viernes, noviembre 17, 2006

Larra

Mariano José de LarraNo será malo que comencemos a dedicar algo de espacio a la gente que ha contribuido a dar esplendor a la lengua castellana. Me refiero a sus literatos más representativos. Desde siempre he tenido claro el papel del jamón español entre los jamones del mundo y las películas americanas entre la filmografía completa del globo: sobresalen. Cuando hablamos de literatura española hablamos de literatura universal, eso sí, escrita en castellano.

Y es por afinidad profesional que me obligo a comenzar con don Mariano José de Larra. Nace en Madrid –claro- en 1809. Su pensamiento, liberal y afrancesado al final de su vida, nos llama a la primera reflexión: Larra está vivo, es actual y nos puede enseñar muchas cosas. Leída y releída su obra, queda claro que un tema se encarama obviamente por encima de los demás: la preocupación política y moral por España. Preocupación real y apesadumbrada por su país y sus gentes. Siga leyendo, esto le interesa.

Para el observador objetivo de la historia, puede repeler el hecho de que Larra creyese que los franceses podían tener algo que enseñar en la forma de gobernarse a los españoles; pero lo triste es que así era. La clase política comenzaba a roer las entrañas de la patria –como Larra denuncia en toda su obra- y, para el extranjero europeo civilizado, el español –como hoy- era incomprensible espectador pasivo de todo (Fígaro lo denuncia, como decimos, a lo largo de todos sus escritos, pero magistral y famosamente en “Vuelva usted mañana” donde hace reír a todos y llorar a –como siempre- los desdichados lúcidos). Un paralelismo más con hoy en día, siglo XXI, es claro: la fama del Imperio actual está en declive y parece fácil aventurar que la propaganda de dentro de unos años venderá de manera general a los EE.UU., como ya se hace hoy, como el mal absoluto, pasado. Sin embargo, desde hoy podemos decir a esa gente del futuro que, aprendiendo de ellos, nos podrían haber enseñado grandes cosas –como han hecho en bastante medida y como hizo en su día Francia a España, pero no llegará el día en España en que el político corrupto pague de verdad su delito-.


-Vuelva usted mañana- nos respondió la criada-, porque el señor no se ha levantado todavía.
-Vuelva usted mañana- nos dijo al siguiente día-, porque el amo acaba de salir.
-Vuelva usted mañana- nos respondió el otro-, porque el amo está durmiendo la siesta.
-Vuelva usted mañana- nos respondió el lunes siguiente-, porque hoy ha ido a los toros.
-¿Qué día, a qué hora se ve a un español?

Vímosle por fin, y "Vuelva usted mañana -nos dijo-, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio".

A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez, y él había entendido Díaz, y la noticia no servía. Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos.

Fragmento de “Vuelva usted mañana”, 14 de Abril de 1833


El Romanticismo acabó con Larra. Sabemos que, hoy en día, la vena amorosa de los escritores románticos del XIX ha derivado el significado general de esa palabra hacia alguien con habilidad en la expresión del amor. El movimiento romántico era mucho más: paisajes desabridos y bellezas imposibles, cementerios a media noche y amores rotos, danzas con esqueletos y las más bellas composiciones eróticas jamás leídas u oídas. Sentimiento y soledad. Pesimismo y compromiso. Frente a la fría razón ilustrada, el Romanticismo europeo reclama el protagonismo para el interior. Coñac y chimenea frente a ventana mojada o gran luna que ilumina lápidas donde se apoya el papel, eran los escenarios donde se escribían algunas de las obras más grandiosas de la Humanidad. Es fácil imaginar la cabeza de Larra con ese influido pesimismo, la situación objetiva del Imperio español en cercana muerte y su sincera mala suerte en su vida amorosa personal.

