jueves, febrero 02, 2006

El autobús

Hace tiempo que vengo observando cómo el transporte urbano viene a ser uno de los centros ideales del estudio de nuestro idioma en su situación actual. Paisanos que van y vienen, despreocupados (al menos de su habla, sea ésta correcta o no) que nos ofrecen, sin quererlo, un amplio muestrario de las figuras retóricas de frecuente uso en el español de a pie. De entre la escasa variedad de tránsito público urbano, con mucho, hemos de quedarnos con el autobús.

Y no en vano el autobús viene etimológicamente del ómnibus. En ellos encontramos de todo: desde empresarios temporalmente sin transporte privado por avería, las vecinas que se encuentran casualmente después de la compra en el mercado, las guapas señoritas que vuelven a casa a la hora de comer tras cinco horas agotadoras de instituto… Pero acerquémonos, vayamos sin miedo de ser descubiertos a analizar las figuras propias de cada sector descrito, usuario legítimo cada uno del castellano actual…

El empresario parece hablar cuidadosamente por el móvil con un posible inversor… ¡ah! aquí un genial circunloquio: “…ya sabrá que el actual marco coyuntural del mercado del sector hace prever unas cuantiosas retribuciones a quien sepa no amilanarse en dar los pasos iniciales justo ahora…” (es decir “…no será Vd como esos cobardes que no me quisieron dar el dinero hace un mes…”). No acaba ahí su destreza retórica… se despide con un eufemismo“…ya sabe que Vd siempre será mi primera opción…” (o sea “…me quedo con Vd si no viene otro con más pasta…”). La vecina más gruesa no tiene vergüenza, mientras, en alardear de su capacidad poética con su comadre:
“…porqueyasabrásManuelaquetetengomuchocariñocomo
atushijostumarido…queelotrodiameleencontreenlaescalera
queyaledijequecualquiercosaquenecesiteiscuandosea…”
(¡admirable habilidad de asíndeton para quitar conjunciones y encima a esa velocidad!). Al levantarse en primer lugar, para bajarse, la afortunada y paciente Manuela, descubrimos una estupenda paradoja en la boca de su cariñosa amiga, que mirándola de reojo le dedica un poco audible: “¡bruja!”. Las señoritas en edad de instituto aún no se bajan y a velocidad de vértigo se suceden sus calculadas, y no exentas de pericia oratoria, cacofonías: “¡qué pasaaaaaaaaaa, niñaaaaaaaaa chulaaaaaaaaaa!”, juegos de palabras (con desconocidos dobles significados): “el sábado fue la caña –giro que se me escapa, según el DRAE- porque fui con el churri –“gárrulo, enfadoso y sin sustancia”, dice sólo el diccionario- a dar un voltio" –tampoco la Academia me aclara el doble significado usado- y elipses, en su teléfono móvil: “Llgo + trde.Kdms a Is 6?Xfa cnt q stoi n l bus.TQM.Jenny”.

Es el "autobús" palabra documentada en castellano a principio de la década de los años veinte del siglo pasado. Se traspasó directamente del francés autobus, que venía de la mezcla del prefijo auto- (que indica suficiencia propia y, en el caso del automóvil, para moverse) más el acorte inglés bus, de ómnibus (dativo latino que significa literalmente “para todos”). Ómnibus venía designando en español, que sepamos desde mediados del XIX, a los carruajes de transporte colectivo. Algún francés consideró necesario la adición del auto- para designar a los nuevos vehículos destinados a varios pasajeros capaces de moverse autónomamente (al contrario que el trolebús, por ejemplo, que necesitaba de troles o pértigas metálicas para alimentarse de electricidad).

¡Subamos al autobús!.


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