viernes, septiembre 29, 2006

Buenas noches y buena suerte

Es ya común escucharlo; nos hemos acostumbrado a las generales burradas lingüísticas de las retransmisiones y espacios deportivos en los medios. En un país en el que el periódico más leído es uno deportivo, todo el mundo habla como hablan la mayor parte de los periodistas de ese ramo, o sea, todo el mundo habla mal.

Imaginemos el caso real de Iván René Valenciano, jugador colombiano de fútbol que, tras someterse a varias operaciones de cirugía estética en un programa de televisión de su país, vuelve a las canchas de juego. ¡Qué más quieren los medios de comunicación españoles!¡fútbol y cirugía estética!¡qué “fashion”!. El periodista se prepara la entrevista: se empapa bien de escalpelos, liposucciones y algo de medicina deportiva; se informa de quién es el tal Valenciano y su carrera; anota dos chascarrillos y un paralelismo fácil y chabacano con la televisión española –quizá teñida de cierta crítica social para hacerlo más correcto políticamente-. En el aire tras la última cuña…

-Iván René Valenciano, buenas noches, buenas tardes para ti, allí en Colombia…

¡Aaayyy! Eso de “buenas tal”, para nosotros, “buenas tal” para ti, allí, en el país donde se fabrican los palos de Chupa-chups que no se derriten con la saliva, chirría… y mucho. ¿Qué pretendemos cuando decimos “buenos días”, “buenas tardes” o “buenas noches”?. Desde siempre, fue un deseo. Nos encontramos o saludamos a alguien deseándole que pase un buen tiempo a partir entonces –lo de antes no tiene ya remedio-. Carece absolutamente de sentido, pues, ese primer “saludo”, a no ser que nos queramos desear “buenas noches” a nosotros mismos. Si el entrevistado está en Colombia y allí es por la tarde, el saludo será “buenas tardes, fulano operado”. Probablemente la extensión del uso viciado (“buenas tal” allí, “buenas” aquí y malas donde el demonio le dé a parar) merezca una explicación mayor que sirva a la audiencia, además, para conocer la diferencia horaria exacta con el país sudamericano:

-Buenas tardes, amigo, porque allí son ahora las seis y cuarto, ¿cierto?

Quizá sea un paso más del proceso de desgaste del español: “buenas noches” ha dejado de ser un sincero deseo para ser un simple “hola”. Montados en el veintiuno, el otro nos importa cada vez más… tres narices y hemos olvidado que “buenas tardes” era una forma de que supiese que, más o menos sincera y/o gravemente, nos preocupábamos por él. Decir “buenas noches” es como regalar un “buena suerte”, con sus matices, claro, pero ambos son deseos. Pero… ¿y que hay de esta otra situación?. Iván René está enfadado por la entrevista en la radio española –piensa que se han tomado su caso a chufla- y, horas después, se encuentra con su vecino Waldo:

-¡Hola, Iván!, buenas noches
-¡Buenas serán para ti, Waldo!


¡René!... no esperábamos esto de ti… Aquí la confusión llega porque (al contrario que en el caso anterior, cuando se pensaba que “buenas noches” es un saludo y no un deseo) el individuo supuestamente afrentado toma la expresión como una nota informativa, que ha de ser veraz. Como él sabe que no es cierto que sean “buenas”, se rebela. Pero nooo… Waldo no intentaba informar sino, de nuevo, desear. Así, la reacción de Iván debió haber sido la opuesta pues, consciente o no de su aventura mediática española, Waldo sólo quiso que su noche fuese… pues eso, buena. El caso es el mismo que cuando ponemos reparos al deseo porque está lloviendo o hace mal tiempo.

-¡Buenos días, Manuel!
-¡Uffff! No sé si buenos, con este tiempo…


Pues peor para ti, sólo te lo deseaba, no hacía un análisis metorológico.

