viernes, febrero 24, 2006

¿Qué fue del latín?

Sabemos que nuestro preciado castellano proviene del latín. En cierta manera, el idioma latino murió para que sus hijos perviviesen en la boca de sus hablantes y, así, de algún modo, perpetuarse él mismo a lo largo de los siglos. Pero no, no es así; yo estoy escribiendo ahora mismo en latín, un latín ultraevolucionado y –mal que me pese- ultravulgar. El latín sigue vivo en sus hijos y una buena prueba de ello es el párrafo que ahora termino: alrededor de un 95% de las palabras en él escrito descienden directamente del idioma de los dueños originales de nuestra cultura.

Sabemos, pues, que muchas de nuestras palabras son latinas de origen. Bien. ¿Y qué? ¿algo más?. Hay poderosos factores socioculturales, así como políticos e históricos que resumiré mal y rápido –por el espacio que tengo- después, pero además, también hay orígenes curiosos de vocablos insospechados…

Si alguien es considerado proscrito sabemos que está en un aprieto con la justicia. El medio de publicidad del Estado en la antigua Roma era una especie de Boletín Oficial en forma de losas escritas o carteles que se colgaban en el foro –principalmente- y las plazas públicas. Allí, entre otras noticias, se hacían públicos los proscriptos, es decir, los que eran escritos delante (pro) de la gente, para el conocimiento público y el escarnio particular. Los proscritos no eran necesariamente prófugos de la justicia, si no generalmente desterrados y gente cuyas propiedades habían sido confiscadas, ambas circunstancias aplicadas como pena.

Nuestras preciosas islas Canarias deben su nombre a la denominación del perro en latín (canis, -is). Los antiguos sabían de la abundante existencia de la raza de perro denominada “bardino” en el archipiélago –hoy prácticamente extinta-. Las islas Canarias eran, pues, para los romanos, islas “Perrunas” y los lindos pajaritos tomaron de ellas su nombre, no al revés; y no es broma.

Nuestro calendario viene del kalendarium romano. ¿Y qué?, pues eso, y que un kalendarium era, en inicio, una forma que tenían los prestamistas y comerciantes de llevar la cuenta en las kalendas (inicios de cada mes) de quiénes les pagaban y quiénes no. La adición del viejo sufijo “-arium” (como el actual –ario) sirvió para dar idea de conjunto, reunión de calendas (como en “bestiario” –en su acepción bibliófila-, “animalario” o “vecindario” –creo que hay alguna maldad en este paréntesis, pero se me escapa-).

Más allá de la importante anécdota, el latín otorgaba básicas herramientas de clasificación de ideas a aquél que lo hablaba desde su gramática. Riqueza infinita de detalles, significados y matices en cada palabra. Pensamos en nuestro idioma y no me cabe ninguna duda de que el latín fue parte responsable de la supremacía –de todo tipo- de sus pueblos en buena parte de la historia. Los idiomas no son equivalentes; pueden servir para lo mismo, pero los hay más simples y más complejos. Por eso no es justo que los que aprenden el español naturalmente, lo degraden y descuiden; es una enorme y valiosísima herencia. Además, tremendamente eufónica y agradable al oído y eso no lo pueden decir todas las lenguas –ni siquiera todas las romances-. En cuanto a los planes de estudio actuales: para alguien para el que el latín puro original no ha sido su lengua materna, su aprendizaje le ayudará de manera crucial a pensar y relacionar, por tanto, a desarrollar su inteligencia. Ahora la reflexión: ¿por qué los políticos actuales le quitan, plan sí y sucesor también, cada vez más horas al latín?¿qué tipo de votantes del mañana quieren?. Esos mismos.

viernes, febrero 17, 2006

Hablar, pensar, decir...

Uno de los vicios más extendidos del castellano actual es el uso indebido del infinitivo. Aclaremos aquí y ahora que no es vocación exclusiva de este espacio la denuncia sistemática, pesada y exquisita de los errores de los hablantes actuales del español, pero no negaremos que sí es una de sus premisas; aseguremos que no es la única, eso sí, y aceptemos que el resto puede que parezcan menos pretenciosas (a pesar de no contar la descripción de vicios que realizamos ni con un ápice de soberbia o falso orgullo).

