Aquí recogeremos de manera amena pero rigurosa, anécdotas y opiniones, hechos y cosas relacionadas con la actualidad del mundo del español y el castellano en el mundo. Si hay una pequeña base de interés por parte del lector cada semana, el resto... lo pongo yo...
viernes, diciembre 29, 2006
Navidad, dulce Navidad (+audio)
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viernes, diciembre 22, 2006
“Del interrogatorio de las partes”
El otro día tuve que presenciar un juicio. Era un juicio “ordinario” no sólo por la clasificación que de él hizo la justicia, sino por el tipo de gente que, en un caso, lo llamaban “demandado”, con desagradable voz nasal y evidentes faltas de educación –nótese que no hablo de su representante legal, afortunadamente, pues hubo que escucharlo más que al “demandado”-. Creo que, sin pretenderlo, este artículo (cuya idea me sobrevino en aquella sala del juzgado) se va a convertir en un predecesor para un pequeño vuelco con temática judicial que preparo para el formato habitual de “El castellano actual” una de estas semanas. Pero tiempo al tiempo.
Fíjense que, en un momento determinado, la juez interrumpió el cuestionario que una de las abogadas estaba llevando a cabo; le exigió que “reformulase” la pregunta, haciéndola “en afirmativo, acorde con lo que dicta la ley”. La letrada sólo había pretendido cuestionar al demandado por la(s) razón(es) de no haber procedido a la ejecución de una mudanza, mediante su empresa, el día y la hora pactados con el demandante. La pregunta fue un simple: “¿Por qué faltó a su compromiso de realizar la mudanza de mi cliente como habían pactado?”. Según lo que pudimos oír, a la juez le valía cualquier tipo de pregunta que empezase con “¿Es cierto…?”, así la cuestión estaría formulada en “sentido afirmativo”, si empezaba por “¿Por qué…?”, entonces no; ¡claro! con esas, es complicado preguntar por las razones para no hacer algo sin aventurar una hipótesis. Pruébenlo: “¿Es cierto que faltó a su compromiso…?”, no queremos preguntar eso… queremos interrogarle por las razones de no haber hecho la mudanza… ¿”Es cierto que faltó a su compromiso porque… se le puso de las narices / se le olvidó / estaba viendo la tele / tenía que rezar mirando a La Meca / es contrario a sus creencias el trabajar un lunes?”…
El interrogatorio de las partes en aquel juicio se regía por la “Ley 1/2000, de 7 de Enero, de Enjuiciamiento Civil”; en su capítulo VI (“De los medios de prueba y las presunciones”), su sección I se titula “Del interrogatorio de las partes” y el artículo 302 –dentro de ésta- es el “Contenido del interrogatorio y admisión de las preguntas”, cuyo primer punto reza:
“Las preguntas del interrogatorio se formularán oralmente en sentido afirmativo, y con la debida claridad y precisión. No habrán de incluir valoraciones ni calificaciones, y si éstas se incorporaren se tendrán por no realizadas.”
De manera generalmente aceptada, son las oraciones enunciativas las que tienen sentido afirmativo (como en “La ley está deficientemente redactada”) o negativo (por ejemplo “La relación de los juristas con la lengua no es demasiado fluida”). Suelen ser los adverbios los que marcan la diferencia. Un “no”, “nunca”, “jamás” etcétera convierten una válida –para el sistema judicial español o esta juez- sentencia afirmativa en una perniciosa, tendenciosa y maliciosa oración negativa. No toda la crítica acepta más clasificación para las oraciones interrogativas que “directas e indirectas” –que nada tiene que ver con lo que aquí hablamos-, sin embargo, en cualquier caso, la relevancia de que estas oraciones pertenezcan al “género” afirmativo o negativo, debería relativizarse, porque si no, un sencillo “¿Por qué el conejito siempre comía hierba?” se convierte –según el magistrado de turno- en una pregunta contraria a la ley. La versión negativa de esa misma pregunta –no su contraria- sería “¿Por qué nunca el conejito no comía hierba?”… vaya animalada (con doble negación, que es afirmación, en español).
El hecho es, pues, que para hacer una pregunta con la que esa juez se sintiese cómoda, y cuestionar, como era la intención de la letrada, por motivos, no por hechos absolutos –“sí o no”, como en “¿Metió usted al conejito a la cárcel?”-, no se podía hacer de otra manera que no fuese avanzando una hipótesis (recordemos nuestros ejemplos de la tele, La Meca y tal…), es decir, valorando y contradiciendo la segunda parte del artículo 302 que hemos trascrito ¿no?.
