San Emeterio y San Celedonio fueron dos legionarios romanos a los que, según se cree, alrededor del año trescientos de nuestra era, martirizaron por profesar el Cristianismo. Curioso este caso ya que aúna dos de los pilares de la cultura hispánica que sobrevive dos milenios después: el ingente legado latino y la religión cristiana. Pero vayamos al grano: las cabezas de los santos mártires fueron conservadas como reliquias en su origen (Calahorra) hasta que esta plaza se vio amenazada por el avance árabe a finales del siglo X. Fue entonces cuando se cuenta que las reliquias fueron llevadas hasta la actual Santander, donde se depositaron en una abadía, sita en el emplazamiento de la actual catedral. El nombre de la capital de Cantabria viene de uno de los dos santos: San Emeter.

Según la última opinión arqueológica más o menos generalizada, el siguiente emplazamiento que trataremos, civil a la postre, constaba como campamento romano desde el siglo I a.C. La Legio VI Victrix parece ser el primer destacamento militar del que se tiene constancia por allí en los tiempos de Augusto (lugar que se consideró bueno, como base para las luchas con los bárbaros del N); la Victrix fue sustituída por la Legio VII Gémina (antes llamada Hispana o Galbiana –en honor a su emperador fundador: Galba-) poco después. Tanta “legión” dejaría huella en los habitantes civiles que, inevitablemente, seguían a los asentamientos militares de larga duración en todo el Imperio Romano. Y de “legión” a León no hubo más que un paso (influenciado quizá por la proximidad léxica del leo, leonis latino, el feroz felino, que nada tiene que ver con la ciudad).
A veces, aunque se conozca el origen del nombre de una villa es difícil imaginar cómo el gusto popular lo ha retorcido hasta convertirlo en lo que es. Pasa con Santander y con una de los tantos asentamientos nombrados –o renombrados tras conquista- en honor a Octavio Augusto. Zaragoza fue “Caesar Augusta” en inicio, pero ¿cómo llegó ahí?. Hemos de hablar de la intervención árabe: en el 714 los musulmanes conquistan como el rayo la península. Y eso de “CaesarAugusta” les sonó a “Saraqusta”… es fácil figurarlo si nos imaginamos un moro actual con su marcado acento intentando decir “CaesarAugusta”. Octavio fue olvidado, se retorció en su tumba y Zaragoza fue “Medina Albaida Saraqusta” hasta su reconquista (1118). Desde entonces su evolución pasó por “Saracosta”, “Saragossa" y “Çaragoça” hasta nuestra preciosa capital del Pilar y Aragón actual.

En una de las divisiones administrativas de la lógica unidad hispana para los inteligentes romanos, en Lusitania, se creó un destino común para los soldados eméritos: “Emérita Augusta”. Lo de “Augusta” de nuevo es, lógico, en honor a Octavio –que se volvería a revolver en su tumba si supiese la actual falta de su nombre en el topónimo-. Así nació Mérida, capital, enseguida, de la provincia lusitana y, hoy, de Extremadura.
Más allá de la curiosidad y la cultura, la descripción del origen del nombre de nuestras ciudades revela una Historia secular común, afecta a todo este pedazo de tierra al que todo el que llegó lo vio como uno. Una Historia común cuyo recuerdo quizá hoy no sea del agrado de muchos, a pesar de sobrepasar –a veces en siglos- la edad de la de la mayoría de nuestros vecinos europeos.
2 comentarios:
¡Buen artículo Fran! Me alegro de que estés de vuelta y espero que las vacaciones hayan ido bien. Seguimos leyendonos.
Un abrazo
Muchas gracias, Javi. En realidad han sido buenas, y claro que seguimos.
Un fuerte abrazo.
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