¡Y es que es tan actual!. Este es un extracto de “Yo quiero ser cómico”. Hasta la casa de Fígaro llega un muchacho que busca ser recomendado para trabajar como cómico. Aún busco al valiente que me afirme las diferencias con los actores de hoy:


-Sin embargo, como yo quiero ser cómico...
-Cierto. ¿Y qué sabe usted? ¿Qué ha estudiado usted?
-¿Cómo? ¿Se necesita saber algo?
-No; para ser actor, ciertamente, no necesita usted saber cosa mayor...
(…)
-¿Sabe usted castellano?
-Lo que usted ve..., para hablar; las gentes me entienden...
-Pero la gramática, y la propiedad, y...
-No, señor, no.
-Bien, ¡eso es muy bueno! Pero sabrá usted desgraciadamente el latín, y habrá estudiado humanidades, bellas letras...
-Perdone usted.
-Sabrá de memoria los poetas clásicos, y los comprenderá, y podrá verter sus ideas en las tablas.
-Perdone usted, señor. Nada, nada. ¿Tan poco favor me hace usted? Que me caiga muerto aquí si he leído una sola línea de eso, ni he oído hablar tampoco... mire usted...
(…)
-¿Sabrá usted quejarse amargamente, y entablar una querella criminal contra el primero que se atreva a decir en letras de molde que usted no lo hace todas las noches sobresalientemente? ¿Sabrá usted decir de los periodistas que quién son ellos para?...
-Vaya si sabré; precisamente ese es el tema nuestro de todos los días. Mande usted otra cosa.

Al llegar aquí no pude ya contener mi gozo por más tiempo, y arrojándome en los brazos de mi recomendado:
-¡Venga usted acá, mancebo generoso -exclamé todo alborozado-; venga usted acá, flor y nata de la andante comiquería: usted ha nacido en este siglo de hierro de nuestra gloria dramática para renovar aquel siglo de oro, en que sólo comían los hombres bellotas y pacían a su libertad por los bosques, sin la distinción del tuyo y del mío! ¡Usted será cómico, en fin, o se han de olvidar las reglas que hoy rigen en el ejercicio!

Fragmento de “Yo quiero ser cómico”

Y ahora compárese con las bondades interpretativas de engendros como “Alatriste” –la película, claro-. Aunque bien mirado, todavía tuvo suerte don Mariano… ¡si llega a ver convertidos, como pasa ahora, a los actores –de su clara admiración- en funcionarios –de su amor más profundo y asesino-!.

Y si el tema de Larra, para mí, era su pesimismo justificado, su virtud fue la de hacernos reír en ella, llorando por el fondo, cuyos restos aún sufrimos. En serio, no son sólo palabras lo que lanzo ahora, a poco bien mirado, hablo de los males endémicos de una nación, eterna promesa de gran país. Los retratos de costumbres de las gentes que, desde la creación de la perniciosa clase política española, viven adormecidos en el “que actúe otro ante esa prevaricación” son otro fuerte de Larra. Las vivencias y personajes de la corte, del Madrid de la primera mitad del XIX, son paso obligado de todo el que se quiera formar una buena idea de cómo era aquello (¡tan parecido, pero tan parecido a hoy!). En uno de sus artículos más conocidos –hasta hace poco lectura incluida en los libros de texto de Secundaria, desconozco si sigue ahí- relata la epopeya vivida supuestamente por él, al aceptar de mala gana la invitación de un “refinado” conocido, Braulio, para cenar…


A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo; fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás parecieron las coyunturas.

(...)

El susto fue general y la alarma llegó a su colmo cuando un surtidor de caldo, impulsado por el animal furioso, saltó a inundar mi limpísima camisa: levántase rápidamente a este punto el trinchador con ánimo de cazar el ave prófuga, y al precipitarse sobre ella, una botella que tiene a la derecha, con la que tropieza su brazo, abandonando su posición perpendicular, derrama un abundante caño de Valdepeñas sobre el capón y el mantel; corre el vino, auméntase la algazara, llueve la sal sobre el vino para salvar el mantel; para salvar la mesa se ingiere por debajo de él una servilleta, una eminencia se levanta sobre el teatro de tantas ruinas. Una criada toda azorada retira el capón en el plato de su salsa; al pasar sobre mí hace una pequeña inclinación, y una lluvia maléfica de grasa desciende, como el rocío sobre los prados, a dejar eternas huellas en mi pantalón color de perla; la angustia y el aturdimiento de la criada no conocen término; retírase atolondrada sin acertar con las excusas; al volverse tropieza con el criado que traía una docena de platos limpios y una salvilla con las copas para los vinos generosos, y toda aquella máquina viene al suelo con el más horroroso estruendo y confusión. "¡Por San Pedro!" exclama dando una voz Braulio, difundida ya sobre sus facciones una palidez mortal, al paso que brota fuego el rostro de su esposa. "Pero sigamos, señores, no ha sido nada", añade volviendo en sí.

