cochina")

-Homonimia en d (o "La homonimia agrícola")

-Homonimia en e (o "La homonimia transportada")


Este artículo será actualizado tras la publicación de cada entrega de la serie dedicada a la homonimia.

martes, abril 25, 2006

Iniciativa "pindio,-a" (novedad del 25-IV-06)

No es costumbre de este rincón publicar artículos fuera del día habitual. Una novedad como la que traemos, bien lo merece.

A día de hoy, el segundo y último académico cántabro, don Eduardo García de Enterría nos ha manifestado su apoyo a favor de la inclusión del adjetivo pindio, -a en el DRAE, tan pronto como el estudio lexicográfico que preparamos y enviamos a la RAE se plantee en el pleno.

Al igual que ya hizo don Álvaro Pombo, don Eduardo García de Enterría nos ha manifestado su "respaldo sin reservas" en cuanto se ha enterado de la noticia. El retardo de un mes desde la presentación de la iniciativa se ha debido a la imposibilidad por nuestra parte de ponernos en contacto con él hasta ahora.

Cada vez estamos más cerca de conseguir que pindio figure como orgulloso adjetivo español en el diccionario de la lengua.

Lea más sobre la "iniciativa pindio" aquí.

viernes, abril 21, 2006

Gallegos

Navegando la llamada “red de redes” uno sabe que puede encontrar cosas de todo género: ora curiosas, ora perversas, bien amenas, bien soporíferas… Correctamente se dice que, en Internet, podemos encontrar de todo. Y si antes hablamos de corrección política, antes algunos hubiesen hecho el tonto…

E imagine que me encuentro en un periódico digital con la noticia de que un Diputado del BNG, que, para su vergüenza, diremos que se hace llamar Bieito Lobeira, ha pedido a la Xunta gallega que “adopte las medidas necesarias” para que la RAE retire del diccionario la acepción de gallego como “tonto” –en Costa Rica- y “tartamudo” –para El Salvador-. Según la preclara mente de Lobeira y, suponemos, el partido que lo soporta, suponen definiciones “vejatorias y peyorativas” para los gallegos.

Uno de mis mejores amigos es gallego; es casi un hermano. Con esto no quiero legitimarme –y ahora continúo- para decir lo que sigue a continuación, sólo pretendo informar al lector de que he hablado con él sobre el asunto en los sinceros, directos y rigurosos, aunque cercanos, términos con que siempre lo hacemos. Como buen gallego comprometido en los asuntos de su tierra y la nuestra, de los de siempre, de los de estirpe y frente alta, se siente igual de orgulloso de su terra que de su tierra. Y así lo pregona por todo el mundo, como buen galego. Es él el que me ha inspirado los párrafos que siguen.

Muy probablemente, el origen de esa forma de conocer a la gente de corto alcance mental, de esa manera de insultar por allí, provenga del tipo de gente que emigró hacia América, sobre todo desde los siglos XVIII y XIX. En palabras de mi amigo, “esa persona de la Galicia profunda, que fue la que emigró a Latinoamérica, es confiada y de palabra; para ese gallego vale más la palabra que el papel, el honor es importantísimo”. Es fácil entender que pronto el gentilicio pasó a ser motivo de chanza, tras unos cuantos tratos beneficiosamente incumplidos, en los que se sabía de antemano que una “estúpida” sacudida de extremidades valía para engañar al recién venido. Igual de fácil que en Argentina, Colombia, Uruguay y las Antillas la proporción de emigrantes de Galicia convirtió al gallego en sinónimo de español; igual de injusto pero mucho más enfadoso. No me molesta que me llamen gallego allí, pero sí que se utilice su nombre para insultar.

Sin embargo, me dice mi hermano, “no tienes porqué acomplejarte cuando no eres inferior”. De ahí partiremos para nuestro obligado análisis político de la cuestión. Yo no soy gallego, pero me molestaría si algún pueblo utilizase mi gentilicio regional o nacional para designar a un “tonto”, mas… ¿qué derecho me arrogo si pretendo erradicar esa realidad de una obra referencial, de un testigo de la realidad y el habla como es el diccionario de todos los hispanohablantes?. Sólo un político podría tener tal atrevimiento; y, se me permita o no, sólo un ala concreta de nuestros políticos tiene tal impudicia en pretender manipular de maneras tan descaradas como ésta la realidad. El gallego de siempre no se ve perjudicado por ese uso peyorativo. ¿Quién se cree el diputado Lobeira para exigir la retirada de una realidad del diccionario?. Si ésta es ofensiva, que lo es, no queda más remedio que solicitar medidas en el origen: en Costa Rica y El Salvador; si de verdad te preocupa, hablarás con las autoridades del país y solicitarás y apoyarás campañas por el uso de adjetivos sustitutivos.

