El carácter y el tono ligero del siguiente texto, en el que se tratan diversas enfermedades, no tiene nada que ver con las personas que pudieran sufrir estas dolencias en la vida real. Nuestro propósito nunca será el de reírnos de la desgracia ajena sino acercar nuestro idioma al público de la manera que nos parezca más adecuada en cada momento. Hoy parecía el turno de la sal y la socarronería, meros instrumentos para un fin, como lo son los sustantivos de enfermedades que aparecen en el texto que, aquí, son sólo eso: sustantivos.
“Acromegalia”. Mi amigo Luis tembló al escuchar el diagnóstico del facultativo. Ya lo dice el DRAE: “enfermedad crónica debida a un exceso de secreción de hormona de crecimiento por la hipófisis, y que se caracteriza principalmente por un desarrollo extraordinario de las extremidades”. Y si, mi amigo se sorprendió… por otro lado también es lo que le dije cuando, aún perplejo, me dio la noticia: "¡Hombre, Luis, a ver si piensas que te mandábamos a ti a por las cervezas porque sí! Un viaje tuyo son dos de cualquiera de nosotros…”, o lo que le dijo Juampe: “Ahora me explico porque tú nunca necesitabas raqueta cuando íbamos a jugar al tenis…”. Y todo sin maldad, ¿eh?.
La mayoría de los términos médicos en el español provienen del griego… y asustan. Su sonido, contundente, amenazante, sólo es el preludio de lo que viene después: la explicación de lo que nos pasa. Quizá como continuación de aquellas “Mis palabras curiosas” vamos hoy a hacer un muy pequeño repaso a algunos nombres interesantes que esconden afecciones no menos llamativas. Todo es castellano actual.
No debo esconder que Luis es, para nosotros, el débil, el amigo a proteger del grupo. Son muchas las razones, una de ellas es su condición de eterno parado. Nunca tiene un duro ni un “curro”, ni novia, ni amigos más que nosotros. Y es que siempre la misma historia: cuando se presenta a una entrevista el responsable de personal bien piensa que es un juerguista que pasa las noches en vela, bien que es un redomado maleducado; las chicas creen que le aburren y no le vuelven a llamar; sus relaciones sociales son, como digo, un desastre, pues todos creen en la deficiente educación del pobre Luis. Y, en realidad, su problema es que sufre de casmodia. Sus crueles amigos (y a veces creo que dudosos) nunca terminamos de explicar a alguien su mal sin acabar por el suelo de risa. Según la Academia, es la “enfermedad o fenómeno morboso que consiste en bostezar con excesiva frecuencia por afección espasmódica”. Imagínense la escena: no poder parar de bostezar y explicar, ante la incredulidad del interlocutor que es que “tienes una enfermedad”. “¡Juerguista, borracho!” y “maleducado” es de lo más suave que escucha Luis.
En efecto, parece que hay nombres curiosos y significados del mismo pelo. Ambas características pueden darse, en los casos que tratamos, a la vez o por separado. De vez en cuando nos topamos en el DRAE con una tercera característica: definiciones cachondas. Un calambre es una contracción espasmódica, involuntaria, de algún músculo del cuerpo; cuando se convierte en crónico y sucede en la mano –“preferiblemente”- es el nombre, también, de una enfermedad. Una afección que el DRAE define así: “enfermedad caracterizada por el espasmo de ciertos grupos de músculos, generalmente de la mano, que dificulta o impide el ejercicio de la función de esta en algunas profesiones y oficios, como los de escribiente, telegrafista o pianista”. ¿Cómo se define un “académico inspirado”?. Podría decirse que es bastante larga la relación de profesiones en la que una mano reñida con lo firme y seguro es poco deseable… Tan larga como para dejar inútiles tres nimios ejemplos ¿o no?. En cualquier caso, la injusticia cometida con cirujanos, mecánicos, relojeros y joyeros, policías y bomberos, ginecólogos, baloncestistas, encantadores de serpientes (los hay profesionales en la India), las antiguas telefonistas, sopladores de vidrio, boxeadores… es palmaria, al no nombrarlos. Para acrecentar la malvada –lo reconozco- sonrisa de mi cara me quedo con el telegrafista del académico (provocando una guerra con sus mensajes), el cirujano (que corta todos los tejidos menos el enfermo), el policía (que dispara al secuestrado en lugar de al delincuente), el bombero (al que se le escapa su manguera), el ginecólogo (originando una escabechina) y con las antiguas telefonistas de clavijas (comunicando al infiel marido de los años 30 del XX con su esposa, en lugar de con su lío).
