viernes, febrero 23, 2007

Cuestión de pluralismo

¡Venga, vamos a hacer un ejercicio de pluralismo hoy, pero con la gramática!. Dejemos las posiciones políticas variadas mezcladas para los que tienen esa responsabilidad y no la ejercen… Según el DRAE, el pluralismo es el “sistema por el cual se acepta o reconoce la pluralidad de doctrinas o posiciones”. De ese modo, quiero yo hoy que la mayor parte posible de la gente que ve el plural de modestia en castellano como una agresión y, más, como una incorrección, se sume a mi carro plural de la visión global de los distintos usos que le podemos dar a la primera persona de ese número.

Por el principio: la RAE llama –y reconoce- “plural de modestia” al “plural del pronombre personal de primera persona, o de la flexión verbal correspondiente, empleado en vez del singular cuando alguien quiere no darse importancia”. Esto es, decir hemos descubierto la vacuna antirrábica perruna”, cuando no tienes ningún equipo detrás y te has cargado ya a todos los perros con los que has experimentado (como para compartir gloria ahora con ellos…), o hablar así cuando eres piloto profesional de avioneta: intentaremos que su vuelo sea lo más plácido posible”. Ni ese señor se cree sobrecargo, aunque sea el único de la tripulación, ni tiene un problema de personalidad múltiple. Usa el plural de modestia, voy a explicarlo.

Hay mucha gente que desprecia su uso, pues lo relaciona con el antiquísimo plural mayestático, el que usaban –y usan- reyes y gobernantes. En la forma, son idénticos, ambos usan la primera persona del plural de los verbos, con una salvedad –que haré también a la RAE-: es el mayestático el que gusta de los pronombres correspondientes (de primera del plural, claro). Además, no sólo pronombres y verbos pueden gozar de ese uso especial: adjetivos y demás palabras flexibles Juan I de Trastámara. Alcázar de Segoviapueden pluralizarse, para adaptarse. Pondré ejemplos. Sería Nerón el que diría: Nosotros no quemamos nada de nada”, mientras que aquel que se quiere quitar importancia, pasaría del pronombre (“nosotros”) y usaría el verbo: hicimos lo que cualquiera hubiese hecho en nuestra situación”. Así, el 18 de mayo de 1387 decía Juan I: Nos El Rey de Castiella, de Leon e de Portogal, por faser bien e merçed a vos la vniuersidat del nuestro estudio de Salamanca, tenemos por bien e es nuestra merced…”. Más mayestático imposible. Por el contrario, en el ámbito académico es habitual el plural de modestia, como en el estudio de la doctora Victoria Wurcel sobre el tratamiento con Acarbosa en intolerantes a la glucosa: “Debido a los escasos pacientes que fallecieron en este estudio, suponemos que el poder no fue suficiente para detectar diferencias en mortalidad…”.

Hay quien piensa que quien usa el plural de modestia, está usando en realidad el mayestático, y claro, los aires de grandeza no están bien vistos. No es así. Además, no hay que confundir el uso moderado del plural de modestia con el enfermizo de referirse a uno mismo en tercera persona, como cuando Zaira dice: “a Zaira no le gustan las patatas”. Ese uso sí que puede revelar algún problema de corte psicológico y suele ser rechazado socialmente (tanto que a veces me dan ganas de meterle a Zaira una bolsa entera por la boca para que se calle).

No suele tener problemas, pero el plural sociativo es uno más de esta terna de irregulares. A mí me gusta particularmente y no tenemos por qué estar en el pellejo de la persona con la que hablamos por identificarnos y acercarnos a ella preguntando “¿Qué tal estamos?” o “¿Y qué, pescamos algo o no?”. Si no damos con un picajoso, es buena forma de empezar a hacer amigos… ¡el nombre le va al pelo!.

Volviendo a nuestro tema, desde estas páginas, yo mismo he utilizado en muchas ocasiones el plural de modestia, y lo uso de continuo en mis escritos. Mi razón, como la de todo el que lo use de manera cabal es simple: en muchas ocasiones el “yo”, junto con sus flexiones verbales, suena demasiado fuerte, demasiado rimbombante, muy protagonista. Creo del todo legítima la intención de tratar de esconderse un poco, cuando se busca no destacar, o al menos no poner al “yo” permanentemente en el candelero. Si ha reconocido más usos del plural verbal del que ya sabía, enhorabuena, bienvenido al pluralismo, el “sistema por el cual se acepta o reconoce la pluralidad de doctrinas o posiciones”. Por cierto, ¿de verdad no le ha chirriado nunca la primera persona del singular en todo este escrito? A mí sí…

viernes, febrero 16, 2007

¡Arreado, que es participio!

