Es obvio que el capitán Alatriste está de actualidad. Un capitán que no fue tal (que en realidad no fue) y que, desde la pluma de su autor, tiene un trasfondo mucho más amplio del que, en principio, pudiera parecer. En este pequeño rincón de la lengua castellana haremos hueco estas semanas para las letras en español. Este tema en particular da para, al menos, un libro; nosotros lo intentaremos resolver en un par de artículos: en el primero describiremos, en el segundo profundizaremos. Pérez-Reverte da con el personaje allá por 1996. A cualquiera que haya buceado algo en el soldado prototípico del siglo XVII español, no se le puede escapar una idea defendida en los años cuarenta del siglo XX por don José Ortega y Gasset: la autobiografía del soldado don Alonso de Contreras es un referente básico a la hora de describir y entender la vida, motivaciones y circunstancias del aventurero español y, circunstancialmente, del siglo XVII.
El tema, jugoso donde los haya y en el que estoy deseando profundizar, goza de la siguiente cronología:
-Siglo XVII: el capitán don Alonso de Contreras escribe en Roma, por espacio de once días, su autobiografía, que abarca más de treinta años, y que está plena de pleitos, aventuras piráticas en el Mediterráneo, celos, luchas, espadas, honor, orgullo (religioso y patriótico), amor y vida.
-Mismo siglo XVII: Lope de Vega dedica, en el prólogo de su obra, el “Rey sin reino” a su amigo Alonso de Contreras, convencido de ser un mortal merecedor de trono, de encontrarse en otras circunstancias.
-Principios del siglo XX: el erudito don Manuel Serrano y Sanz recupera para el gran público (en principio más inglés y francés que español, tal es la desgracia del compatriota que sobresale, estar condenado a no ser profeta en su tierra) la autobiografía de Contreras.
-Mediados del siglo XX: don José Ortega y Gasset prologa una reedición en español de la autobiografía, en un jugoso texto, que procuraremos diseccionar y analizar como se merece.
-Año 1996: don Arturo Pérez-Reverte (futuro académico de la lengua) comienza sus entregas del capitán Alatriste, indudablemente inspirado en la autobiografía de Contreras y, en menor medida –estamos seguros- el relato de las aventuras de los pocos demás soldados contemporáneos cuya vida hemos conservado.
La película recientemente perpetrada la hemos de despachar rápido. La misma no es el motivo ni el argumento principal de este escrito (quizá si su excusa o mecha de oportunidad). Metido de lleno en la acertada y bien masiva campaña de publicidad del largo, uno había recuperado la fe. Creía en el buen hacer general (aunque con altibajos) de Juan Echanove, en la habilidad interpretativa de Javier Cámara como el Conde Duque de Olivares y veía en Mortensen una gran oportunidad de proyección internacional. Hasta se había convencido de la segura mano firme de Agustín “Tano” Díaz Yanes tras la cámara, totalmente novel en proyectos de esta envergadura. Todo se vino abajo en la visualización del estreno. Díaz Yanes debió pensar que dirigía uno más de esos panfletos de celuloide que acostumbra a vomitar el cineasta/funcionario español. En cuanto a la película, se han cargado la historia de Alatriste. Ni con medios el “cine” español es capaz de hacer cine; ¿cuál es la excusa ahora?, ¿no será que los americanos hacen mejor cine, en verdad?. El cúmulo de errores de Alatriste se asemeja descorazonadoramente a la selección del, para algunos, gracioso Manel Fuentes como la voz del Cid en aquella película de dibujos. Fuentes le quitó todo el heroísmo real y la carga de fuerza que la figura que doblaba tiene y tuvo en la Historia de España: triste. Se han pasado media vida cobrando por convencernos de que lo español es casposo y cutre: no pueden redimirse con la verdad, de manera creíble, y esperar que nos lo traguemos. Alatriste tiene garrafales errores de nexo en montaje, ridículas decisiones de casting y un “querer y no poder” en las fundamentales escenas de acción que da más rabia que pena. Pero que quede claro que el tema principal de estas dos entregas de “El castellano actual” no es ni la película ni su crítica, si no las relaciones entre Alatriste y Contreras y las de ambos con Ortega.
La novela es otro cantar. Las narraciones de Reverte sin alcanzar (de momento) el grado de “básicas de la literatura española”, sí que recuperaron un género y un personaje para las letras españolas. El orgullo de lo español, el personaje privativo y exclusivo de la tierra que queremos y lloramos como “España” (como se hizo siglos antes –contemporáneamente- con el pícaro Lazarillo/Buscón o la alcahueta Celestina/Trotaconventos) renace y lo hace en forma de orgulloso soldado de los Tercios viejos de Flandes. Nadie había explorado esos terrenos antes con éxito similar y las novelas de Pérez-Reverte cumplen, sin dudarlo, su cometido: entretener, divulgar y concienciar. Las aventuras nos divierten, los trazos históricos nos enseñan y el patetismo de un Imperio en declive nos conciencia del mal endémico español: la propia psique española.
Pero de todo esto, con la ayuda de don José Ortega y Gasset, mandando el espacio y una vez apuntado y enmarcado el tema, hablaremos, Dios mediante, la semana que viene.
(Continúa aquí)
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