En otra parte del plato de la balanza de este problema del castellano actual, encontramos la expresión “buenas madrugadas”. El profesor Fernando Lázaro Carreter, en uno de sus dardos encuadernados, trata el tema. Allí ponía las bases de la aparición de la, hasta hace nada, inexistente expresión, sobre dos pilares, que creo acertados: 1)la indecisión actual en el complemento a usar tras las horas después de medianoche (¿dos de la noche?, ¿de la mañana?) y 2)la necesidad de un saludo propio de la nueva fauna de madrugada –jóvenes, insomnes bursátiles, radio-adictos…-. Sin embargo, al contrario de lo que refiere don Fernando, yo sí creo que en España ha habido tradición de vida de madrugada: él sostiene que hasta ahora no había necesidad de saludo específico pues la gente no salía a esas horas; creo que, en España, sí que se hacía, desde hace siglos, y mucho. Se pueden poner los ejemplos seculares que se quieran, y serán pocos (desde la tradición religiosa –ordenada o seglar, como las celebraciones de Semana Santa-, pasando por los lances de cama o los de taberna y espada del siglo de Oro o las simples y míticas juergas de amigotes cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos). Si entonces no hacía falta esas malsonantes “buenas madrugadas”, ¿por qué ahora sí?.

Lo que nos difiere de las gentes de aquellos días, es el estar “globalizados”. Las radios digitales y por Internet han hecho crecer el número de adeptos nocturnos y, de manera general, cuando manda el vulgo, la incorrección se extiende. La corrupción del español por parte del inglés (que aquí denunciamos de continuo), el espanglis y demás problemas de todos los campos, corren todos los días como la pólvora. Alexis de Tocqueville dijo que los relojes eran verdaderas maravillas de la Técnica cuando los hacían los verdaderos artesanos. Cuando todo hijo de mercachifle aprendió a hacerlos, se fastidió la maravilla (y eso que él no conoció el reciente género chino, taiwanés…).

Si son más de las doce de la noche y antes de las seis cuando lee esto, amigo, y encima ha llegado hasta aquí, gracias y buenas madrugadas. Y es que, como decía Rafael Amor –con quien no comulgo, por cierto, pero sí me hace reír- en aquella canción:

“Estoooooooooyyyyyyy globalizaaaaaaaaaaaadooooooooooo…”

viernes, septiembre 22, 2006

¿Internet es una “nueva tecnología”?

Es abundante lo escrito en papel y en dígitos sobre la influencia en el castellano de las “nuevas tecnologías”, los inventos de a partir de mediados del siglo XX y los artilugios diarios de comienzos del XXI. En forma de neologismo sin legitimidad para pasar al español (o léase “barbarismo”), se multiplican semana a semana los vocablos que, debido a la rapidez de su creación y expansión, nacen y se extienden sin equivalente que guste en castellano. Y digo “que guste” porque la palabra equivalente en español puede existir, otra cosa es que el hispanohablante decida que es lo suficientemente “chic”. Sin ir muy lejos, en este mismo rincón de la lengua española, hemos tratado el problema de la informática en general y los neologismos, en la segunda parte del artículo dedicado al espanglis. Hay que evitar lo fácil y acercarse a lo nuestro. No hemos de engañarnos en lo propio rebuscado; habría que aceptar lo extraño cuando es mejor o lo único que tenemos. Repasemos lo tocante a Internet.
WWW son las siglas de “World Wide Web”, algo así como “telaraña” o “red” o “maraña mundial”. Incluso antes de que fuese histórica y comúnmente aceptado ese “WWW” sería extraño denominar al conjunto de páginas web algo así como “telaraña global”. El tema se agrava ante la dictadura anglosajona y sus efectos: para acceder al noventa por ciento de las páginas de Internet hay que teclear las consabidas “tres uves dobles”... Digo lo mismo de su apócope (que en principio era sólo una de las millones de integrantes de la WWW), o sea “web” –para mí y la RAE, neologismo, español-. Es barbarismo, en cambio, el caso del email, o e-mail. ¿Por qué no decimos “correo electrónico”?. Las razones han sido descritas por los teóricos. ¿Tenemos prisa y no queremos entretenernos, por el principio básico de economía humana?, pues que sea “correo-e”. No gusta, ¿no?, ahí entra el segundo factor: no es “chic” decir correo-e. Pues sepa usted, amigo “fashion” que ése es el exacto traslado del e-mail: correo-e. ¿Por qué es normal en inglés y ha de ser ridículo en español?. Siempre nos quedará el “correo electrónico”…