Es un hecho. No hay que esconderlo ni temerlo. Si facilitamos el que todo el mundo lo sepa, el fenómeno será más conocido y todos tendremos menos de qué temer. Sabemos que las razones hunden sus raíces en arcaicos tiempos en que otra lengua era articulada, un idioma mágico, musical y poderoso. El pueblo retuerce la lengua con su voluntad y así hemos llegado donde estamos hoy. La discusión sobre esta anormalidad ha provocado disputas y apuestas, ¡acabemos con ello y con la incertidumbre de no conocer una verdad estable!. No lo temamos pues, afrontémoslo: sí, es cierto, hay participios que admiten dos formas…

Y por empezar con cuestiones que nos abordan en el día a día, en efecto, las dos formas del participio del verbo imprimir, son imprimido e impreso. Valió ya de discutir, ¡hombre!. Del mismo modo, freído y frito son los dos participios válidos de su verbo. Los participios regulares de todos los verbos castellanos acaban, según la conjugación a la que pertenezcan, en –ado, -edo, o –ido. De forma general, cuando hallamos que alguna de esas formas no personales tiene otra terminación, podemos colegir que nos las vemos ante un participio que ha sobrevivido a la criba del tiempo, desde el latín. En efecto, frito, impreso, concluso, diviso, extenso, sustituto, etc. tienen mucho mayor parecido con sus antepasados latinos concretos que los freído, imprimido, concluido, dividido, extendido o sustituido. En algún momento de la historia de la fijación del castellano, las formas herederas de las antiguas terminaciones
–atum, -etum e –itum se hicieron con la hegemonía, convirtiéndose en la forma tipo de construir el participio, arrinconando y aun haciéndonos dudar de la existencia de los que, desde ese momento, pasarían a ser “participios irregulares”, pero también denominados “formas cultas”.

¿Y cuándo usar una forma y cuándo la otra?. La norma de uso se antoja clara (tanto académica como popular –al parecer es lo que prefieren la mayoría de los hispanohablantes-): cuando la forma haga las veces de sustantivo o adjetivo se prefiere la forma irregular o culta:

-Carlos era poseso de aquella música infernal

Si hablamos de formas compuestas verbales, mejor el participio regular:

-Aquella música había poseído al bueno de Carlos

El hecho de establecer esta norma de uso general, sirve para evitar disensiones y porque, además, erradica la posibilidad de encontrarnos con monstruosidades del tipo:

-Rafael había nato negro, como su padre

-Cuando Javier hubo difuso la verdad de esa empresa, todo acabó

-Las autoridades norcoreanas han preso a Isaac por espía

Si estamos de acuerdo en que son participios igual de válidos que los regulares, no tendría por qué haber nada malo, ¿no?. Sin embargo estaremos de acuerdo en su falta absoluta de eufonía para el oído hispano actual… No es como con, por ejemplo:

-Carlos gozó desde entonces de una imaginación abstracta

-Rafael se convirtió en violador confeso

-Javier llegó a presidente electo de su compañía

-Isaac fue liberado con cargos, como presunto inocente


Es verdad que hay algún verbo que puede escapar a esta ley, por tener sólo forma culta, como siempre hoy, por uso: se puede decir he roto y no he rompido, que no existe. Aquí hay una lista. Es la de los verbos que a mí me constan con dos participios, ambos válidos y funcionando… ¿sabe las formas irregulares de todos?

Absorber, abstraer, afligir, atender, bendecir, comprimir, concluir, confesar, confundir, contundir, convencer, convertir, corregir, corromper, despertar, difundir, dividir, elegir, enjugar, eximir, expresar, extender, extinguir, fijar, hartar, imprimir, incluir, incurrir, infundir, injertar, insertar, invertir, juntar, maldecir, manifestar, nacer, pasar, poseer, prender, presumir, propender, proveer, recluir, salvar, sepultar, soltar, sustituir, sujetar, suspender, teñir y torcer.

viernes, febrero 09, 2007

Recursos "paroxísticos"

¿No le dan a veces ganas de pegar a quien le habla?. Hay discursos que son pesados, incluso perniciosos para la salud mental de uno, pero probablemente tanto más molestan cuanto más sensación transmite el emisor de que está hilvanando unas sentencias que “pasarán a los anales de la Historia”. Sí, es la desgraciada perversión del uso de los recursos estilísticos que, hoy, aquí son recursos “paroxísticos”.

