Pocos momentos de recogimiento y reflexión encuentro en el año tan curiosos como las madrugadas del fin de semana de la Semana Santa. Curioso porque nunca he entendido muy bien lo que sucede. Acompañado desde hace años a posta por la radio, que retransmite las procesiones de toda España, una nube de reflexión personal me invade siempre y, mientras me trasladado de fondo de aquí para allá por la geografía española gracias a las ondas hertzianas, caigo en los brazos de la negra, mágica, misteriosa, ambivalente madrugada (que no del sueño). La Semana Santa aúna a la perfección dos de los pilares de la identidad española: Roma y cruz; Roma como vehículo de nuestro idioma y cultura, cultura que nos trajo el Cristianismo. Nótese que no hablo de religión aquí, porque no quiero –y eso que cabría, por ser cultura hispánica-. En esta madrugada de Viernes Santo de 2007 en la que me encuentro me ha dado por pensar en esas palabras castellanas pertenecientes al campo semántico de la Semana Santa y que, por nuestra forma de vivirla, son privativas del castellano: lo que significan sólo lo sabemos nosotros, pues no se pueden traducir a otros idiomas sin circunloquios asistentes.
Sin duda una de las imágenes de la Semana Santa española es la de los penitentes y sus capirotes. Son también “capillos” o “capiruchos” (salvo en El Salvador que significan allí, estos últimos, el juego del boliche). Los tres emparentan con una importante familia lingüística de rancio abolengo que engloba a la “capucha”, la “capilla” o la “caperuza”, descendientes todos de “capa” (documentada por primera vez en el 952) y ésta a su vez del vocablo del latín tardío “cappa”. Todas tienen que ver con prendas que se colocan o nacen en la cabeza. Corominas le otorga origen desconocido… ¿tan arriesgado resulta emparentarla con caput, -itis, “cabeza”?. “Capirote” aparece por primera vez en el Diccionario de Autoridades, en 1729.
El miserere es entonado esta noche por toda España. Así comienza el canto 51 del Libro Segundo de los Salmos del Antiguo Testamento. Fue recitado por David tras aceptar y arrepentirse de su pecado, al yacer con Betsabé, mujer de Urías, y mandar a éste a primera línea del frente de batalla, para propiciar su muerte y facilitar su falta. Hoy, ejemplo de petición de perdón por las ofensas cometidas, es lanzado al cielo en típico período de penitencia: la Semana Santa. Literalmente comienza así:
“Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam. Et secundum multitudinem miserationum tuarum, dele iniquitatem meam. Amplius lava me ab iniquitate mea et a peccato meo munda me…”
(“Ten misericordia de mi, o Dios, conforme a tu gran misericordia. / Y conforme a la multitud de tus piedades, borra mi maldad. / Lávame enteramente de mi falta y límpiame de mi pecado…”)
“Miserere” es el imperativo del verbo latino “miserari”, “apiadarse”. El canto ha tomado el nombre de su primera palabra. Es recogido en castellano por primera vez en el Diccionario de Autoridades, en 1734 (no en vano entre los siglos XVII y XVIII se fijan muchas de las costumbres de Semana Santa que perviven hasta hoy) así:
“Miserere. s.m. La fiesta o función que se hace en Cuaresma a alguna imagen de Cristo, por cantarse en ella el salmo que empieza con esta voz”.
También son noches de temblorosas y sentidas saetas. Una “saeta”, como sabemos, es una flecha, un arma con punta afilada arrojada por un arco; proviene del latino “sagitta” y, según el DRAE, puede ser, también, una “copla breve y sentenciosa que para excitar a la devoción o a la penitencia se canta en las iglesias o en las calles durante ciertas solemnidades religiosas”. Así, maravillosamente, hemos comprobado el nacimiento de una palabra en una de las formas más bonitas de las que éstas disponen para hacerse: con una preciosa metáfora; al igual que la flecha, que la saeta, este tipo de composiciones pretenden y consiguen penetrar finamente en nuestro interior, hiriendo el sentimiento, moviendo al dolor. Con su sentido primigenio de “flecha” aparece por primera vez en el siglo XIII, en los escritos de personalidades como Gonzalo de Berceo o Alfonso X.
Si llueve, las delicadas telas y materiales de las figuras y esculturas de procesión de Semana Santa no pueden salir; sólo el corazón duro e insolidario puede permanecer impasible o incluso burlarse de los lloros y la desesperación de los cofrades que ven cómo un año entero de ilusión y preparación se va al traste por el mal tiempo. Ahora mismo escucho por la radio (casualidades de la vida) que durante este día de Jueves Santo sólo dos de las siete hermandades que tenían previsto desfilar en Sevilla han podido hacerlo, debido a la lluvia; parece que el tiempo ha mejorado por la noche. Las cofradías protagonizan los actos públicos de la Semana Santa en toda España, suponiendo la nota monumental, espectacular, exterior del período espiritual. “Cofrade” es el resultado de una simple adición: cum+frater. “Frater” es “hermano” y el “cum” da idea de reunión, de apiñamiento, de “hermanamiento”, precisamente. Es el mismo matiz que el de “correligionario” o “colaborador” (el que trabaja “con” alguien). Hablando de espectacularidad, no me negarán que las voces y órdenes de los capataces de las cofradías, con sus correcciones de rumbo, sus toques en el llamador para señalar la reanudación de la marcha y sus “¡al cielo con ella!”, refiriéndose a la imagen de la Virgen, no ponen los pelos de punta… “Capataz”, de seguro, proviene de la arriba mencionada caput, -itis, “cabeza”, pero cómo llegó desde ahí, su evolución, se desconoce.
Dentro de las cofradías, otro de los protagonistas de la Semana Santa es el costalero. Viene derivado de “costal” (que significa “relativo a las costillas” o “saco grande” –porque se carga con o sobre esa parte del cuerpo-) y éste del latín “costa”, literalmente “costilla”. Es él el que se encarga de transportar, y “bailar” en ocasiones, el paso de Semana Santa. Esas “efigies o grupos que representan un suceso de la Pasión de Cristo, y se sacan en procesión” son auténticas obras de arte con, a veces, siglos de historia. Su origen etimológico hace referencia a su método de movimiento, precisamente, el “paso” (“passus” latino) de los costaleros que lo transportan.
Gracias a ustedes, esta es la primera madrugada de Semana Santa, en tiempos, que no paso en la cama, escuchando sólo y solo la radio, viviéndola desde dentro. Hoy la he compartido con alguien más, investigando y escribiendo. Gracias.
2 comentarios:
Gracias.
Pues, amigo anónimo, además de que me encataría que me aclarases por qué me las das... de nada.
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