Lo propuesto no es sino una venda en los ojos, un parche mal puesto, un chicle en un pinchazo. Además, con un agravante: desde este mismo blog hemos propugnado varios cambios en el DRAE, entre ellos, el más importante, el publicado recientemente a favor de la inclusión de la voz pindio, -a; no obstante, siempre ha sido desde el respeto más absoluto: esta gente, sabiéndose políticos, no dudan en recurrir a sus herramientas para sus perversos planes. Se ha llegado a hablar hasta de “proyectos no de ley” referidos a esta “iniciativa”. Insisto: ¿quién se cree esta gente para pretender modificar la realidad utilizando las herramientas del estado de derecho?, ¿en qué tipo de seguridad repelentemente burocrática, de qué forma tan despreciablemente administrativa se mueven estos politicuchos para, de manera tan suelta y alegre, pretender la manipulación de… ¡¡¡una acepción de diccionario!!!?.

Cuando uno pretende una modificación –concretamente adición- justa y respetuosa del DRAE, encontrarse con cosas como ésta da urticaria; pero me estoy poniendo ya la pomada. No conocen otra forma, no saben de más medios. Sólo usar su poder político… cosa que ¡ojo! no estaría mal de suponer una causa más noble o ajustada a realidad… pero ¿para cambiar la descripción del DRAE de un hecho?. En el colmo de la falta de cosas que hacer… solicite una queja formal del Ministerio de AA. EE… quede en ridículo, Lobeira, no haga propaganda.

Porque, al final, a la conclusión a la que hemos de llegar es que la iniciativa tiene un triple origen que resulta innegable:

1.el tratado “burocraticismo” –y no quiero decir “burocracia”- que hace que determinados sujetos, elegidos por sus partidos, se muevan por cortes, despachos, parlamentos y restaurantes del más alto nivel como cerdos en la porqueriza.

2.la afición de determinada opción política en España a manipular la realidad en su conveniencia. Siendo a lo que están acostumbrados, un simple diccionario no puede suponer un obstáculo. Los lemas repetitivos y simples, las mentiras repetidas mil veces para hacerlas verdad, son obras de ingeniería comparadas con la simple aprobación de una moción para modificar… ¡¡¡un nimio diccionario!!!... votan todos los días, por Dios… le dan al botón todos los días…

3.la persistente sensación de que aquí hay algo más. Esta “iniciativa”, para la gente de mínimo trasfondo cultural es una auténtica estupidez. No obstante, enerva. Enerva por igual a la gente que no entiende cómo un cargo electo puede pedir que se elimine una realidad del diccionario y a la base social de su partido, la que, a estas alturas, estoy seguro que cree a pies juntillas de que se ha de utilizar toda la despreciable maquinaria de la Administración, que dominan a placer, para intervenir una institución como la Real Academia de la Lengua. Propaganda.

Las comparaciones con los nazis suelen ofender. Yo voy a hacer una, sin querer resaltar más que los evidentes paralelismos, tras el uso de la peligrosa publicidad pervertida con fines políticos. Después de los soviéticos –cronológicamente- nadie tiene duda de que los alemanes de entreguerras –y durante la SGM- fueron los mayores perfeccionadores y utilizadores de la propaganda política. Joseph Goebbels infundía tanto temor a los judíos alemanes con sus documentales, como enfado e ira contra ellos en los alemanes de a pie. Mucho parece indicar que, más que finalmente modificar la realidad del diccionario –intención que, en cualquier caso, denota todo lo que hemos denunciado aquí-, lo que se pretende es encrespar a los que ven esto como una ilógica estupidez impropia de un político que dice representar al pueblo y, paralelamente, “dar de comer” a la parte más radical y descerebrada masa de los trescientos doce mil votantes del Bloque Nacionalista Gallego.

No he conocido ni a un solo gallego tonto (y he conocido a varios). Uno de ellos es uno de mis mejores amigos. Sus políticos parecen auténticos gallegos… en Costa Rica.

viernes, abril 14, 2006

Lo "políticamente correcto"

Al César lo que es del César, y hemos de comenzar este escrito reconociendo que, no solo su tema, sino buena parte de su argumento, vienen de una de las animadas charlas mantenidas con un conocido mío, de hace años, de admirable bagaje cultural e inapreciable compañía. Conversábamos acerca de la controversia surgida a raíz de la relectura de las Ordenanzas Reales de Carlos III, datadas en 1768, en las que el monarca prohíbe el porte de la bandera española a “murcianos y gente de mal vivir”. ¿Insulto a los murcianos de bien o nada que ver con Murcia?...

