viernes, junio 29, 2007

De lo bajo y despreciable

El joven mendigo, Murillo, 1645. Museo del Louvre, París
Me encontraba hace poco admirando el magistral “Joven mendigo” de Murillo (a través del ordenador, no “en vivo”) y me cuestionaba sobre la escena en sí. Parece que el personaje se encuentra acaso limpiándose tras comer las pequeñas piezas de lo que parece marisco (a su izquierda), seguramente antes incluidas en la cesta con fruta a su derecha (¿recién robada?). Pensando, me dio por imaginar que el gesto de arrugar los restos del cuello de la ropa blanca, tan jironada como el resto de su traje, con la mirada gacha y el ceño fruncido podían dejar entrever, en lugar del terrenal gesto de limpiarse las manos, un espiritual rasgo de arrepentimiento, de vergüenza, por el robo, por la vida, tras cubrir la necesidad básica del alimento. Ya estaba: ya tenía artículo para ECA esta semana.

En lo hondo, lo bajo, lo que generalmente consideramos “despreciable”, se halla lo necesario al mismo nivel que en las alturas. Así, las palabras que designan lo “prescindible” y “rastrero” son igual de necesarias, para la comunicación y las relaciones, que las que llaman a lo elevado y trascendental. Su espacio es igual de valioso en el diccionario y su historia, muchas veces, igual o más curiosa. El término “pacotilla”, por ejemplo. Sabemos que algo “de pacotilla” es algo insustancial, poco valioso o que, incluso, puede ser una falsificación de algo de mayor valor. Tiene origen en “paca” (del francés antiguo “pacque”), que era un fardo o lío de hierbas, paja, etc. y de ella derivan “paquete”, “empacar” y demás. Pues bien, el diminutivo “pacotilla” es (según el DRAE) la “porción de géneros que los marineros u oficiales de un barco pueden embarcar por su cuenta libres de flete”. De ahí a generalizar a cualquier cosa de poco valor o insulsa, sólo un paso.

Significado análogo el de la “morralla”. Es (según el María Moliner) “conjunto de cosas sin valor. Por ejemplo, lo que queda de cualquier cosa o mercancía después de haber elegido lo mejor de ella. También, boliche: pescado menudo en el que hay distintas clases revueltas”. Lo que nos devuelve de nuevo a la mar, su importancia en el léxico español (no podía ser de otra forma) y a un significado –el de la variedad de pescados pequeños y de poco valor- que tiene unas cuantas palabras en nuestro idioma para designarlo. Sin embargo “morralla” tiene más que ver, etimológicamente, con la tierra y la ganadería. Viene de “morro”, una de las partes menos usadas y más despreciadas de los bóvidos, caprinos y porcinos (incluso de los porcinos, sí, aún cuando “del cerdo se aproveche todo”). La conjunción de ese “morro” con el viejo sufijo latino “-alia” y su descendiente “-alla”, que da idea de conjunto y reunión, hace el resto.

Bien en tierra, el equivalente industrial más claro de “morralla” es “quincalla”, con idéntico significado metafórico, pero en un sentido literal más metálico (es el “conjunto de objetos de metal, generalmente de escaso valor, como tijeras, dedales, imitaciones de joyas, etc”). Un galicismo más (de “quincaille”), es fácil ver cómo el sustantivo francés se formó igual que nuestra “morralla”, con la versión gala de “-alia” y “quinquet”, nombre genérico de las lámparas de aceite que diseñó Antoine Quinquet. En español un quinqué sigue siendo una lámpara de aceite o petróleo (algo en desuso).

Hay más palabras que designan conjuntos de cosas supuestamente de poco valor, como “chuchería”. El común de hoy acordará que el significado principal de la palabra es el de "golosina o alimento basado en el azúcar, consumido especialmente por los niños". Sin embargo ese es un significante derivado de esa idea que perseguimos de reunión de baratijas, pequeñeces y menudencias triviales. Es derivado de “chocho”, en su significado primigenio, “altramuz” (del latín vía mozárabe), que por su forma, varió hasta designar, vulgarmente, a la vulva, el órgano reproductor femenino (en fenómeno similar al de “conejo”).