(…)
¿Hay más desgracias? ¡Santo cielo! Sí, las hay para mí, ¡infeliz! Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir a los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas; don Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma ya sin cesar y me hace cañón de su chimenea; por fin, ¡oh última de las desgracias!, crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces, piden versos y décimas y no hay más poeta que Fígaro.
-Es preciso.
-Tiene usted que decir algo -claman todos.
-Désele pie forzado; que diga una copla a cada uno.
-Yo le daré el pie: A don Braulio en este día.
-Señores, ¡por Dios!
-No hay remedio.
-En mi vida he improvisado.
-No se haga usted el chiquito.
-Me marcharé.
-Cerrar la puerta.
-No se sale de aquí sin decir algo.

Y digo versos por fin, y vomito disparates, y los celebran, y crece la bulla y el humo y el infierno.

Delicioso, antológico e inmejorable fragmento de “El castellano viejo”, 11 de diciembre de 1832

Fueron pocos los escritores románticos, aquí y en el mundo, que murieron de viejos. El pesimismo general les acompañaba desde el alba hasta el ocaso y, desde ahí, en las horas de madrugada, tormento interior –creo sinceramente que fue esta la época en la que la madrugada dejó de ser para dormir, a todos los efectos-. En “El día de difuntos de 1836”, Mariano José de Larra describe un primero de noviembre en el que esos vivos que creen ir a visitar a sus finados son los verdaderos muertos. Tras un magistral artículo, es curioso como, al final del escrito, parece querer decirnos que su lucha contra el pesimismo es continua, pero inútil, debido al estado de su interior…


Pero ya anochecía, y también era hora de retiro para mí. Tendí una última ojeada sobre el vasto cementerio. Olía a muerte próxima. Los perros ladraban con aquel aullido prolongado, intérprete de su instinto agorero; el gran coloso, la inmensa capital, toda ella se removía como un moribundo que tantea la ropa; entonces no vi más que un gran sepulcro; una inmensa lápida se disponía a cubrirle como una ancha tumba.
No había aquí yace todavía; el escultor no quería mentir; pero los nombres del difunto saltaban a la vista ya distintamente delineados.

¡Fuera, exclamé, la horrible pesadilla, fuera! ¡Libertad! ¡Constitución! ¡Tres veces! ¡Opinión nacional! ¡Emigración! ¡Vergüenza! ¡Discordia! Todas estas palabras parecían repetirme a un tiempo los últimos ecos del clamor general de las campanas del día de Difuntos de 1836.

Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos.

¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!
¡Silencio, silencio!

Fragmento de “El día de difuntos de 1836”, 2 de noviembre de 1836


Apenas cuatro meses después, con veintiocho años, don Mariano José de Larra, tras una visita de su amante, Dolores Armijo, quien le comunicó la ruptura definitiva de su relación, amartillaba una pistola, se la llevaba a la sien… y disparaba.

2 comentarios:

J. G. dijo...

Pues hale, como te gustan las anécdotas aquí tienes una:

La famosa escritora española Lucía Echevarría, ganadora del Premio Planeta, dijo en una entrevista, que "murciélago" era la única palabra en el idioma español-castellano que contenía las 5 vocales.

Un lector, José Fernando Blanco Sánchez, envió la siguiente carta al periódico ABC, para ampliar su conocimiento.

Carta al director del diario ABC

Acabo de ver en la televisión estatal a Lucía Echevarría diciendo que,"murciélago" es la única palabra en nuestro idioma que tiene las cinco vocales.

Mi estimada señora, piense un poco y controle su "euforia". Un "arquitecto" " escuálido", llamado "Aurelio " o "Eulalio", dice que lo más "auténtico" es tener un "abuelito" que lleve un traje "reticulado" y siga el "arquetipo" de aquel viejo " reumático" y "repudiado", que "consiguiera" en su tiempo, ser "esquilado" por un " comunicante", que cometió "adulterio" con una "encubridora"
cerca del "estanquillo", sin usar " estimulador".