Una de las explicaciones a esta expresión defiende la existencia efectiva, en la época, de numerosos ladrones y delincuentes provenientes del sudeste español, de Murcia. En consulta a la Real Academia Española, por parte de mi interlocutor, ésta le refuerza esa idea: a Carlos III, pues, le importaba tres narices la corrección política… de hecho, ¿qué era la corrección política en el XVIII?¿defender la Ilustración?. Si hay muchos maleantes murcianos, pues bien se les impide a todos acceder al ejército, bien el gentilicio pasa a ser sinónimo de “gente de mal vivir”.

Contradiciendo la “doctrina” de la RAE en este caso, está la explicación más acertada –a nuestro entender-. Actualmente aceptado por la misma RAE en su diccionario, existe el verbo murciar como equivalente de “hurtar”, “robar”. La Academia (¡bravo!) lo hace venir de murcio (ladrón), palabra documentada en castellano desde 1609 en el Vocabulario de Germanía de Juan Hidalgo. Don Joan Corominas establece la indiscutible relación de murcio con el murciélago (antes murciégalo, “ratón ciego”). Así pues, estaba el “murciégalo”, que la gente acortó para, por asociación con la actuación de noche, designar a los “murcios”, que –cómo no, pobrecillos ellos- “murciaban”. Por si queda alguna duda de la relación popular del murciélago con los ladrones a partir, al menos, del siglo XVII y en el XVIII, léase el siguiente fragmento de la definición de Covarrubias de “murciégaco” en su Tesoro de la lengua castellana (1611):

“…Es símbolo del malhechor que se anda escondiendo, o del que está cargado de deudas, que huye de no venir a poder de sus acreedores…”

Si se admite murcio como sinónimo corriente de ladrón desde, como hemos visto, al menos, el siglo XVI, de ahí al murciano sin nada que ver con la preciosa Murcia, hay un paso. Murciano, pues, en las “Ordenanzas Reales de Su Majestad para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de sus exércitos”, como “persona relacionada con murcios y gente de mal vivir”, en Murcia y fuera de ella… Por cierto, fue Abderramán II quien, al parecer, fundó Medina Mursiya en el año 825 de la era cristiana (no de las suyas). El origen etimológico de nuestra preciosa huerta es limpio: nada que ver con ladrones o cacos

Pero la cuestión de enjundia está ya encima de la mesa: si en realidad lo de “murciano” hubiese ido por los habitantes de la Murcia del XVIII, ¿qué legitimidad asistía a Carlos III para esa generalización si, efectivamente, Murcia hubiese estado plagada de ladrones y gentuza, si la mayor parte de la población de la Murcia de entonces hubiese estado alguna vez fuera de la ley?. Quizá el problema de susceptibilidades que surge sea más complicado de resolver en el caso de la aplicación a gentilicios, no lo niego.

El significado de las palabras es importante, pero si atendemos de verdad a su concepto, no a nuestros complejos y miserias personales. Una sociedad sana sabe que no hay nada de malo en llamar “negro” a un negro, o “enano” a un enano. Veamos sus pretendidos “sinónimos políticamente correctos”:

-“Persona de color”: parece una obviedad pero… ¿de qué color?. El mayor rasgo distintivo de las razas humanas es precisamente su pigmento. Los caucásicos, blancos, los asiáticos, amarillos y rojizos los indios americanos… estupidez mojigata que, encima, confunde.
-“Persona bajita”: no es broma, incluso los enanos parecen preferir llamarse así. Desde al menos el siglo XIII, “nano” ha designado a los humanos con problemas de crecimiento. Sinceramente, si yo quisiese llamar a un enano de manera peyorativa, no se me ocurre otra mejor que la que se propone para ser políticamente correctos. “Persona bajita”… ridículo, sin más.

Se puede mantener que el uso pervertido de las palabras originales es el que las carga de connotaciones negativas. Y yo digo que la palabra es la palabra y su significado. Que, en infinidad de casos como éste, es el interior del aludido, sus inseguridades, complejos y miserias, los que convierten “ama de casa” en “mujer que trabaja en el domicilio, totalmente anulada, al servicio de su marido, esposada al hogar y sus triviales quehaceres”. ¿De verdad, objetivamente, es mejor “sus labores”?. En verdad, no hay nada malo en ser ama de casa.

La historia de la palabra-tabú (“sexo”) y su correspondiente eufemismo (“género” –como vimos en otro artículo-), es la historia de la pobreza intelectual, la debilidad social y, últimamente, la dictadura de las minorías frente a la mojigatería de la masa occidental. Si quisiera insultar a un negro le llamaría “negrata” o “mono”, no “negro”. A un enano “dos palmos” o “gnomo”, no “enano”. Si yo me molesto porque me llaman “ojos azules” o “blanco” es porque tengo algún problema con lo que soy, y necesito algún circunloquio que lo esconda.