De ahí sale todo. ¿Es importante lo bajo y, en principio despreciable, o no? Y si no, que se lo digan a los franceses, que tienen al joven mendigo de Murillo… en el Louvre...

viernes, junio 22, 2007

El mito de las mayúsculas

Las mayúsculas se acentúan. Cuento en estos días veintisiete años y llevo muchos de ellos oyendo por aquí y por allá aquel cómodo mito de que no hay tildes en letras de caja alta. Digo “cómodo” porque muchos creen librarse de cumplir con su obligación de respeto ortográfico para con los demás escribiendo alguna vez en mayúsculas y desde bien joven, en la escuela, aprendí que las mayúsculas se acentúan como cualquier otra letra… ¿por qué no iba a ser así?, veamos…

Han pasado dos semanas desde que hablamos de la eñe. Como con nuestra "eñe bonita", los acentos nos han dado siempre problemas en el campo de la información, la comunicación y el de ambas aplicadas a la tecnología. Desde el principio, la computación fue patrimonio e impulsada por países que no sabían lo que era poner un símbolo gráfico sobre una vocal (con lo que no tienen ni idea de pronunciar una palabra nueva en su propio idioma, pero eso es otra historia). Las viejas máquinas de escribir, incluso de los años ochenta –y si yo recuerdo este detalle, muchos más y mayores, lo harán- dejaban un símbolo muy feo cuando acentuábamos una mayúscula; la tilde quedaba muy pegada a la letra y no se veía bien, quedaba emborronada. Sin embargo, la RAE siempre fue clara, como lo es ahora en su Diccionario Panhispánico de Dudas:

“Las letras mayúsculas, tanto si se trata de iniciales como si se integran en una palabra escrita enteramente en mayúsculas, deben llevar tilde si así les corresponde según las reglas de acentuación.”

Otra cosa era que se tolerase, por las sabidas dificultades técnicas (no sólo en hogares y oficinas, sino en imprentas y fotomecánicas). Pero nunca fue verdad eso que yo he escuchado tantas veces de que “las mayúsculas no llevan acento”. Como hemos dicho más arriba, muchos lo han usado como licencia para cometer tropelías con los acentos y despreocuparse. No hay delito, tampoco hay que echarse las manos a la cabeza. Lo creo un caso análogo a aquel consabido “los nombres propios no tiene que responder a las reglas ortográficas”. Antes de decir nada más, me refiero de nuevo a la RAE y a su explicación de la tilde en su DPD:

“El uso de la tilde se atiene a una serie de reglas que se detallan a continuación y que afectan a todas las palabras españolas, incluidos los nombres propios.”

Doña Letizia Ortiz (Oviedo, 1972- )Con obviedad, nadie puede pretender que los nombres y apellidos no sean palabras y aún más ruin sería convertirnos en anglosajones, cuya laxitud a la hora de delimitar gráficamente el sonido de sus vocablos les hace solicitar un deletreo cada vez que oyen un nombre propio o de familia que no les suena. La verdad es que en ambos casos (acentos y reglas para todos), la RAE se ha visto obligada a hacer expresa la cotidianeidad de mayúsculas y nombres propios, lo que da una idea de la considerable extensión del mito… Caso aparte, cierto es, suponen los nombres propios, en tanto en cuanto nadie puede inmiscuirse en cómo queremos llamar a un personaje de ficción o a nuestro hijo. En román paladino, la palabra descendiente de la “laetitia” latina (“alegría”) habría de ser “leticia”, pero a los padres de la futura reina de España les gustaba el toque distintivo de la zeta… Cada uno es cada uno, pero es como llamar "Alverto" a alguien. ¿Se puede? Sí. ¿Es raro? También…

viernes, junio 15, 2007

La importancia de hablar mal

Sí, sí… sin caer en la chabacanería que detesto, pero tampoco en el melindre léxico (cierto es que cada vez menos frecuente), no podemos negar la importancia de las expresiones malsonantes en el día a día. Sin datos contrastables, pero conociendo los mecanismos inexplorados de liberación que operan en nuestro ánimo, ¿quién nos asegura que un buen taco a tiempo no ha parado las ganas de declarar una guerra, iniciar un divorcio o una mala pelea con un buen amigo?. Aquí ya tratamos algunos insultos “fuertes” y aquí pocos leves más; vayamos ahora a por la psicología del malhablado puntual… no lo nieguen: todos nosotros.