Lo que la ley -o el legislador, mejor dicho- quiso decir es que no debía confundirse al compareciente, normalizando las preguntas que se puedan así formular, en afirmativo. La pregunta “¿Por qué faltó a su compromiso de realizar la mudanza…?” habría de ser perfectamente legal y el punto del artículo 302, para evitar equívocos, debería quedar así:
“Las preguntas del interrogatorio se formularán oralmente en sentido afirmativo, cuando su construcción no entorpezca de manera objetiva su entendimiento y con la debida claridad y precisión, evitando la confusión al interrogado”.
Y es que aunque la jueza no tuviese razón si le consiguiésemos hacer ver que hay oraciones legales que empiezan por “¿Por qué…?”, ¡anda que no es mejor a pesar de su sentido negativo “¿Por qué demonios no hizo la mudanza pactada?”, que “¿Por qué faltó al compromiso pactado con mi cliente relativo a… ¡yo que sé lo que estaba preguntando!…?”.
Si la iniciativa “pindio” llega a buen fin, quizá nos animemos a promover la modificación de la ley 1/2000, pero eso será otra historia… muy distinta… (por si acaso, no lo tomen muy en serio).
viernes, diciembre 15, 2006
Animaladas (+audio)
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viernes, diciembre 08, 2006
Ramón Gómez de la Serna

el niño grita: "¡No vale!"... "¡Dos contra uno!", y no sabe que toda la vida es eso: dos contra uno,
porque:
son molestas las medicinas en cuyo prospecto nos llaman "adultos"
y:
cuando anuncian por el altavoz que se ha perdido un niño, siempre pienso que ese niño soy yo.
¡Vamos con Ramón y su obra!. El Novecentismo o Generación del 14 supuso uno de los primeros grupos importantes de artistas e intelectuales del siglo XX en España. Al contrario que la anterior generación (la del 98), volcada en España, sus problemas radicales e “intrahistorias”, Ramón, sus colegas del Café Pombo y sus contemporáneos, miran hacia Europa. Y así como Ortega encuentra a Kant o Heidegger, Ramón halla el surrealismo en Francia, siendo el máximo exponente con Valle-Inclán, primero de su entrada en España y, segundo, de su ejercicio en nuestro país desde entonces. El Novecentismo prepara el ejercicio de los llamados “ismos” a partir de la década de 1920, movimientos culturales y artísticos más o menos efímeros (salvo en contados casos) que buscan la innovación y la revolución en las formas de expresión artística. Es en esta época en la que, por ejemplo, se generaliza el plano gráfico en la literatura (con el uso de dibujos y disposiciones caprichosas de los versos de una poesía, pongamos por caso), en la que la modernidad y las máquinas protagonizan textos o en la que una obsesión por la innovación, partiendo de cero, hace cuestionar la existencia misma del arte y la literatura.
En ese revuelto contexto –y eso que no hemos hablado de la situación política-, Sigmund Freud abre la veda del “yo” interior, animando –consciente o inconscientemente- a su expresión, su liberación. Ramón recibe el mensaje alto y claro y, como todos, esclavo de su tiempo, quita las vallas de su mente, inventando la greguería. Quién sabe qué Dalí o qué Buñuel hubieran existido de faltar Ramón y su obra. Humor absurdo –surrealista, claro-, ora trascendental y de sonrisa con lágrima, ora caprichoso y prescindible, además de condensado. Así,
el libro es un pájaro con más de cien alas para volar,
o
el de los platillos espera, con uno en alto, la orden de la batuta para despertar a los que se han dormido,
e, incluso:
el lector, como la mujer, ama más a quien más lo ha engañado.
Seguro que ese carácter inconformista, excéntrico y ácido fue determinante para permitirle ser uno de los tres miembros no franceses de la Academia del Humor (con Charles Chaplin y el italiano Pitigrilli –Dino Segré-). El humor culto fue una constante en su vida y aunque escribió novelas (El Incongruente, La Nardo, El chalet de las rosas, El torero Caracho, etc.), teatro (Los medios seres, El doctor inverosímil) y biografías destacadas (Goya, Quevedo, Valle-Inclán, etc.), pasó a la Historia por sus greguerías, miles de pequeñas composiciones humorísticas (“desenfadadas”, cuando menos) o simplemente ingeniosas, asociando ideas, revelando surrealistas metáforas, como:
al calvo le sirve el peine para hacerse cosquillas paralelas,
o
el manco de los dos brazos se quedó en chaleco para toda la vida,
y
un jorobado parece un humorista que se burla de nosotros que no nos podemos burlar de él, porque seria innoble.