Al parecer, Internet es una nueva tecnología. Esta locución sustantiva –“nuevas tecnologías”- nos empieza a parecer cargante. Primero porque se usa en casos indebidos (Internet como hoy la conocemos, con WWW y todo, tiene ya más de diez años) y segundo porque se pretende que englobe, semánticamente, campos tan diversos como los de las comunicaciones, los aparatos electrodomésticos, la informática, etcétera, que empieza a estar, a finales de 2006, realmente vacía de contenido. No todo lo que usamos puede ser “nueva tecnología”, ¡por favor!. Nadie puede dudar de que las palabras pertenecen a sus hablantes y, por ejemplo, aunque, cultamente, “Internet” debiera aparecer siempre precedida del artículo (“la Internet”), desconociendo su origen y traducción, no nos da la gana ponerlo. Pues bien. Pero que nadie me niegue la posibilidad de advertir las razones de los contagios y sus características, en Internet, esa “nueva tecnología” con más de cuarenta y cinco años de historia.

Hasta las dos direcciones del tráfico en Internet desde nuestro ordenador han dado –y dan- problemas lingüísticos en español. Directamente del inglés, se utiliza “bajar” para obtener algo de “la Red” (de download, down, “abajo” y load, “cargar”) y, en contraposición, “subir” para hacer disponible algo en Internet (upload, de up, “arriba”). Parte de los teóricos de nuestro idioma han protestado que ni “subir” ni “bajar” tienen sentido: dicen que los archivos, bits, bytes y megas no están “subidos” en ningún lado para que haya que “bajarlos”. Personalmente, sin embargo, veo en esa imagen de una Internet en metafórica posición superior a la de nuestro ordenador, una forma de simplificar el idioma. Se puede utilizar “descargar”, pero ¿y para “enviar” los archivos?. Si usamos ese “enviar”, el “recibir” vendrá por añadidura automática; empero el verbo “recibir” tiene un matiz pasivo del que carecen nuestras acciones diarias en Internet. Es decir, no es lo mismo decir “me he bajado esto” que “he recibido esto”. En la primera no hay duda de nuestra participación; en la segunda puede quedar confusa. Al menos lo hemos traducido (hablo de upload & download, por “subir y bajar”).

Es difícil todo esto. ¿Y qué hay de lo grande que es o no es un archivo concreto?. Tantos megas… pero ¿cómo preguntamos ese dato?. Unos dicen “¿cuánto ocupa?”; los que entienden que algo que no pueden tocar no puede “ocupar” ningún sitio, cuestionan “¿cuánto pesa?”. En el mundo anglosajón (que nos ha traído los archivos y los ordenadores) está generalizado el uso de size (“tamaño”) y la pléyade de verbos y expresiones que con él vienen. El peso físico en el disco duro de un archivo de un mega y el de otro de cien, viene a ser el mismo, pero el espacio que ocupa, no. Yo, al menos, pregunto que “cuánto ocupa esa foto en formato jpeg”…

Todo lo que estamos tratando –relacionado con Internet y el castellano- está más o menos en el candelero. Alguien puede contraponer: “¿porque hablamos de nuevas tecnologías y, al ser nuevas, están de actualidad?”. La verdad es que no lo creo. Internet no es nuevo, lo hemos dicho, y no debería ser así denominado. Lo que si es nuevo es su grado de penetración entre la población de Occidente, con índices de crecimiento general, enormes. Eso hace que todas las escalas de edad y todos los niveles sociales, así como todos los sectores profesionales, precisen de vocabulario exacto para comunicar sobre, para y en Internet.