Señora escritora, si el "peliagudo" "enunciado" de la "ecuación" la deja "irresoluta", olvide su "menstruación" y piense de modo "jerárquico".

No se atragante con esta "perturbación", que no va con su "milonguera" y "meticulosa" "educación".


Y ésto añado que se le olvidó comunicárselo al Ayuntamiento.

Fran J. Girao dijo...

Una más en la larga carrera de despropósitos lingüísitcos de esta "wannabe intelectual". El hecho es tan grave como que a continuación incluyo la lista que a mí me consta de vocablos castellanos del DRAE con las 5 vocales, sin que se repita ninguna:

abrenuncio, aceituno, acudidero, acuífero, adoquier, adulterino, adulterio, aguerrido, aguiero, aguijeño, aguileño, ahuizote, ajicuervo, ajipuerro, albugíneo, almizqueño, amiguero, anfineuro, anguilero, angurriento, anquiseco, antequino, antetítulo, anticuerpo, aperturismo, aquenio, aquileño, ariqueño, arquetipo, arquíptero, arquitecto, arquitector, arseniuro, arundíneo, asecución, aucténtico, audímetro, aurífero, aurígero, auténtico, autocine, aztequismo, azufeifo, barbiluengo, barbiquejo, barquillero, betuminosa, bielorrusa, birrectángulo, bisabuelo, bisagüelo, blanquecino, blanquimento, blanquinegro, bolsiquear, boquifresca, boquillera, boquinegra, boquiseca, borinqueña, borriqueña, borriquera, botijuela, branquífero, braquícero, bribonzuela, brumamiento, bucelario, bufonería, buhonería, buñolería, burielado, buscamiento, buscapleitos, butadieno, butifarrero, buzamiento, cabeciduro, cachicuerno, calumbriento, campichuelo, cañihueco, capitulero, caquéctico, carguerío, carguillero, castilluelo, catequismo, caulífero, cauliforme, cauterio, cedulario, celulario, celulósica, censuario, centrifugado, centrifugador, centunvirato, cigoñuela, cigüeñato, cincuentavo, cincuentona, cochiquera, coguilera, colecturía, coliquera, collipullensa, comiquear, comisquear, comunicable, comunicante, concienzuda, concurrencia, conducencia, confesuría, confiturera, confluencia, confulgencia, conglutinante, congruencia, conquistable, consecutiva, contertulia, contradique, contumelia, contundencia, conventícula, coquería, coquinera, coquizable, corpulencia, correduría, cortisquear, cosquillear, criaduelo, cruentación, cruzamiento, cuadernillo, cuadriforme, cuadrillero, cuajicote, cuajilote, cuajiote, cuakerismo, cuarcífero, cuartelillo, cuartillero, cuatrerismo, cuellicorta, cuellilargo, cuentahílos, cuestación, cuestionar, cuicacoche, culteranismo, cuñaderío, cuodlibetal, curamiento, curanderismo, curialesco, curiosear, charquecillo, chupaderito, chuzonería, decuriato, deglutoria, degustación, delicaducho, delictuosa, delusoria, demudación, denticulado, denudación, denunciador, depuración, depurativo, desahucio, desboquillar, descontinua, descontinuar, descubridora, descuidado, descuitado, desdibujado, desguisado, deslánguido, despumación, destitulado, destruidora, desucación, desudación, deturpación, devolutiva, dominguera, doquiera, droguería, dudamiento, duenario, dulzainero, duodécima, duodecimal, duomesina, eburnación, ecuación, educación, educativo, elocutiva, emboquillar, embrosquilar, embustidora, embutidora, emulación, emulsionar, emundación, encáustico, encubridora, englutativo, enguichado, engullidora, engurriado, enjundiosa, enluciado, enlucidora, enmochiguar, enquillotrar, enquistado, enrubiador, ensuciador, entubación, enturbiador, entusiasmo, enunciado, equitador, equívoca, equivocar, eructación, eruginosa, erupcionar, erutación, escorbútica, escrutiñador, escuálido, escudillador, escudriñador, escultórica, escupidora, escupitajo, esfumación, esguízaro, espiráculo, esquiador, esquifazón, esquilador, esquinado, esquinanto, esquinazo, esquinzador, esquipazón, esquistosa, esquizado