Miguel Ángel PortugalEl otro día en la radio teníamos al actual entrenador del Racing de Santander, Miguel Ángel Portugal. Es época de promociones y salvaciones futbolísticas y las noticias o rumores sobre las primas a terceros están a la orden del día. En un momento, una pregunta muy concreta sobre la existencia o falta de dinero escondido de otros clubes en el vestuario del equipo cántabro al técnico por parte del director del programa, Walter García… uno esperaba la respuesta de siempre… “no, eso no sucede, somos profesionales…”. Pero Portugal respondió esto:

“Los jugadores son profesionales y los míos, en cada partido, se dejan los cojones en el campo, sudan lo que haga falta, corren… siempre para ganar”

Mucho antes de darme cuenta de la palabra altisonante usada dentro de una entrevista con correcto léxico, el burgalés me había convencido, precisamente, por el uso de ese vocablo y la entonación que le dio. Es decir, yo ya, no es que considere que no hay primas en el Racing, pero sí que Portugal no es consciente de ello. Incluso con su aseveración, el técnico podría haberme engañado, pero tendrían que haber escuchado aquel “cojones”… Y a eso vamos en este artículo: la fuerza del taco, de la expresión vulgar bien utilizada es enorme, bien dosificada.

Si el empleo de “malas palabras” no es habitual de alguien, la vorágine de sensaciones que desata en el oído ajeno es tremenda. El enfado, la seguridad, la determinación e infinidad de concreciones relacionadas con la agresividad de quien se siente dolido, engañado, frenado, menospreciado, intenso, fuerte… se manifiestan con un buen mal vocablo en el momento justo. Y todo rodeado de corrección, de buenas formas. Sí, no hace falta ser vulgar de continuo para decir un “cojones” bien dicho, sólo en las 4 ó 5 veces al año que convenga (sí, sí, lo he medido, de media). De hecho, el que regala a diestro y siniestro cagüentales y hostias a tutiplén nunca conseguirá el efecto que aquí describo. Rematando: no defiendo que sólo el que habla mal se carga de verdad, pero sí que, en determinados momentos, un taco y su entonación correcta ayudan a sacar tu razón. Porque, siendo sinceros, creo que nunca, en la situación actual del Racing (con sobresaliente temporada a sus espaldas, sin jugarse nada y enfrentándose a equipos que tienen mucho que perder y ganar), nunca hubiese creído a un Miguel Ángel Portugal diciendo “mis jugadores son profesionales y sólo cobran su nómina” sin un buen “cojones” y la forma en la que lo soltó.

¿Por qué “cojón” estuvo ausente del diccionario de la RAE desde su edición de 1783 hasta justo dos siglos después, la de 1983? Pues no lo sé y no me gusta no saberlo ¡cojones!.

viernes, junio 08, 2007

Eñe bonita

Mal me parece que los juegos autorreferentes a la hora de hablar de la eñe estén demasiado en uso. Pareciera que llego tarde a poder titular este artículo como me da la gana, como “La Ñ añorada por Internet” o “Defensa de la eñe sin ñoñerías”. Da igual. Parece que, al enésimo intento, nuestra eñe entrará en la red de redes; así titulan al menos los diarios españoles (“Los dominios ".es" admitirán la letra "ñ" y acentos a partir de octubre”)… y eso es una buena noticia. Repasemos la letra.

Como en tantas y tantas cosas, los territorios romances debieron buscar la forma de adaptar los recovecos de la lengua latina a sus gustos y comodidades. Uno de los embrollos para los bárbaros era el fonema “gn”, propio del latín vulgar. El catalán lo acogió como “ny” (ahora se dice, por ejemplo, Espanya), el francés y el italiano lo dejaron como estaba (“gn”, Espagne y Spagna) y los gallegos –y portugueses- optaron por el dígrafo “nh” (Espanha). Al castellano antiguo le resultó cómodo representar ese sonido con dos enes (“nn”) y así empezó todo. No se crean, por cierto, que resulta muy fácil encontrar palabras con ese sonido que sigan existiendo en todas las lenguas romances a citar –por ello he tenido que usar la facilona “Espanna”-.