Así, si fuésemos uno de esos ligeros y alegres periodistas, sustitutivos de estos o similares, omnipresentes que toman la Academia a chufla y a sus pacientes a broma, diríamos aquello de "decir que no queremos avergonzar a nadie". Tenemos prisa y no nos apetece usar una perífrasis como "hemos de decir" o "queremos decir", porque lo que queremos es hablar rápido, torpe y mal.

Por otro lado, comentar, perdón, es necesario comentar, que no tenemos que confundir este uso viciado del infinitivo (directamente heredado de los indios Arapahoes -"el jefe estar en la Gran Cascada, ¡jau!"-) con aquél que lo emplea como sustantivo. Éste último es perfectamente lícito, como en: "el comunicar es una ocupación demasiado seria como para tomársela tan a la ligera". ¿Demasiado largo el ejemplo?, ¿qué tal éste?: "todos podemos errar, pero permanecer en el error, más aún, que nos dé igual el error, significaría pertenecer a la peor clase de necio existente". Sí, demasiado largo también, cierto. Podemos errar, en definitiva, pero debemos rectificar y preocuparnos de hacer bien nuestro trabajo día a día.

A otra categoría pertenecen los infinitivos pervertidos revestidos de cierta respetabilidad por su conjunción con pronombres personales. Yo mismo me he confundido más arriba en el uso del infinitivo, y he pedido perdón, pero, en cuanto a esos últimos, asegurarles que nunca los usaré.

jueves, febrero 09, 2006

Queísmos

El "dequeísmo" es ese vicio del lenguaje que tantas veces oímos en los programas de crónica morbosa de las tardes de la televisión nacional... "y le dije a mi mujer de que tuviese cuidao con el perro". El perro cumplió su papel en la noticia y por desgracia mordió al buen hombre. No como castigo por hablar mal, que fue con anterioridad... pero él se quedó con el mordisco y la incomprensión y falta absoluta de culpabilidad de su mujer y el can… según ella. Poner, en definitiva, una preposición "de" con un verbo que no la admite es el "dequeísmo".

El "queísmo" sin embargo vamos a reservarlo para las horas en que la descripción de la actualidad se tiñe de rosa (ya saben que el porcentaje rosa en la televisiòn oscila entre el cincuenta y el noventa por ciento del total de la programación, dependiendo de la emisora). Aparecen entonces la pléyade de hijos de la calle reconvertidos a famosos, pero que, a diferencia del pobre hombre del perro (que aún se duele en su trasero), quieren hablar en fino. Así, temiendo el dequeísmo, dicen "tengo miedo que lo publiquen"... "De que" lo publiquen, amiga, "de que" lo publiquen... ¿de qué tienes miedo?... de que lo publiquen.

Las posibles soluciones pasan por atar al perro, cobrar por las fotos en un falso robado y, en lo puramente lingüístico, dar una rápida lección sobre el dequeísmo a unos y queísmo a otros justo después del mordisco y las fotos, de manera que con el dolor y la rabia, quizá se les grabe en condiciones las formas de hablar bien a estos protagonistas innecesarios de los medios...

Si se llevase a la práctica ya veo al pobre hombre estirando el cuello, con risa forzada, sudando la gota gorda y con todos los músculos en tensión, diciendo en exquisito y tembloroso castellano a su mujer al ver pasar al perro... "cariño, recuerda que tienes que atar a tu lindo perrito". En muchas ocasiones este primer tipo de gente no tiene la culpa de hablar como hablan, por no haber gozado de oportunidades de educación. Pero, de forma más merecida, también veo a la cincuentona operada en el aeropuerto con su nuevo amigo, a la vista de los fotógrafos que están a punto de fastidiarle la exclusiva: "cuida de que no se te vea la cara, cariño".