, estanquillo, estimulador, estimulosa, estuación, estuario, estudiado, estudiador, estudiantón, estudiosa, estuosidad, euboica, eubolia, eucalipto, eucrático, eufonía, eufónica, euforia, eufórica, eufótida, eutrofia, eutrófica, eutrofizar, evolutiva, excautivo, excluidora, exculpación, excusación, exhaustivo, exhumación, expugnación, expurgación, exudación, exultación, fabriquero, faleucio, fecundación, fecundativo, fecundizador, ferruginosa, feudalismo, filautero, flamenquismo, freudiano, frumentario, funerario, galleguismo, gatuperio, gerundiano, gesticulador, gesticulosa, granujiento, guadijeño, guaridero, guarnecido, gubernación, gubernativo, guijarreño, guineano, guionaje, guisandero, guitarreo, guitarrero, guitarresco, guitonear, gusaniento, hevicultora, hidalguejo, hidalgüelo, hieródula, hipotenusa, hociquear, hormiguear, hormigüela, hormiguera, hormiguesca, humectación, humectativo, humilladero, hurgamiento, hurtadineros, imbabureño, impetuosa, incestuosa, incompuesta, inconmutable, ineducado, inexhausto, infernáculo, inocultable, insepultado, interruptora, interurbano, invernáculo, iroquesa, irresoluta, jaquimero, jerárquico, juntamiento, juramiento, juzgamiento, latigueo, latiguero, latréutico, laudemio, laurífero, lauríneo, lectuario, leguario, leguminosa, lengüicorta, lengüilargo, letuario, lombriguera, longuería, loquería, loriguera, lucianesco, luciérnago, lucharniego, lustramiento, luteranismo, lloriquear, maldispuesto, mallequino, manguillero, manguitero, manigüero, manipuleo, maniqueo, manuelino, manutención, manutergio, maquilero, marisqueo, marisquero, matihuelo, meditabundo, menorquina, menstruación, mensuración, mensurativo, metalúrgico, meticulosa, milonguera, moquitear, morceguila, mordisquear, morisqueta, mosquitera, mudamiento, muestrario, multilátero, murciégalo, murciélago, murcigallero, 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putrefacción, putrefactivo, quebradillo, quebradizo, quejicosa, quejillosa, querindango, quietador, quijotesa, quijotesca, quincallero, quinceavo, quinolear, quintaleño, quintalero, quiroteca, ranquelino, raquídeo, reasunción, rebollidura, recitáculo, reconquista, reconquistar, reconstructiva, recusación, redargución, reducidora, refugiado, refundidora, refutación, regulación, regulativo, reproductiva, republicano, reputación, requintador, resolutiva, resucitado, resucitador, resudación, reumático, reumatismo, revulsoria, riachuelo, rompesquinas, rosquillera, rostrituerta, rubefacción, rubiáceo, rufianesco, rumeliota, saduceísmo, sahumerio, salubérrimo, salutífero, sanguífero, sanguíneo, sanluiseño, sanluisero, saquerío, sardónique, secundario, secutoria, seguidora, segundario, sensualismo, sericultora, sesquiplano, seudónima, simultáneo, sobrequilla, soguería, sonrisueña, sortijuela, subarriendo, subdirectora, subdominante, subitáneo, sublevación, subordinante, subvencionar, sucesoria, sudorienta, sudorífera, sugeridora, sugestionar, superación, superádito, superiora, superlación, superlativo, supersónica, supervisora, supletoria, surrealismo, suspensoria, sustentación, tabiquero, tampiqueño, taquillero, taquímetro, taquinero, tenutario, tertuliano, teutónica, tiracuello, tiracuero, topiquera, toquería, tosiguera, triaquero, trirrectángulo, truncamiento, tuberosidad, tumefacción, turbamiento, turronería, ugrofinesa, ulceración, ulcerativo, ultraligero, unipersonal, univocarse, untamiento, urogenital, urticáceo, useñoría, vaqueiro, vaquerizo, ventrílocua, venusiano, vesiculosa, vestuario, vituperador, vituperosa, volumetría, volumétrica, vomipurgante, vulneración, vulnerario, yeguarizo, zatiquero, zurrapiento.

La intelectualidad de la señorita Echevarría no se la deseo a nadie.