Se puede cuestionar sobre el problema en que las palabras deriven y se transformen, aunque sea hacia significados con connotaciones negativas; al final, lo que hemos tratado, es toda una problemática que tiene que ver con el desgaste del idioma, su desvirtuación y, en definitiva, la merma de eficacia del castellano como medio de comunicación. Es el efecto antibiótico: a fuerza de usar una palabra sin su significado real la desgastamos, pierde eficacia hasta quedar inútil, y ello nos perjudica a todos.

Después de todo esto, creo que es liarlo todo si completo la prohibición de las Ordenanzas de Carlos III: en realidad, limitaba el acceso a los ejércitos a “gitanos, murcianos y gente de mal vivir…”. Era el siglo XVIII, pero lleve este artículo a su trabajo o reunión familiar o de amigos: la mojigatería que nos invade caldeará la polémica. Diversión asegurada.

viernes, abril 07, 2006

El roce hace el cariño

Es un conocido refrán español. Si tenemos mucho contacto, si por el uso o la costumbre llegamos a conocer mucho algo o a alguien… le cogemos estima. La vinculación paterno-filial del latín con el español es tan estrecha, que no se puede negar ni la afinidad ni la identidad del uno con el otro. Tanto es así que hasta cariño podemos llegar a coger a palabras de significado, en principio, algo oscuro…

Por mucho que nos rocemos con los políticos que hacen creer que nos representan… no creo que les cojamos mucho cariño. Aún con eso, la mayoría de ellos han sido en algún momento, candidatos. La voz candidatus designaba en latín y la Roma clásica a aquel vestido de blanco. Para los romanos, el aspirante a cargo público debía gozar de un trasfondo y una carrera –así como su conciencia- sin mancha, blancos. El adjetivo latino candidus, -a, -um significaba, precisamente, todo ese cúmulo de virtudes: el blancor, la pulcritud, la decencia. El candidato era el “blanqueado”, el decente, el merecedor de elección para cargo público que, en determinados momentos de la Historia fue, literalmente, vestido de blanco tras oficializar su candidatura. Voz castellana, por cierto, que hubiese quedado en “candidado”, como muchos otros participios latinos (amado/amatus), si su círculo de uso hubiese sido algo más vulgar.

Se supone que, opuestamente, los ladrones tienen bien negra el alma. Los cacos… ¿cacos?. La mitología siempre pretendió dar una explicación plausible y fácil, para los conocimientos de la época, a los fenómenos naturales y sociológicos. Bien hizo Cacus, el temido ladrón, en robarle a Hércules el ganado… traspasó la oscuridad de los tiempos, haciéndose inmortal y le dio su nombre –más culto de lo que se cree hoy en día- a los vulgares ladrones, ¿no?.

Los guetos de las ciudades y sus malas zonas suelen ser poblados de ladrones… y prostitutas. No me duele en prendas confesar mi admiración por la etimología de esta palabra, una de las más bellas del castellano –a la par de triste-. Bastante relacionado con el proscrito, que tratamos en otra ocasión, la prostituta debe su nombre al verbo latino statuo. Relacionado con una gran variedad de palabras tocantes a la quietud, el estar parado (estar será un digno descendiente de alguna de ellas), el prefijo pro- le otorga un sentido público… desde la adición del pro- ya estaremos “parados”, enfrente de algo, frente a algo… Con ello, tenemos el significado pleno y original de la palabra “prostituta”: el de alguien que está parado, enfrente, mostrándose, exhibiéndose, frente a un público. Un artista puede estar frente al público, pero si alguien está frente a un público “quieto” es porque confía en otro tipo de “atractivos” que no sean su arte o habilidad actoral para atraer. Prostitución. Nuestro cariño y reconocimiento para los mimos y los artistas que actúan de estatuas humanas.

Prostitutas y estatuas humanas no engañan pues llevan su actividad en el nombre. Todo lo del párrafo anterior nos da buena, argumentada, basada y, lo mejor, culta libertad para calificar a 1.los especímenes que pueblan nuestras pantallas de televisión sin ninguna habilidad particular más que su propia exhibición o 2.los candidatos que, con discursos vacíos, sólo ponen la jeta ante la gente… (amigos a quien acabare de dar una arriesgada idea: no olviden añadir la coletilla “en su sentido etimológico” y cubrirse para recibir las respuestas).

No debemos dejar que nos quiten el estudio del latín. Por los párrafos anteriores se deduce que nos quitan herencia. Por lo que no procede contar en este espacio, nos quitan una herramienta que, durante siglos, nuestros antepasados utilizaron para expresar los sentimientos más bellos y las ideas más inteligentes de la Historia. ¿Por qué quieren electores que no se sepan expresar ni pensar?.