Si él "le coje por el hombro" mientras se tapa la cabeza con la chaqueta, esperaremos a que se estrompe contra la fila del carrito portaequipajes o se dé con la parte superior del marco de la puerta del taxi, para enseñarle la lección del leísmo... pero, cariño, éso es otra historia.

jueves, febrero 02, 2006

El autobús

Hace tiempo que vengo observando cómo el transporte urbano viene a ser uno de los centros ideales del estudio de nuestro idioma en su situación actual. Paisanos que van y vienen, despreocupados (al menos de su habla, sea ésta correcta o no) que nos ofrecen, sin quererlo, un amplio muestrario de las figuras retóricas de frecuente uso en el español de a pie. De entre la escasa variedad de tránsito público urbano, con mucho, hemos de quedarnos con el autobús.

Y no en vano el autobús viene etimológicamente del ómnibus. En ellos encontramos de todo: desde empresarios temporalmente sin transporte privado por avería, las vecinas que se encuentran casualmente después de la compra en el mercado, las guapas señoritas que vuelven a casa a la hora de comer tras cinco horas agotadoras de instituto… Pero acerquémonos, vayamos sin miedo de ser descubiertos a analizar las figuras propias de cada sector descrito, usuario legítimo cada uno del castellano actual…

El empresario parece hablar cuidadosamente por el móvil con un posible inversor… ¡ah! aquí un genial circunloquio: “…ya sabrá que el actual marco coyuntural del mercado del sector hace prever unas cuantiosas retribuciones a quien sepa no amilanarse en dar los pasos iniciales justo ahora…” (es decir “…no será Vd como esos cobardes que no me quisieron dar el dinero hace un mes…”). No acaba ahí su destreza retórica… se despide con un eufemismo“…ya sabe que Vd siempre será mi primera opción…” (o sea “…me quedo con Vd si no viene otro con más pasta…”). La vecina más gruesa no tiene vergüenza, mientras, en alardear de su capacidad poética con su comadre:
“…porqueyasabrásManuelaquetetengomuchocariñocomo
atushijostumarido…queelotrodiameleencontreenlaescalera
queyaledijequecualquiercosaquenecesiteiscuandosea…”
(¡admirable habilidad de asíndeton para quitar conjunciones y encima a esa velocidad!). Al levantarse en primer lugar, para bajarse, la afortunada y paciente Manuela, descubrimos una estupenda paradoja en la boca de su cariñosa amiga, que mirándola de reojo le dedica un poco audible: “¡bruja!”. Las señoritas en edad de instituto aún no se bajan y a velocidad de vértigo se suceden sus calculadas, y no exentas de pericia oratoria, cacofonías: “¡qué pasaaaaaaaaaa, niñaaaaaaaaa chulaaaaaaaaaa!”, juegos de palabras (con desconocidos dobles significados): “el sábado fue la caña –giro que se me escapa, según el DRAE- porque fui con el churri –“gárrulo, enfadoso y sin sustancia”, dice sólo el diccionario- a dar un voltio" –tampoco la Academia me aclara el doble significado usado- y elipses, en su teléfono móvil: “Llgo + trde.Kdms a Is 6?Xfa cnt q stoi n l bus.TQM.Jenny”.

Es el "autobús" palabra documentada en castellano a principio de la década de los años veinte del siglo pasado. Se traspasó directamente del francés autobus, que venía de la mezcla del prefijo auto- (que indica suficiencia propia y, en el caso del automóvil, para moverse) más el acorte inglés bus, de ómnibus (dativo latino que significa literalmente “para todos”). Ómnibus venía designando en español, que sepamos desde mediados del XIX, a los carruajes de transporte colectivo. Algún francés consideró necesario la adición del auto- para designar a los nuevos vehículos destinados a varios pasajeros capaces de moverse autónomamente (al contrario que el trolebús, por ejemplo, que necesitaba de troles o pértigas metálicas para alimentarse de electricidad).

¡Subamos al autobús!.