Uno de los vicios más extendidos del castellano actual es el uso indebido del infinitivo. Aclaremos aquí y ahora que no es vocación exclusiva de este espacio la denuncia sistemática, pesada y exquisita de los errores de los hablantes actuales del español, pero no negaremos que sí es una de sus premisas; aseguremos que no es la única, eso sí, y aceptemos que el resto puede que parezcan menos pretenciosas (a pesar de no contar la descripción de vicios que realizamos ni con un ápice de soberbia o falso orgullo).
Así, si fuésemos uno de esos ligeros y alegres periodistas, sustitutivos de estos o similares, omnipresentes que toman la Academia a chufla y a sus pacientes a broma, diríamos aquello de "decir que no queremos avergonzar a nadie". Tenemos prisa y no nos apetece usar una perífrasis como "hemos de decir" o "queremos decir", porque lo que queremos es hablar rápido, torpe y mal.
Por otro lado, comentar, perdón, es necesario comentar, que no tenemos que confundir este uso viciado del infinitivo (directamente heredado de los indios Arapahoes -"el jefe estar en la Gran Cascada, ¡jau!"-) con aquél que lo emplea como sustantivo. Éste último es perfectamente lícito, como en: "el comunicar es una ocupación demasiado seria como para tomársela tan a la ligera". ¿Demasiado largo el ejemplo?, ¿qué tal éste?: "todos podemos errar, pero permanecer en el error, más aún, que nos dé igual el error, significaría pertenecer a la peor clase de necio existente". Sí, demasiado largo también, cierto. Podemos errar, en definitiva, pero debemos rectificar y preocuparnos de hacer bien nuestro trabajo día a día.
A otra categoría pertenecen los infinitivos pervertidos revestidos de cierta respetabilidad por su conjunción con pronombres personales. Yo mismo me he confundido más arriba en el uso del infinitivo, y he pedido perdón, pero, en cuanto a esos últimos, asegurarles que nunca los usaré.
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