Y lo son porque te pueden hacer llegar al paroxismo más absoluto. El tipo de hablante al que “denunciamos” tiene la bendita virtud de hacer estallar los aplausos del débil de intelecto –léase correligionario o prosélito-, mientras a su lado, o dos mesas más allá, alguien se consume en el fuego interno de la desesperación más o menos culta. Sucedió hace una semana. Un orador, en una conferencia, hablaba contra la actitud del presidente del Gobierno. Y lo hacía, más o menos, sin exagerar, en estos términos:

“Hablamos de situaciones que son difícilmente soportables para la democracia. Hablamos de un presidente que ha engañado. Hablamos de un presidente totalitarista. Hablamos de un presidente que no acepta las críticas. Hablamos de un presidente que ha dinamitado la política exterior. Hablamos de un presidente sin gabinete. Hablamos de un presidente que ha revitalizado a una banda asesina…”

Espero que fuesen seis presidentes distintos, porque si no vaya joyita… Pero el caso es que el efecto cacofónico que provocaba este discurso, la repelencia, sin mayor miramiento, quitaba cualquier atisbo de fuerza crítica que pudiese tener. Le hacía perder la razón, a los ojos de quien le escucha o, cuando menos, hablar con menos fuerza, usando un recurso igual de fácil que cansino. Creo que jamás vi –o escuché- una anáfora peor utilizada. Porque la manera en la que continuó poco después es perfectamente asimilable a la anterior:

“No hay verdadera política de estado. No hay sentido de nación. No hay freno para alocadas ambiciones regionales nacionalistas. No hay respeto por las víctimas de los asesinos. No hay planificación de la inmigración. No hay diálogo con el partido de la oposición. No hay independencia judicial. No hay independencia fiscal.”

No hay nada. Pero el genio de ese hombre no acababa, mucho antes se reservaba para “el final”…

“Las multas de Europa por el escándalo energético, son culpa de este Gobierno. El resurgimiento del brazo político etarra, es culpa de este Gobierno. El ridículo internacional que hace España, es culpa de este Gobierno. La inseguridad ciudadana, es culpa de este Gobierno. La marginación del Cristianismo es culpa de este Gobierno.”

Pobre Gobierno. Tampoco vi nunca una epífora peor. Ese es el problema: seguramente el orador tenga razón en muchas de sus reivindicaciones pero, perdiendo el estilo, la forma, pierde la razón (al menos ante los ojos de su audiencia). Chabacanería en estado puro… ¿se referirán a esto cuando dicen que la derecha española pierde la guerra por la batalla de la comunicación?,¿o eso lo digo yo? No recuerdo...

Este comunicante, fuese consciente o no de que estaba haciendo uso de conocidas y buenas –en su medida- figuras retóricas (o recursos estilísticos), debió poner cuidado; en lugar de seducir a su audiencia, la repelió. Aunque, bien pensado, dicen que el uso de los recursos estilísticos es uno de los patrones que fijan el estilo literario de cada uno. Quizá ese fuese el problema (quod Natura non dat, Salmantica non prestat).

De todas formas, la hipérbole de denominar “paroxismo” al estado en que este sujeto pudo colocar a algunos de nosotros, puede que no sea tanta exageración. Les aseguro que me llegue a enfadar realmente, aunque es cierto que es difícil explicar por qué… Quizá me parecía que el charlatán construía el discurso de manera apresurada e improvisada. Quizá la sensación de estar intentando ser entretenido el tiempo que tenía que durar su intervención, se hizo insoportable. Probablemente hay infinidad de maneras más o menos objetivas, y también tendenciosas, de decir lo mismo, y este hombre se decantó por lo fácil. Sinceramente (y para que digan que las palabras no mueven) me enfadé –mucho- y me marché. Sin embargo, entendería que el énfasis que le daba a sus palabras, unido al alto porcentaje de razón de fondo que le concedo, hubiese molestado a alguna otra parte de la audiencia, pero en sentido distinto al mío: contra el objeto de sus críticas. Al fin y al cabo, promovió una “exaltación extrema de los afectos y pasiones”, ¿no?. Pues eso.

El datismo y la enumeración –por ejemplo- deberían ser figuras de las que, como el alcohol para determinado tipo de enfermos mentales, debería guardarse este brillante orador. La dinamita es mucha, la mecha necesitada poca y yo no respondo la siguiente vez, amigo. Ustedes imagínenle usando recursos “paroxísticos en potencia” que le permiten el “empleo inmotivado de sinónimos” y la “referencia rápida y animada de varias ideas”. ¡Qué peligro!.

viernes, febrero 02, 2007

Perdido en la traducción

El edificio Chrysler, en Nueva York, 405 Avenida Lexington y Calle 42
La primera vez que estuve en “la ciudad” fue en 1997. Nueva York se encontraba entre su importante estío y preparándose para su blanco invierno, cuando un españolito más entró a él, saliendo por las puertas del JFK. Allí, entre las muchas cosas que pueden llamar la atención a un joven europeo que visita su primera megalópolis, se encontraban unos rótulos en anuncios publicitarios, camiones, vallas y demás. Internet, en módem para la red telefónica básica a 56 baudios, ya era conocida en España, pero nuestras empresas no tenían dominios en ella y, por tanto, no los publicitaban. Hace nueve años, una modesta lavandería neoyorquina ya daba a conocer sus “tres uves dobles” en su camión, al igual que los mensajeros de UPS –omnipresentes en Manhattan- servían de anuncios móviles con sus vehículos. No era si no un adelanto de lo que vendría poco después a nuestro país.