Así es, y es tan cierto como que esto es un blog. Sin comillas ni cursivas: un blog. Para mi es ya palabra castellana. Es un obligado neologismo pues no hallo palabra española nueva o existente que designe el concepto, de manera suficientemente satisfactoria. Un blog es una página web actualizada periódicamente cuyos contenidos son mostrados de manera cronológica y, generalmente, cronológica inversa –lo más reciente antes-. En castellano está bastante extendido el término “bitácora”; lo respeto. Pero del mismo modo que “blog” viene del inglés (apócope de weblog, de web y log –“registro”-), “bitácora” vino en su día del francés para designar en principio un mueble de un barco y, después, el cuaderno que dentro de él se rellenaba. No hay mal en la adopción de lo necesario y el cuaderno de bitácora es algo muy distinto a un blog. Otra cosa es que, de nuevo para mí, la heterogeneidad de todos los blogs en el mundo impida la normalidad y la necesidad real de una palabra como “blogosfera”; dudamos incluso de la existencia del concepto que trata de nombrar, más allá del “conjunto de blogs”.

Nuevas técnicas y problemas, pero nada de esto son “nuevas tecnologías”… que conste.

viernes, septiembre 15, 2006

Alatriste, Contreras y Ortega (…y el análisis)

(Viene de aquí)

Don José Ortega y GassetY seguimos hablando de letras españolas –que no de lengua pura y dura esta vez, por mucha o toda relación que tengan-. Antes de seguir, hemos de dar las debidas gracias a quien nos sugirió tocar este tema con este sesgo: de nuevo, don Antonio Elegido, gracias; está realizada la donación prometida de la edición de la autobiografía de Contreras manejada para la concreción de este artículo: el libro descansa ya en su biblioteca. Rápidos nos apetece escribir tras la inspiración de don José Ortega y Gasset y su comentario a la autobiografía del capitán don Alonso de Contreras. El lector sensible podrá reír y llorar con estas líneas a su antojo; así lo deseo. Quiero introducir pronto una cita a don José, que debería convertirse en proverbial, en cuanto a sus comentarios sobre Contreras toca:

“Al leer las memorias de Contreras, lo primero con que tropezamos es con su inverosimilitud. No conviene resbalar sobre esta impresión porque es esencial. Se trata, precisamente, de una narración sobremanera inverosímil, a la cual acontece la gracia de ser la pura verdad”.

Otra más. Descriptivamente, cierro el detalle del natural paralelismo Diego Alatriste-Alonso Contreras con otra cita de don José, que aplico, lógica y justamente ahora a Pérez-Reverte:

“Desde entonces –y esto es lo que conviene subrayar- constituyen [las memorias de Contreras] el documento clásico donde absorben su información cuantos quieren describir el tipo de soldado que abrumó la vida de Europa durante la primera mitad del siglo XVII”.

Todo lo dicho en adelante y atrás sobre Contreras, aplíquese con generosidad sobre el gran personaje nacido en 1996 de la mente del académico don Arturo. Alonso, de baja cuna, llega a caballero del Hábito de San Juan, soldado de mérito, temido en ultramar y respetado en casa… ¿o acaso este era Diego?. En aquella España en la que las clases bajas comían croquetas de pollo que tenían más harina que ave, sus estadistas comprenden la necesidad, según nos revela Ortega, de tener un ejército que gane realmente batallas: de un ejército profesional. Fernando el Católico, sin saberlo, en el XV aprovecha la juventud del Estado en el mundo para empezar a construir grandes ejércitos con individualidades; pagadas, sí, pero ansiosos de gloria y convencidos de la justicia de su campaña: ése es el germen del tercio castellano. En una época en la que el Estado, por joven e inexperto, se dedica a “redondear”, a proyectar y dirigir, la aventura es dejada a las personas (al contrario que ahora, donde la guerra, la acción y la campaña es patrimonio de las naciones). Ahí se gesta el personaje de Alatriste y la persona de Contreras, siglo y medio, dos siglos antes de su existencia, cuando, según algunos historiadores –como Geoffrey Parker- España se medía en igualdad e incluso en inferioridad con Francia e Inglaterra en la capacidad de movilización de tropas. Para 1550, según Parker, triplicaba ya el potencial francés gracias en parte, como decimos, a Fernando.