A veces creo que el problema de Luis (quien, extrañamente, no reconoce tener las manos del tamaño de una tortilla para diez personas, ni parece ser consciente de que bosteza a cada poco) es, también la anosognosia. La misma supone una enfermedad rara, tanto como para que el Word no la reconozca (aunque a veces pienso si el programa de Microsoft no tendrá el vocabulario introducido por un niño de cinco años) y tanto como para pensar legítimamente que parece una excusa psicológica inventada por un avispado abogado. Juzguen, con el DRAE en la mano: “anosognosia, enfermedad que consiste en no tener conciencia del mal notorio que se padece”.
De las de nombre gracioso está el beriberi, con síntomas como rigidez y dolor en los miembros. Es una enfermedad carencial que se produce por falta de vitaminas y, usualmente, de nuevo –y por último hoy, lo prometo- según el DRAE, debida al “consumo casi exclusivo de arroz descascarillado”. Pero es que claro, llamada así, “beriberi”… pues suena como a tiovivo, tarta de golosinas o algo similar. En realidad proviene del singalés “beri” –“debilidad”-.
De todas formas el que no se consuela es porque no quiere. Porque si hasta las abejas tienen enfermedades –como lo lee-, ¿por qué tipo de injusticia divina no las iban a tener los humanos?. En efecto, el calcañuelo (que -¡pásmense!- sí lo recoge el Word) es una enfermedad propia de las abejas y –según fuentes apícolas consultadas- el polen que se queda en el panal –sentido que no incluye el DRAE-. Lo cierto es que desconozco si las abejas pueden sufrir de muchas más enfermedades pero, si así fuese, con lo organizadas que son, ya tendrían un sistema de salud más funcional, cabal y rentable que el español…
No viene a cuento, pero me acabo de acordar de un viejo chiste: en clase, la profesora pregunta:
-Jaimito, si en esta mano tengo cinco naranjas y en esta otra tengo siete naranjas, ¿qué es lo que tengo?
-Unas manos de la leche, señorita...
No sé si le hará gracia a Luis... como he quedado con él en media hora, se lo cuento y a ver qué le parece... De momento, a ustedes, hasta la semana que viene, cuídense y tomen todo el arroz que quieran (sin pasarse, que se meten en un “aprieto”), pero sin descascarillar, por favor, sin descascarillar…
2 comentarios:
Amigo Albatros: Curioso, interesante y divertido este último artículo.
Hay palabras preciosas en medicina: Bruxismo, miasténia, macrosómico, hidropesía, piuria…
Es una pena que los médicos, como gente de ciencia, no sean obligados a estudiar griego y latín, porque si así fuese llevarían muchísimo ganado a la hora de comprender signos, síntomas y enfermedades.
Es también una pena, a veces no, porque uno se ríe un rato, que en la educación general no se dé al menos la etimología de las palabras, ya que así al menos se utilizarían los términos médicos correctamente y no se diría “cédula”, por férula, “eurocultivo” por urocultivo, o cordón “dominical” por cordón umbilical… por poner algunos ejemplos.
Un saludo.
Pues muchas gracias, ¡o, Galatea!. Otro problema también es el hecho del interés profesional por mantener en la oscuridad al profano alrededor de su ocupación, aunque sobre esa materia -que tiene sus razones para apoyarla, las suyas para derribarla y unas cuantas para mantenernos en el eclecticismo- podríamos hablar mucho.
La educación clásica debería ser obligatoria y profunda para todo el mundo -sé que en este coincidimos-. Muchísimas gracias por tu apoyo, lectura y halagos.
¡Un saludo!.
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