Tras la guerra civil, Ramón se exilia voluntariamente a Argentina. No fue muy activo políticamente, ni especialmente significado por su apoyo a ningún bando, aunque el hecho de que, sin razón aparente, saliese de España para no volver hasta su muerte más que esporádica y brevemente, hable bastante claro. No fue político. Como buen novecentista buscó el arte por el arte –actitud que injusta e insidiosamente denigrarían y aborrecerían los de la Generación del 27- y la política no era para él, creemos, más que otra fuente de amargura. Y es que, mientras sentenció que
el capitalista es un señor que al hablar con vosotros se queda con vuestras cerillas,
contrapuso que
los socialistas son los que sólo saben que son socialistas,
dejó claro que
cuando oigo decir "la tea de la revolución", me parece oír "la tía de la revolución",
y, con más razón que un santo, estableció que
un político con cara de foca es un político ideal.
Muere el 13 de Enero de 1963 en Buenos Aires. Diez días después sus restos llegan a Madrid donde es enterrado en el Panteón de hombres ilustres de la Sacramental de San Justo, junto a otro grande, enorme: Mariano José de Larra.
En el prólogo de la edición de 1960 a sus Greguerías, se ve a un anciano Ramón confesando y buscando un último reconocimiento, descubriendo mejor que nadie –lógicamente- la génesis del género… de su género:Desde 1910 –hace cincuenta años– me dedico a la greguería, que nació aquel día de escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, frasco por frasco, y los mezclé, surgiendo de su precipitado, depuración y disolución radical, la greguería. Desde entonces, la greguería es para mí la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al descreimiento. La greguería ha sido perseguida, denigrada, y yo he llorado y reído por eso entremezcladamente, porque eso me ha dado pena y me ha hecho gracia. Cuando se publicaron por primera vez en los periódicos, muchos lectores se daban de baja. "¡Cámbielas de nombre'.", me decía el director; pero yo me negué terminantemente. Las cosas apelmazadas y trascendentales deben desaparecer, incluso la máxima, dura como una piedra, dura como los antiguos rencores contra la vida. El encuentro con la greguería fue lo que me trajo la suerte. Gracias a las Greguerías he vivido, he conferenciado, he viajado, he tenido contraseña universal.
En realidad, me dedico a la greguería desde mi niñez, y al ama de cría ya le lanzaba greguerías. (…)
La cosa sucedió en el piso primero derecha de la casa número 11 de la calle de la Puebla, en la villa y corte de Madrid. Era un día aplastado por una tormenta de verano. Tenía hinchada la frente. Me asomaba al balcón y volvía a meterme dentro y a sentarme. Vivía aún don Jacinto Octavio Picón –secretario perpetuo de la Academia–, y yo estaba harto de don Jacinto Octavio Picón. Sobre mi mesa, las tijeras, abiertas como cuando los pelícanos abren el pico a los días de calor, estorbaban la idea. Las cerré. Por fin, en una última llamada del balcón, dándome un golpe contra la esquina del diván al salir a buscar lo que estaba entre cielo y tierra, encontré la invención de la "greguería". Sí... Yo quería decir, yo había pensado... recordando el Arno en Florencia... frente a aquella pensión en que habité... que... la orilla de allá... Sí, la orilla de allá quería estar a la orilla de acá... Eso, ese deseo inaudito pero real... Esa perturbación de la estabilidad de las orillas, ¿qué era?... Era... "una greguería", y me acordé de "esa" palabra que no sabía bien lo que significaba y fui al diccionario para ver lo que era...
Y ya siempre greguería será una cosa insustituible, de tal modo que si no se llama "greguería", será inútil que luche por ser "greguería", y además, los demás denunciarán al contrabandista y pronunciarán la palabra "greguería". He ahí un fenómeno y un misterio.
