Hace tiempo que tenía ganas de tratar este tema, del que seguro tendremos oportunidad de gustar más veces, más adelante. El origen de la palabra, del nombre propio, que designa a nuestras ciudades es, a menudo, curioso. Y de las toponimias españolas digo sólo “curioso” por no reconocer la carga histórica que contienen: una estiba de Historia común que se empezó a forjar antes de que naciera el castellano, en muchos casos, y que éste afianzó, en los nombres de nuestros asentamientos. Etimología de ciudades españolas: toponimia española.
San Emeterio y San Celedonio fueron dos legionarios romanos a los que, según se cree, alrededor del año trescientos de nuestra era, martirizaron por profesar el Cristianismo. Curioso este caso ya que aúna dos de los pilares de la cultura hispánica que sobrevive dos milenios después: el ingente legado latino y la religión cristiana. Pero vayamos al grano: las cabezas de los santos mártires fueron conservadas como reliquias en su origen (Calahorra) hasta que esta plaza se vio amenazada por el avance árabe a finales del siglo X. Fue entonces cuando se cuenta que las reliquias fueron llevadas hasta la actual Santander, donde se depositaron en una abadía, sita en el emplazamiento de la actual catedral. El nombre de la capital de Cantabria viene de uno de los dos santos: San Emeter.
Pasa muchas veces en etimología y, al parecer más con los topónimos: la voluntad popular y su gusto retuercen tanto las palabras primigenias que, siglos después (ahora) se hace difícil seguirles la pista. ¿Cómo se llega del “Sancti Emetherii” latino al Santander actual?. Según sabemos, las derivaciones vulgares como “Sancti Emderrii” y de ahí “Sancte Endere”, dieron como resultado “Santendere” y “Santanderio”. Sin duda, una de las etimologías toponímicas más enrevesadas (¡y ojo!, “de las conocidas” más enrevesadas, que las hay tanto que no hay ni por donde cogerlas).
Según la última opinión arqueológica más o menos generalizada, el siguiente emplazamiento que trataremos, civil a la postre, constaba como campamento romano desde el siglo I a.C. La Legio VI Victrix parece ser el primer destacamento militar del que se tiene constancia por allí en los tiempos de Augusto (lugar que se consideró bueno, como base para las luchas con los bárbaros del N); la Victrix fue sustituída por la Legio VII Gémina (antes llamada Hispana o Galbiana –en honor a su emperador fundador: Galba-) poco después. Tanta “legión” dejaría huella en los habitantes civiles que, inevitablemente, seguían a los asentamientos militares de larga duración en todo el Imperio Romano. Y de “legión” a León no hubo más que un paso (influenciado quizá por la proximidad léxica del leo, leonis latino, el feroz felino, que nada tiene que ver con la ciudad).
A veces, aunque se conozca el origen del nombre de una villa es difícil imaginar cómo el gusto popular lo ha retorcido hasta convertirlo en lo que es. Pasa con Santander y con una de los tantos asentamientos nombrados –o renombrados tras conquista- en honor a Octavio Augusto. Zaragoza fue “Caesar Augusta” en inicio, pero ¿cómo llegó ahí?. Hemos de hablar de la intervención árabe: en el 714 los musulmanes conquistan como el rayo la península. Y eso de “CaesarAugusta” les sonó a “Saraqusta”… es fácil figurarlo si nos imaginamos un moro actual con su marcado acento intentando decir “CaesarAugusta”. Octavio fue olvidado, se retorció en su tumba y Zaragoza fue “Medina Albaida Saraqusta” hasta su reconquista (1118). Desde entonces su evolución pasó por “Saracosta”, “Saragossa" y “Çaragoça” hasta nuestra preciosa capital del Pilar y Aragón actual.
El ejército romano trataba muy bien a sus unidades. Eran alimentados, sanados tras la batalla, recompensados tras las gestas y licenciados tras su vida de entrega al pueblo de Roma y su Senado. Así llegaron donde llegaron (hasta que llegaron). La “licenciatura” (que podíamos asimilar a la jubilación militar) solía ir acompañada de beneficios, privilegios, dineros y tierras y había destinos (territorios donde se concedían las tierras) más apetecidos que otros: la bella Hispania era uno de ellos. El soldado licenciado con premio por sus méritos era emeritus, “emérito” del ejército.
En una de las divisiones administrativas de la lógica unidad hispana para los inteligentes romanos, en Lusitania, se creó un destino común para los soldados eméritos: “Emérita Augusta”. Lo de “Augusta” de nuevo es, lógico, en honor a Octavio –que se volvería a revolver en su tumba si supiese la actual falta de su nombre en el topónimo-. Así nació Mérida, capital, enseguida, de la provincia lusitana y, hoy, de Extremadura.
Más allá de la curiosidad y la cultura, la descripción del origen del nombre de nuestras ciudades revela una Historia secular común, afecta a todo este pedazo de tierra al que todo el que llegó lo vio como uno. Una Historia común cuyo recuerdo quizá hoy no sea del agrado de muchos, a pesar de sobrepasar –a veces en siglos- la edad de la de la mayoría de nuestros vecinos europeos.
2 comentarios:
¡Buen artículo Fran! Me alegro de que estés de vuelta y espero que las vacaciones hayan ido bien. Seguimos leyendonos.
Un abrazo
Muchas gracias, Javi. En realidad han sido buenas, y claro que seguimos.
Un fuerte abrazo.
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