¿No le dan a veces ganas de pegar a quien le habla?. Hay discursos que son pesados, incluso perniciosos para la salud mental de uno, pero probablemente tanto más molestan cuanto más sensación transmite el emisor de que está hilvanando unas sentencias que “pasarán a los anales de la Historia”. Sí, es la desgraciada perversión del uso de los recursos estilísticos que, hoy, aquí son recursos “paroxísticos”.
Y lo son porque te pueden hacer llegar al paroxismo más absoluto. El tipo de hablante al que “denunciamos” tiene la bendita virtud de hacer estallar los aplausos del débil de intelecto –léase correligionario o prosélito-, mientras a su lado, o dos mesas más allá, alguien se consume en el fuego interno de la desesperación más o menos culta. Sucedió hace una semana. Un orador, en una conferencia, hablaba contra la actitud del presidente del Gobierno. Y lo hacía, más o menos, sin exagerar, en estos términos:
“Hablamos de situaciones que son difícilmente soportables para la democracia. Hablamos de un presidente que ha engañado. Hablamos de un presidente totalitarista. Hablamos de un presidente que no acepta las críticas. Hablamos de un presidente que ha dinamitado la política exterior. Hablamos de un presidente sin gabinete. Hablamos de un presidente que ha revitalizado a una banda asesina…”
Espero que fuesen seis presidentes distintos, porque si no vaya joyita… Pero el caso es que el efecto cacofónico que provocaba este discurso, la repelencia, sin mayor miramiento, quitaba cualquier atisbo de fuerza crítica que pudiese tener. Le hacía perder la razón, a los ojos de quien le escucha o, cuando menos, hablar con menos fuerza, usando un recurso igual de fácil que cansino. Creo que jamás vi –o escuché- una anáfora peor utilizada. Porque la manera en la que continuó poco después es perfectamente asimilable a la anterior:
“No hay verdadera política de estado. No hay sentido de nación. No hay freno para alocadas ambiciones regionales nacionalistas. No hay respeto por las víctimas de los asesinos. No hay planificación de la inmigración. No hay diálogo con el partido de la oposición. No hay independencia judicial. No hay independencia fiscal.”
No hay nada. Pero el genio de ese hombre no acababa, mucho antes se reservaba para “el final”…
“Las multas de Europa por el escándalo energético, son culpa de este Gobierno. El resurgimiento del brazo político etarra, es culpa de este Gobierno. El ridículo internacional que hace España, es culpa de este Gobierno. La inseguridad ciudadana, es culpa de este Gobierno. La marginación del Cristianismo es culpa de este Gobierno.”
Pobre Gobierno. Tampoco vi nunca una epífora peor. Ese es el problema: seguramente el orador tenga razón en muchas de sus reivindicaciones pero, perdiendo el estilo, la forma, pierde la razón (al menos ante los ojos de su audiencia). Chabacanería en estado puro… ¿se referirán a esto cuando dicen que la derecha española pierde la guerra por la batalla de la comunicación?,¿o eso lo digo yo? No recuerdo...
Este comunicante, fuese consciente o no de que estaba haciendo uso de conocidas y buenas –en su medida- figuras retóricas (o recursos estilísticos), debió poner cuidado; en lugar de seducir a su audiencia, la repelió. Aunque, bien pensado, dicen que el uso de los recursos estilísticos es uno de los patrones que fijan el estilo literario de cada uno. Quizá ese fuese el problema (quod Natura non dat, Salmantica non prestat).
De todas formas, la hipérbole de denominar “paroxismo” al estado en que este sujeto pudo colocar a algunos de nosotros, puede que no sea tanta exageración. Les aseguro que me llegue a enfadar realmente, aunque es cierto que es difícil explicar por qué… Quizá me parecía que el charlatán construía el discurso de manera apresurada e improvisada. Quizá la sensación de estar intentando ser entretenido el tiempo que tenía que durar su intervención, se hizo insoportable. Probablemente hay infinidad de maneras más o menos objetivas, y también tendenciosas, de decir lo mismo, y este hombre se decantó por lo fácil. Sinceramente (y para que digan que las palabras no mueven) me enfadé –mucho- y me marché. Sin embargo, entendería que el énfasis que le daba a sus palabras, unido al alto porcentaje de razón de fondo que le concedo, hubiese molestado a alguna otra parte de la audiencia, pero en sentido distinto al mío: contra el objeto de sus críticas. Al fin y al cabo, promovió una “exaltación extrema de los afectos y pasiones”, ¿no?. Pues eso.
El datismo y la enumeración –por ejemplo- deberían ser figuras de las que, como el alcohol para determinado tipo de enfermos mentales, debería guardarse este brillante orador. La dinamita es mucha, la mecha necesitada poca y yo no respondo la siguiente vez, amigo. Ustedes imagínenle usando recursos “paroxísticos en potencia” que le permiten el “empleo inmotivado de sinónimos” y la “referencia rápida y animada de varias ideas”. ¡Qué peligro!.
2 comentarios:
Muy bueno el discurso, Albatros; el tuyo, no el del politico, claro está.
De cualquier forma, ya sabes que para ser politico tampoco se pide ni siquiera hablar bien.
Además, quizá planteen los discursos en ese estilo para que lleguen a todo el mundo. No hay nada como machacar tipo mantra al personal.
Un abrazo.
Pues muchas gracias, Galatea. te diré -para más escarnio- que el sujeto no era político, si no "comunicador"... muy grave.
Desde luego lo de los eslóganes repetitivos y simples se lleva mucho en la política española últimamente... si fuese algo menos inconsciente, hasta me preocuparía...
Un abrazo.
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