Contreras es amigo personal de Lope de Vega, como Alatriste lo es de Quevedo. Ambos escritores fueron lo que alguna película anglosajona nos ha intentado vender de Shakespeare: de líos de sábanas y espadas, de maridos despechados y aventuras de madrugada, de versos y vinos, chanzas y sables. Por eso se llevan tan bien Lope y Alonso, Francisco y Diego. El perfil de aventurero que existió como español en el XVII, según disecciona Ortega, no reflexiona, es feliz con lo que viene porque, por no planificar, no se hace jamás una imagen de su futuro. Gente así se encuentra la aventura allá donde va: ¿que una leve parada en el pueblo de Hornacho (por Badajoz) se convierte en una excursión a una gruta donde hay unos féretros repletos de armas?, ¿protagonista?, ¡Contreras, claro!. ¿Que se nos retira a acabar sus días de ermitaño y que, al poco, tiene su chamizo rodeado por la mitad de los efectivos del ejército de la zona exigiéndole la “rendición” por un oscuro asunto? ¡Tiene que ser Contreras!.

Hay una diferencia genial entre aquellos hombres y nosotros: entre aquellos españoles y nosotros. En varios pasajes de la autobiografía se menciona al temido “Guatarral”, por las tierras de Indias, al que don Alonso hace huir en alguna ocasión con el rabo entre las piernas. Ese Guatarral no es sino la corrupción fonética de Walter Raleigh (al que se le suele anteponer el sir, pues se conoce que la Corona británica se acostumbró a ennoblecer a piratas que le servían contra España, en aquella época). Antes importaba tres narices cómo dijese ese fulano que se llamaba… “¿a mí a qué me suena? ¿a Guatarral?, pues así lo llamo. No nos van a enseñar a hablar, ¡encima!”. Ahora cuidamos más el idioma de los antiguos bárbaros que ellos mismos. Y estamos prestos a corregir a alguien que pronuncie mal un mal vocablo inglés. Este hecho aislado no sería en sí mayor problema, si no fuese porque es síntoma o ingrediente –que ni alcanzo a saberlo, y me apena averiguarlo- de decadencia y estúpido complejo de inferioridad. Antes eso no existía.

Dice Ortega: “Se podrían extraer de estas memorias varias películas magníficas en tecnicolor” (1943). “Varias”, ¡pues claro!. Eso y sólo eso se merecía el capitán Alatriste: una película bien hecha, “magnífica”. Nada de excentricidades estilo Blanca Portillo como Fray Emilio Bocanegra; nada de “barcos” que cantan a la legua que son escenarios; nada de grandilocuentes, artificiales y visibles despedidas de personajes y actores –Quevedo/Echanove -; nada de obviar ignorante y atrevidamente las características de un corral de comedias del siglo XVII, instituciones fundamentales del pueblo de la época; nada de escenas descoyuntadas con elipsis groseras a más no poder; nada de escenarios urbanos recargados con demasiados extras como para hacerlos reales; nada de chabacanos insertos de un ciervo en escenas de caza. Y justo cuando uno se pregunta cuánto más se contendrá el director en hacer que Anaya enseñe las tetas en una película española… ¡zaca! ahí están sin justificación y acompañadas de publicidad atea, impropia, falsa, inexistente en la época. El final puede decir algo. El orgullo y la acción: eso es Alatriste/Contreras. Desconozco si ha sido la vanidad legítima por la historia patria lo que ha motivado las horas dedicadas a la película por parte de, sobre todo, su director; estaría bien que así fuese, pero a otra cosa, mariposa. Veinte años de funcionariado con sueldo seguro es mucho peso para hacer ahora arte con gloriosa base. Desde luego, una generación como la que describe Ortega en el prólogo a las aventuras de Contreras se merece una historia mucho mejor contada. Conociendo a los “cineastas” españoles, casi es de agradecerles el que no hayan censurado la palabra “España” de la “película”.

Continúa don José en sus extraordinarias notas:

“De quinientos en quinientos años el Asia adelanta una pinza formidable sobre Europa con ánimo de estrangularla. Un brazo de la pinza entra por los Urales y se dirige al Danubio. El otro se corre por el norte de África y llega hasta el Mogreb”.