Hoy hablamos de cultura y lengua latina e hispana, contrapuesta a la dominante en Occidente, la anglosajona. La película del año 2003, “Lost in translation”, de Sofía Coppola, hace referencia en su título a aquellos matices que perdemos, traduciendo, pasando de un idioma a otro. Siempre e irremediablemente se perderán las gracias hechas, en una película o un libro traducido, sobre un político americano desconocido aquí, aunque se cambien por el nombre de su aproximado equivalente español (práctica en doblaje que, personal y generalmente, aborrezco). Si dejamos el nombre original, como espectadores, podemos no coger la gracia y quedarnos como las vacas mirando al tren. Si se cambia una gracia sobre Jay Leno por la misma sobre Andreu Buenafuente, dentro de un argumento en ambiente americano, la chabacanería está conseguida. La otra posibilidad, en lingüística, directamente, aterra: cuando no existe palabra o expresión sin circunloquio en castellano para designar el original y lo maltraducimos (“maximizar” por “maximize” en informática) o, directamente, no lo traducimos.

Fue poco después de llegar a la capital del mundo cuando caí en la cuenta de que me había enamorado de ella. Calculado fríamente, tal aglomeración de gente, aparatos y… todo, debería dar muchos más problemas, debería estar mucho más sucia (de lo que está) y debería ser más fea y decadente de lo que es la Gran Manzana (aunque probablemente nunca lograría tener el firme de las carreteras en peor estado, eso es cierto). Pero no es oro todo lo que reluce (aunque sí reluce todo lo que es oro). Siempre mantendré que pocas maneras más efectivas y rápidas hay de conocer la cultura, costumbres y gustos de un país, que acercarse a uno de sus supermercados. En aquel establecimiento de Nueva York descubrí una sorprendente variedad de artículos que ya conocía, productos que no había aquí pero que ya han llegado, y género que aún hoy me pregunto lo que era. Lo que no sabía era lo bien que iba a llegar a conocer a una sociedad anglosajona al salir de allí.

Era un crío de unos tres años, el que, de pie junto a una estantería, intentaba alcanzar no recuerdo qué cosa, con evidente peligro para sí mismo. Fui hacia él y se lo impedí, haciéndole una carantoña. No fueron ni dos segundos lo que, mi mentor en aquellos lugares, mi querido Tomás, tardó en reconvenirme: la madre, por los alrededores, podría ponerse a chillar, diciendo que yo había pegado al niño. Las cámaras de seguridad me mostrarían yendo hacia el pequeño rápidamente y, quizá, si estuviese dándolas la espalda, yo mismo taparía la acción que la madre se encargaría de asegurar, llorando delante de un jurado, para sacar una buena tajada. Lo normal allí, por si acaso, es dejar que el niño coja lo que sea y se le caiga encima. Tratando de evitar aluviones de demandas judiciales en el país de las mismas, hace mucho que las empresas de limpieza comenzaron a colocar en los suelos de tránsito público mojados por ellos, pequeños carteles que se sostienen de pie, y levantan unos 70 centímetros del suelo, con la leyenda “wet floor” (“suelo mojado”), como este:
La idea es que si demandan a la empresa por resbalar y romperse el coxis, ésta puede alegar que lo advirtió suficiente y responsablemente mediante la señal. Como las direcciones de Internet en los anuncios de empresas, como aquellos raros artículos solo vistos antes en los supermercados americanos, como los personajes famosos “domésticos” de los Estados Unidos antes sólo conocidos allí… esas advertencias amarillas para evitar demandas han llegado a España. Conocedor de nuestra cultura, uno pensaría que la fuerza de intentar evitar las demandas se equipara con la preocupación por quien pasa por el suelo que la empresa está limpiando. Quien crea que el modo de pensar anglosajón se impone y que aquí sólo hay una cuestión práctica, y no moral, por intentar evitar demandas, que siga leyendo.

El otro día, al entrar en un hospital (de aquí, español), me encontré con una de esas advertencias en el suelo. El problema fue que pronto me di cuenta de que se trataba de una auténtica “pérdida en la traducción”… porque no había traducción. El cartel, en España, Europa, seguramente fabricado en Estados Unidos, rezaba: “wet floor”, sin mayor aclaración. No voy a negar que estuve tentado de hacerme el resbalado y demandar a la empresa por una pasta, alegando que no tengo ni pajolera idea del idioma inglés. Para la empresa de limpieza: no hay problema conmigo, lo aseguro, pero cuídense y no se preocupen, ¡hombre!, que no se pierde nada por traducir como “suelo mojado”… Meses después, un rayo de esperanza.