el niño grita: "¡No vale!"... "¡Dos contra uno!", y no sabe que toda la vida es eso: dos contra uno,
porque:
son molestas las medicinas en cuyo prospecto nos llaman "adultos"
y:
cuando anuncian por el altavoz que se ha perdido un niño, siempre pienso que ese niño soy yo.
¡Vamos con Ramón y su obra!. El Novecentismo o Generación del 14 supuso uno de los primeros grupos importantes de artistas e intelectuales del siglo XX en España. Al contrario que la anterior generación (la del 98), volcada en España, sus problemas radicales e “intrahistorias”, Ramón, sus colegas del Café Pombo y sus contemporáneos, miran hacia Europa. Y así como Ortega encuentra a Kant o Heidegger, Ramón halla el surrealismo en Francia, siendo el máximo exponente con Valle-Inclán, primero de su entrada en España y, segundo, de su ejercicio en nuestro país desde entonces. El Novecentismo prepara el ejercicio de los llamados “ismos” a partir de la década de 1920, movimientos culturales y artísticos más o menos efímeros (salvo en contados casos) que buscan la innovación y la revolución en las formas de expresión artística. Es en esta época en la que, por ejemplo, se generaliza el plano gráfico en la literatura (con el uso de dibujos y disposiciones caprichosas de los versos de una poesía, pongamos por caso), en la que la modernidad y las máquinas protagonizan textos o en la que una obsesión por la innovación, partiendo de cero, hace cuestionar la existencia misma del arte y la literatura.
En ese revuelto contexto –y eso que no hemos hablado de la situación política-, Sigmund Freud abre la veda del “yo” interior, animando –consciente o inconscientemente- a su expresión, su liberación. Ramón recibe el mensaje alto y claro y, como todos, esclavo de su tiempo, quita las vallas de su mente, inventando la greguería. Quién sabe qué Dalí o qué Buñuel hubieran existido de faltar Ramón y su obra. Humor absurdo –surrealista, claro-, ora trascendental y de sonrisa con lágrima, ora caprichoso y prescindible, además de condensado. Así,
el libro es un pájaro con más de cien alas para volar,
o
el de los platillos espera, con uno en alto, la orden de la batuta para despertar a los que se han dormido,
e, incluso:
el lector, como la mujer, ama más a quien más lo ha engañado.
Seguro que ese carácter inconformista, excéntrico y ácido fue determinante para permitirle ser uno de los tres miembros no franceses de la Academia del Humor (con Charles Chaplin y el italiano Pitigrilli –Dino Segré-). El humor culto fue una constante en su vida y aunque escribió novelas (El Incongruente, La Nardo, El chalet de las rosas, El torero Caracho, etc.), teatro (Los medios seres, El doctor inverosímil) y biografías destacadas (Goya, Quevedo, Valle-Inclán, etc.), pasó a la Historia por sus greguerías, miles de pequeñas composiciones humorísticas (“desenfadadas”, cuando menos) o simplemente ingeniosas, asociando ideas, revelando surrealistas metáforas, como:
al calvo le sirve el peine para hacerse cosquillas paralelas,
o
el manco de los dos brazos se quedó en chaleco para toda la vida,
y
un jorobado parece un humorista que se burla de nosotros que no nos podemos burlar de él, porque seria innoble.
Tras la guerra civil, Ramón se exilia voluntariamente a Argentina. No fue muy activo políticamente, ni especialmente significado por su apoyo a ningún bando, aunque el hecho de que, sin razón aparente, saliese de España para no volver hasta su muerte más que esporádica y brevemente, hable bastante claro. No fue político. Como buen novecentista buscó el arte por el arte –actitud que injusta e insidiosamente denigrarían y aborrecerían los de la Generación del 27- y la política no era para él, creemos, más que otra fuente de amargura. Y es que, mientras sentenció que
el capitalista es un señor que al hablar con vosotros se queda con vuestras cerillas,
contrapuso que
los socialistas son los que sólo saben que son socialistas,
dejó claro que
cuando oigo decir "la tea de la revolución", me parece oír "la tía de la revolución",
y, con más razón que un santo, estableció que
un político con cara de foca es un político ideal.
Muere el 13 de Enero de 1963 en Buenos Aires. Diez días después sus restos llegan a Madrid donde es enterrado en el Panteón de hombres ilustres de la Sacramental de San Justo, junto a otro grande, enorme: Mariano José de Larra.
En el prólogo de la edición de 1960 a sus Greguerías, se ve a un anciano Ramón confesando y buscando un último reconocimiento, descubriendo mejor que nadie –lógicamente- la génesis del género… de su género:
Desde 1910 –hace cincuenta años– me dedico a la greguería, que nació aquel día de escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, frasco por frasco, y los mezclé, surgiendo de su precipitado, depuración y disolución radical, la greguería. Desde entonces, la greguería es para mí la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al descreimiento. La greguería ha sido perseguida, denigrada, y yo he llorado y reído por eso entremezcladamente, porque eso me ha dado pena y me ha hecho gracia. Cuando se publicaron por primera vez en los periódicos, muchos lectores se daban de baja. "¡Cámbielas de nombre'.", me decía el director; pero yo me negué terminantemente. Las cosas apelmazadas y trascendentales deben desaparecer, incluso la máxima, dura como una piedra, dura como los antiguos rencores contra la vida. El encuentro con la greguería fue lo que me trajo la suerte. Gracias a las Greguerías he vivido, he conferenciado, he viajado, he tenido contraseña universal.
En realidad, me dedico a la greguería desde mi niñez, y al ama de cría ya le lanzaba greguerías. (…)
La cosa sucedió en el piso primero derecha de la casa número 11 de la calle de la Puebla, en la villa y corte de Madrid. Era un día aplastado por una tormenta de verano. Tenía hinchada la frente. Me asomaba al balcón y volvía a meterme dentro y a sentarme. Vivía aún don Jacinto Octavio Picón –secretario perpetuo de la Academia–, y yo estaba harto de don Jacinto Octavio Picón. Sobre mi mesa, las tijeras, abiertas como cuando los pelícanos abren el pico a los días de calor, estorbaban la idea. Las cerré. Por fin, en una última llamada del balcón, dándome un golpe contra la esquina del diván al salir a buscar lo que estaba entre cielo y tierra, encontré la invención de la "greguería". Sí... Yo quería decir, yo había pensado... recordando el Arno en Florencia... frente a aquella pensión en que habité... que... la orilla de allá... Sí, la orilla de allá quería estar a la orilla de acá... Eso, ese deseo inaudito pero real... Esa perturbación de la estabilidad de las orillas, ¿qué era?... Era... "una greguería", y me acordé de "esa" palabra que no sabía bien lo que significaba y fui al diccionario para ver lo que era...
Y ya siempre greguería será una cosa insustituible, de tal modo que si no se llama "greguería", será inútil que luche por ser "greguería", y además, los demás denunciarán al contrabandista y pronunciarán la palabra "greguería". He ahí un fenómeno y un misterio.
2 comentarios:
Voy a poner un link en mi web, ya que estoy acostumbrado a leerte.
Por cierto, visitalo aunque sea famélico de contenido.
Que por cierto, para los curiosos, es, reitero:
http://aziroet.com/oxalis/
Todavía está algo escaso, sí, pero eso lo cura el tiempo, si tú quieres. Por lo que he visto, un blog recomendable y curioso.
Un saludo y gracias por tu asiduidad, que prometo intentar devolverte.
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