La lucha hacia 1600 estaba con el Imperio turco. Aquello pasó. Los quinientos años que vaticina Ortega se cumplirán dentro de un siglo, más o menos. Es de prever que para entonces, la “bomba” económica china haya explotado y sostenga ese brazo norte de la pinza. La amenaza del islamismo fundamentalista, en guerra actual con Occidente, puede ser el otro. Pero… ¿y si la conquista del Imperio chino fuese en realidad tan económica y falta de violencia como se puede prever?¿y si la pinza volviese a estar enteramente suscrita por elementos musulmanes?. El brazo sur podría ser el empuje del Magreb –que hoy vivimos en forma de inmigración ilegal masiva e insostenible, “colonización” cultural…- y la norte la existente en Europa, hoy en día… con los europeos. Germen de incontables desgracias del futuro, la falta de orgullo y aprecio por el pasado occidental hacen cada vez más difíciles los sostenimientos de los pilares básicos de nuestra sociedad, como la democracia. ¡Incluso se llega a ver con tintes “románticos” la desigualdad hombre-mujer en el mundo árabe!. Es éste un rincón de la lengua castellana. Por la lengua, invariable e ineludiblemente, la cultura hispano-latina, y es mi obligación advertir del riesgo que ambas corren.

La autobiografía de Contreras, escrita en tres etapas, concluye en el relato de cómo demuestra ante el Marqués de Santa Cruz –miembro del Consejo de Estado-, con hartos papeles, la falsedad y aun ruindad de la acusación contra su persona de ser “capitán de tramoya”.

“Ahora vea Vuesa Excelencia esta patente, licencia y reformación con que echará de ver que lo que he contado es verdad, y que fui capitán de corazas siete meses y tres días.
Mandóme…”


Y como concluye don Fernando Raigosa en sus acertadas (aunque escuetas) notas a la autobiografía del sobresaliente capitán, “Aquí finaliza la parte conservada del documento. El resto se ha perdido”.

viernes, septiembre 08, 2006

Alatriste, Contreras y Ortega (los hechos…)

Es obvio que el capitán Alatriste está de actualidad. Un capitán que no fue tal (que en realidad no fue) y que, desde la pluma de su autor, tiene un trasfondo mucho más amplio del que, en principio, pudiera parecer. En este pequeño rincón de la lengua castellana haremos hueco estas semanas para las letras en español. Este tema en particular da para, al menos, un libro; nosotros lo intentaremos resolver en un par de artículos: en el primero describiremos, en el segundo profundizaremos. Pérez-Reverte da con el personaje allá por 1996. A cualquiera que haya buceado algo en el soldado prototípico del siglo XVII español, no se le puede escapar una idea defendida en los años cuarenta del siglo XX por don José Ortega y Gasset: la autobiografía del soldado don Alonso de Contreras es un referente básico a la hora de describir y entender la vida, motivaciones y circunstancias del aventurero español y, circunstancialmente, del siglo XVII.

El tema, jugoso donde los haya y en el que estoy deseando profundizar, goza de la siguiente cronología:

-Siglo XVII: el capitán don Alonso de Contreras escribe en Roma, por espacio de once días, su autobiografía, que abarca más de treinta años, y que está plena de pleitos, aventuras piráticas en el Mediterráneo, celos, luchas, Don Lope de Vega y Carpio, el Fénix de los Ingeniosespadas, honor, orgullo (religioso y patriótico), amor y vida.

-Mismo siglo XVII: Lope de Vega dedica, en el prólogo de su obra, el “Rey sin reino” a su amigo Alonso de Contreras, convencido de ser un mortal merecedor de trono, de encontrarse en otras circunstancias.

Don Manuel Serrano y Sanz-Principios del siglo XX: el erudito don Manuel Serrano y Sanz recupera para el gran público (en principio más inglés y francés que español, tal es la desgracia del compatriota que sobresale, estar condenado a no ser profeta en su tierra) la autobiografía de Contreras.

Don José Ortega y Gasset-Mediados del siglo XX: don José Ortega y Gasset prologa una reedición en español de la autobiografía, en un jugoso texto, que procuraremos diseccionar y analizar como se merece.

Don Arturo Pérez-Reverte-Año 1996: don Arturo Pérez-Reverte (futuro académico de la lengua) comienza sus entregas del capitán Alatriste, indudablemente inspirado en la autobiografía de Contreras y, en menor medida –estamos seguros- el relato de las aventuras de los pocos demás soldados contemporáneos cuya vida hemos conservado.