Ese uso castellano arcaico del dígrafo “nn” para el sonido eñe actual es fácilmente observable en la cándida y adorable obra del primer poeta de nombre conocido en español: Gonzalo de Berceo y sus “Milagros de Nuestra Señora”. Con su cuaderna vía clerical que pretendía acercarse al gusto vulgar para enganchar (éste sí sabía lo que era el marketing y no nosotros, que lo hemos olvidado) nos encandilaba así en el milagro IX, cuaderna 222 (numeración según Michael Gerli), cuando nos cuenta la reacción de un obispo al que le chivan que uno de sus curas sólo sabe decir misa sobre la Virgen:

Fo dura-ment movido el obispo a sanna,
diçie: “nunqua de preste oí atal hazanna”
disso: “diçít al fijo de la mala putanna
que venga ante mi, non lo pare por manna”

XVI, 352:

Enna villa de Borges una çibdat estranna
cuntió en essi tiempo una buena hazanna:
Sonada es en Françia, si faz en Alemanna,
bien es de los miraclos semeiant e calanna

Y en el XXV, 884… ojito con el diablo que quien de él no se cuida…

Oid, dixo, varones, una fiera azanna,
nunqua en est sieglo la oiestes tamanna,
veredes el diablo que trae mala manna,
los que non se le guardan, tan mal que los enganna

Solo he cogido las cuadernas más representativas. En la Edad Media, generalizando, no debía haber abundancia más que en la pobreza, riqueza en escasez y opulencia de miseria. El papel era a menudo apreciado y escaso y se hacía imperativo ahorrar. Ese dígrafo “nn” comenzó a dibujarse como una sola ene y otra menor encima (lo que hoy llamamos virgulilla). Pero lo explica mejor la primera edición del DRAE en la que la eñe se separó de la ene, la de 1803:

“Decimoséptima letra de nuestro alfabeto, la qual es un carácter á que se ha atribuido en castellano el particular sonido que se percibe en las voces maña, niñez, pañito, mañoso. Los italianos y franceses tienen esta pronunciación y la explican con la gn, y nosotros en alguna voces convertimos la gn del origen en ñ; y así de ignorare latino se dixo en lo antiguo iñorar, iñorante, y hoy decimos tamaño, que viene de tam magnus, y leño de lignum.

En los tiempos más antiguos de nuestra lengua se explicó con dos nn juntas esta pronunciación y algunos se han persuadido á que la tilde sobre la n, como hoy su usa se introduxo para denotar la otra n que se omite al modo que la tilde puesta sobre las vocales se usó freqüentemente en lugar de n.”


Una letra miembro de palabras tan importantes como el nombre de nuestro país, parte del final de tantos y tantos gentilicios en español, de adjetivos tan poderosos como “huraño” y cálidos como “hogareño”, de sustantivos capitales como “niño” o “ñu”… con una historia tan bonita como la que acabamos de contar, merece sobrevivir a “Internet”. Se dirá que la falta de la eñe en los teclados de los países de habla no hispana, e incluso la mediocridad de sus programas informáticos, que no la admitirán, impedirá que la letra llegue allende nuestras fronteras Iberoamericanas. Pero por ahí se empieza. Además, es lo mismo que decir que la reivindicación de lo nuestro frente a la modernidad anglosajona se queda dentro, para nosotros, nuestra cabeza y nuestros hijos… visto cómo se hacen nuestras cosas hoy en día… ¿les parece poco?.

viernes, junio 01, 2007

Sólo estar durmiendo es mejor que estar dormido

Caricatura de Émile Littré (1801-1881), Biblioteca Nacional de ParisLa historia de la anécdota nos deja perlas riquísimas en cuanto al uso del lenguaje en situaciones delicadas y contextos cultos. Émile Littré fue un político y lexicólogo francés del siglo XIX. Se encontraba cierto día impropiamente encamado con su criada, cuando su esposa entró en la habitación. En el proceso judicial de divorcio, parece que la risa estalló cuando el propio Littré (creador del afamado “diccionario Littré” francés) con frialdad decimonónica, relató el diálogo que tuvo lugar, comenzado por su mujer:

-Emile, estoy sorprendida…
-No, querida –reconvino Littré- tú estás asombrada. El sorprendido soy yo.