viernes, diciembre 01, 2006
“Charnegos”, “euscaldunas” y nada
De manera general, en España, se tiende, en el discurso político de algunos de los ciudadanos declarados “de centro”, a la identificación de los tipos de nacionalismo existentes hoy en el país, con la siguiente coletilla: “todos los nacionalismos son malos/excluyentes/iguales”. También es el caso del discurso poco riguroso de sectores con marcada actividad política. Lo que sigue, un ejemplo, está sacado de “Rojo y Negro digital”, la versión electrónica de la revista de la Confederación General del Trabajo:
“
(…)es de nuevo la voz que reclama democracia sofocada y ninguneada por el supuesto debate “nacionalitario” en el que los nacionalismos periféricos y central mutuamente interactivan, se alimentan en una falsa dialéctica de contrarios donde los intereses sociales, expectativas y anhelos democráticos se ven sofocados, ninguneados…
“
Es decir, de manera generalizada, en nuestro país –España-, se ha extendido la “costumbre” de reunir en el mismo saco a los nacionalismos periféricos y al español, haciéndoles adolecer de los mismos males, en muchos discursos “de base”, “por definición”. Y ahora empezamos con lo que nos gusta: con motivo de la reciente elección de José Montilla como Presidente de la Generalidad catalana, la palabra “charnego” ha ocupado y abierto titulares e informativos, revistas y boletines. Con un medio en el catalán “xarnego”, esta palabra proviene de “lucharniego” y, antes, de “nocherniego” –hoy castellano actual-, por el que anda/andaba, supuestamente, de noche. La palabra catalana es usada, en la mayoría de las ocasiones de manera despectiva o, cuando menos, diferenciadora, para calificar a los catalanes no nacidos en Cataluña. Como dato, añado que “charnego” entra en el DRAE, como español, en la edición de 1983.
Por otro lado, en el País Vasco, el nombre común “euscalduna” –lo damos castellanizado- es utilizado también para separar personas, clasificando a aquellas que hablan el vascuence; en principio no tiene un carácter tan despectivo como “charnego”, pero en la práctica diaria, se utiliza como arma vocal, que lo he vivido. Hasta donde sé, no conozco ninguna palabra en gallego asimilable a la conducta que hace usar estas dos anteriores; como en español. Escrito del flamante Presidente “charnego” de Cataluña, en el diario El País, del 14 de Julio de 2003, metiendo todos los nacionalismos en el mismo saco:
“

(…)Frente al patriotismo se alza normalmente otro patriotismo de distinto signo, como lo demuestra la retroalimentación de los discursos que oímos día sí y otro también de los dirigentes de los nacionalismos periféricos o los dirigentes del rancio nacionalismo español. En estos discursos de confrontación, ambos encuentran un lugar común para enfrentarse. Se huye del diálogo y del compromiso. Se busca la confrontación para jalear a los partidarios de unos y otros…
“
Diferenciemos en nuestro campo, pues. El castellano actual no tiene nombre o adjetivo para el español nacido fuera de España
–cuando uno se convierte en español, lo es, sin atender a su sangre-, como no tiene palabra para el que no hable español. Observando objetivamente la Historia, las razones de la forma de pensar que hace que una parte de un pueblo se sienta cómoda incorporando a su vocabulario fórmulas de distinción gratuitas y artificiales tienen origen en la política llevada a cabo por una minoría. Estos, aprovechando las debilidades de la Constitución de 1978 y recogiendo la joven corriente interrumpida por el franquismo, vampirizan la política española, coartando su natural orientación nacional y convirtiendo en Ministro de la nación –primero- y Presidente de una Comunidad –después- a un hombre sin estudios superiores, aún sospechoso en un escándalo que mezcla tratos de favor de una entidad financiera con políticas gubernamentales de absorción de empresas energéticas.
No se nos escapa que nuestra herramienta –la lengua- se mete por todos los recovecos, pero no siempre sirve para analizar en profundidad. Hemos visto un indicio que nos ha cuadrado con la Historia y así lo hemos plasmado, pero sólo la política puede hablar con soltura de política y ahí, de momento, me pierdo. Las dos palabras (charnego y euscalduna) son testigos de la forma de ser del verdadero nacionalismo pernicioso: el que odia lo de fuera, el que está permanentemente enfrentado al exterior –en el caso catalán/español y vasco/español, el exterior inmediato-.
Se puede argumentar –con parte de razón- que, en mayor o menor medida, todos los idiomas tienen calificativos más o menos despectivos para algo de lo de fuera. Se me viene a la cabeza el sustantivo “gabacho”, para denominar a los franceses. No nos meteremos en la observación de los actos, a lo largo de la Historia, dedicados a España –incluida Cataluña y País Vasco- por parte de los vecinos del Norte; solo nos quedamos con un dato: las malas relaciones humanas se dan y el lenguaje responde, pero la diferencia entre una actitud y otra es, simplemente, calificar a un grupo de gente de manera despectiva (“gabacho”) o denominar de manera peyorativa… al resto del mundo.
Catalán, vasco y castellano; “charnego”, “euscaldún” y nada.