La película recientemente perpetrada la hemos de despachar rápido. La misma no es el motivo ni el argumento principal de este escrito (quizá si su excusa o mecha de oportunidad). Metido de lleno en la acertada y bien masiva campaña de publicidad del largo, uno había recuperado la fe. Creía en el buen hacer general (aunque con altibajos) de Juan Echanove, en la habilidad interpretativa de Javier Cámara como el Conde Duque de Olivares y veía en Mortensen una gran oportunidad de proyección internacional. Hasta se había convencido de la segura mano firme de Agustín “Tano” Díaz Yanes tras la cámara, totalmente novel en proyectos de esta envergadura. Todo se vino abajo en la visualización del estreno. Díaz Yanes debió pensar que dirigía uno más de esos panfletos de celuloide que acostumbra a vomitar el cineasta/funcionario español. En cuanto a la película, se han cargado la historia de Alatriste. Ni con medios el “cine” español es capaz de hacer cine; ¿cuál es la excusa ahora?, ¿no será que los americanos hacen mejor cine, en verdad?. El cúmulo de errores de Alatriste se asemeja descorazonadoramente a la selección del, para algunos, gracioso Manel Fuentes como la voz del Cid en aquella película de dibujos. Fuentes le quitó todo el heroísmo real y la carga de fuerza que la figura que doblaba tiene y tuvo en la Historia de España: triste. Se han pasado media vida cobrando por convencernos de que lo español es casposo y cutre: no pueden redimirse con la verdad, de manera creíble, y esperar que nos lo traguemos. Alatriste tiene garrafales errores de nexo en montaje, ridículas decisiones de casting y un “querer y no poder” en las fundamentales escenas de acción que da más rabia que pena. Pero que quede claro que el tema principal de estas dos entregas de “El castellano actual” no es ni la película ni su crítica, si no las relaciones entre Alatriste y Contreras y las de ambos con Ortega.

La novela es otro cantar. Las narraciones de Reverte sin alcanzar (de momento) el grado de “básicas de la literatura española”, sí que recuperaron un género y un personaje para las letras españolas. El orgullo de lo español, el personaje privativo y exclusivo de la tierra que queremos y lloramos como “España” (como se hizo siglos antes –contemporáneamente- con el pícaro Lazarillo/Buscón o la alcahueta Celestina/Trotaconventos) renace y lo hace en forma de orgulloso soldado de los Tercios viejos de Flandes. Nadie había explorado esos terrenos antes con éxito similar y las novelas de Pérez-Reverte cumplen, sin dudarlo, su cometido: entretener, divulgar y concienciar. Las aventuras nos divierten, los trazos históricos nos enseñan y el patetismo de un Imperio en declive nos conciencia del mal endémico español: la propia psique española.

Pero de todo esto, con la ayuda de don José Ortega y Gasset, mandando el espacio y una vez apuntado y enmarcado el tema, hablaremos, Dios mediante, la semana que viene.

(Continúa aquí)

viernes, septiembre 01, 2006

Algunas ciudades españolas

Hace tiempo que tenía ganas de tratar este tema, del que seguro tendremos oportunidad de gustar más veces, más adelante. El origen de la palabra, del nombre propio, que designa a nuestras ciudades es, a menudo, curioso. Y de las toponimias españolas digo sólo “curioso” por no reconocer la carga histórica que contienen: una estiba de Historia común que se empezó a forjar antes de que naciera el castellano, en muchos casos, y que éste afianzó, en los nombres de nuestros asentamientos. Etimología de ciudades españolas: toponimia española.