Don Camilo José Cela (1916-2002)Y es que, en efecto, “sorprendido” fue. La corrección en el habla en momentos de crisis demuestra un dominio importante del idioma o un culto mecanismo de defensa/respuesta… o las dos cosas. En nuestro país e idioma es conocida la respuesta de Camilo José Cela, en su época de senador, cuando un colega de cámara le recriminó por estar amodorrado en su escaño…

-¡Señor Cela, está usted durmiendo!
-No, estoy dormido –respondió Cela
-¡Es lo mismo!
-No, no es lo mismo. No es igual estar durmiendo que estar dormido, al igual que no es lo mismo estar jodiendo que estar jodido


Claro, con obviedad, si el verbo admite dos posiciones, una activa y otra pasiva, una objetiva y otra subjetiva, los significados de su conjugación o sus distintas formas pueden diferir. Los que tengan edad suficiente ya habrán entendido el carácter distinto de las segundas formas propuestas por “don Camilo”… Lingüística y gramaticalmente, el “estar durmiendo” es una acción que se lleva a cabo, mientras “estar dormido” es el estado del individuo en brazos de Morfeo. Resumiendo: ambas expresiones significan exactamente lo mismo. Navegando por Internet me he encontrado con estos intentos de una persona por explicar la popular expresión:

Primer intento -> No es lo mismo estar durmiendo que estar dormido. Estar durmiendo es estar ya durmiendo y estar dormido es estar dormido.
Segundo intento ->
Estar dormido es estar entre penumbra que ni estás ni no estás, durmiendo, por supuesto.
Tercer intento ->
Estar durmiendo es estar durmiendo en la cama o en el sofá sumergido en tus sueños y estar dormido es estar adormitado, que estás y no estás.
Cuarto intento -> Estar durmiendo es la acción de dormir y dormido es el estado en que te encuentras. (Debería haberlo dejado ahí, pero no…)

Último intento -> Si estás durmiendo no puedes hacer nada más, ni comer, ni cocinar... porque estás tumbado o sentado y estás dormido. Estar dormido es que estás en estado de semi consciencia y la parte que está consciente te permite escribir, comer... es decir, que puedes estar dormido y hacer otras cosas.

Convenimos en la cuarta, ¿vale?. Existen verbos sin lados, sin variedad de posiciones que, por uso y semántica también cambian de significado dependiendo de si elegimos el gerundio o el participio/adjetivo, como “beber”. Alguien puede “estar bebiendo” lo que sea sin “estar bebido” (o “borracho” que es lo que se entendería con esa expresión aquí). Esto tiene un truco/explicación: cuando decimos que alguien está “bebido”, usamos el adjetivo del verbo (con origen en el participio homónimo, sí); ese participio sería usado en el caso de cosas que hayan sido bebidas, como en “la botella fue bebida de un trago” (algo rara la expresión, sí). En cualquier caso son las típicas diferencias que se conocen con el uso del idioma y que cuestan de adquirir en el caso de los aprendices del lenguaje español.

De todas formas, las dicotomías posibles (tantas como verbos disponibles y mentalidades existentes) se prestan mejor que nada para la poesía, la imaginación y el surrealismo, como en aquella canción de 1990, plena de sensibilidad y emoción, de Siniestro Total, “Camino de la cama”:

En memoria de Morfeo,
tengo a media hasta el párpado.
Es la hora de la siesta,
veo un tronco y una sierra
y un rebaño de ovejitas
y un montón de zetas.

La Coca Cola sin cafeína,
el Nescafé descafeinado
y la cama ya me espera
horizontal o vertical,
yo prefiero horizontal
y a dormir a pierna suelta…

Colecciono moscas, moscas tse-tse
bebo cloroformo y meriendo valium diez…

Camino de la cama es el mejor camino,
sólo estar durmiendo es mejor que estar dormido