San Emeterio y San Celedonio fueron dos legionarios romanos a los que, según se cree, alrededor del año trescientos de nuestra era, martirizaron por profesar el Cristianismo. Curioso este caso ya que aúna dos de los pilares de la cultura hispánica que sobrevive dos milenios después: el ingente legado latino y la religión cristiana. Pero vayamos al grano: las cabezas de los santos mártires fueron conservadas como reliquias en su origen (Calahorra) hasta que esta plaza se vio amenazada por el avance árabe a finales del siglo X. Fue entonces cuando se cuenta que las reliquias fueron llevadas hasta la actual Santander, donde se depositaron en una abadía, sita en el emplazamiento de la actual catedral. El nombre de la capital de Cantabria viene de uno de los dos santos: San Emeter.
Santander, playa de El CamelloPasa muchas veces en etimología y, al parecer más con los topónimos: la voluntad popular y su gusto retuercen tanto las palabras primigenias que, siglos después (ahora) se hace difícil seguirles la pista. ¿Cómo se llega del “Sancti Emetherii” latino al Santander actual?. Según sabemos, las derivaciones vulgares como “Sancti Emderrii” y de ahí “Sancte Endere”, dieron como resultado “Santendere” y “Santanderio”. Sin duda, una de las etimologías toponímicas más enrevesadas (¡y ojo!, “de las conocidas” más enrevesadas, que las hay tanto que no hay ni por donde cogerlas).

Según la última opinión arqueológica más o menos generalizada, el siguiente emplazamiento que trataremos, civil a la postre, constaba como campamento romano desde el siglo I a.C. La Legio VI Victrix parece ser el primer destacamento militar del que se tiene constancia por allí en los tiempos de Augusto (lugar que se consideró bueno, como base para las luchas con los bárbaros del N); la Victrix fue sustituída por la Legio VII Gémina (antes llamada Hispana o Galbiana –en honor a su emperador fundador: Galba-) poco después. Tanta “legión” dejaría huella en los habitantes civiles que, inevitablemente, seguían a los asentamientos militares de larga duración en todo el Imperio Romano. Y de “legión” a León no hubo más que un paso (influenciado quizá por la proximidad léxica del leo, leonis latino, el feroz felino, que nada tiene que ver con la ciudad).

A veces, aunque se conozca el origen del nombre de una villa es difícil imaginar cómo el gusto popular lo ha retorcido hasta convertirlo en lo que es. Pasa con Santander y con una de los tantos asentamientos nombrados –o renombrados tras conquista- en honor a Octavio Augusto. Zaragoza fue “Caesar Augusta” en inicio, pero ¿cómo llegó ahí?. Hemos de hablar de la intervención árabe: en el 714 los musulmanes conquistan como el rayo la península. Y eso de “CaesarAugusta” les sonó a “Saraqusta”… es fácil figurarlo si nos imaginamos un moro actual con su marcado acento intentando decir “CaesarAugusta”. Octavio fue olvidado, se retorció en su tumba y Zaragoza fue “Medina Albaida Saraqusta” hasta su reconquista (1118). Desde entonces su evolución pasó por “Saracosta”, “Saragossa" y “Çaragoça” hasta nuestra preciosa capital del Pilar y Aragón actual.
La basílica del Pilar a orillas del río Ebro, en ZaragozaEl ejército romano trataba muy bien a sus unidades. Eran alimentados, sanados tras la batalla, recompensados tras las gestas y licenciados tras su vida de entrega al pueblo de Roma y su Senado. Así llegaron donde llegaron (hasta que llegaron). La “licenciatura” (que podíamos asimilar a la jubilación militar) solía ir acompañada de beneficios, privilegios, dineros y tierras y había destinos (territorios donde se concedían las tierras) más apetecidos que otros: la bella Hispania era uno de ellos. El soldado licenciado con premio por sus méritos era emeritus, “emérito” del ejército.

En una de las divisiones administrativas de la lógica unidad hispana para los inteligentes romanos, en Lusitania, se creó un destino común para los soldados eméritos: “Emérita Augusta”. Lo de “Augusta” de nuevo es, lógico, en honor a Octavio –que se volvería a revolver en su tumba si supiese la actual falta de su nombre en el topónimo-. Así nació Mérida, capital, enseguida, de la provincia lusitana y, hoy, de Extremadura.

Más allá de la curiosidad y la cultura, la descripción del origen del nombre de nuestras ciudades revela una Historia secular común, afecta a todo este pedazo de tierra al que todo el que llegó lo vio como uno. Una Historia común cuyo recuerdo quizá hoy no sea del agrado de muchos, a pesar de sobrepasar –a veces en siglos- la edad de la de la mayoría de nuestros vecinos europeos.

Vista general del teatro romano de Mérida