La invasión iniciada por Tarik ibn Ziyad y Musa ibn Nusair en el 711 trajo multitud de conocimiento a la península. Fueron en muchos casos técnicas olvidadas por los visigodos, practicadas antes por romanos y griegos y, en muchas otras viejas ciencias hindúes y medio asiáticas de las que los árabes fueron impulsores, desarrolladores y transmisores. Muy probablemente Gótico y Renacimiento no se entiendan como fueron sin el conocimiento recuperado por los árabes (arquitectura, matemáticas… sabemos que no el arte, ¡por Dios! –o por culpa de Alá-). Ahí está la oveja –la madre del cordero-: el paso del tiempo y las relaciones europeas hicieron que nada que trajesen los árabes se quedase –de manera cuantitativamente apreciable- sólo en España. Lo hemos demostrado en la genética y lo desarrollamos más hoy, en nuestra lengua, nuestro campo. La recuperación de Aristóteles por parte de Averroes (un pensador mal visto por la ortodoxia musulmana de su tiempo) es impagable, inaprecible, pero hoy en día no tiene más influencia en España que en el resto del mundo. Y como esto, el resto.
El otro día dijimos que de las cuarenta y cuatro mil trescientas diez (44310) palabras de las que la RAE conoce o cree conocer su origen, tan solo un 2´9%, es decir, mil trescientas (1300) son de origen árabe. Lo verdaderamente valioso de ese dato es que, por el contrario, el latín, junto con sus lenguas derivadas –las romances- suman treinta y ocho mil cuatrocientos sesenta y tres (38463) vocablos, un 86´8% de las palabras cuya ascendencia declara el RAE. Así las cosas, no queremos decir que setecientos años de relación –no mucha, como vemos- no dejasen ninguna huella en la lengua española, pero sí que ésta es menor de lo que cabría esperar y, desde luego, menor de lo que el mito popular ha mantenido. La razón de la tesis que mantenemos es clara: las relaciones de las gentes de la época –musulmanes y cristianos- fueron mucho más que escasas; de hecho, según el historiador César Vidal, la población musulmana fue engrosada, en su mayoría, por una baja nobleza infanzona –en término cristiano/latino- cuyo vínculo con los católicos en territorio de dominio estable, se limitó al cobro de impuestos y el intento de la consecución del mayor número de conversiones posibles. Volviendo al hecho genético que nombramos, a cualquiera se le hace difícil la imaginación en la época de matrimonios mixtos, ¿verdad?. Sin negar las excepciones contadas con los dedos de una mano, ¿cuánto de esa carga genética intercambiada corresponde a violaciones en razias e incursiones?. Mucho, qué duda cabe.
El admirable don Ramón Menéndez Pidal en su “Manual de gramática histórica española”, refiriéndose a la influencia del idioma árabe en el castellano –que él conocía tan bien-, dijo:
“Nos enseñaron a proteger bien la hueste con atalayas, a enviar delante de ella algaradas, a guiarla con buenos adalides, a vigilar el campamento con robdas o rondas, a dar rebato en el enemigo descuidado”
Se habrá deducido que las palabras en negrita que tan acertadamente señalaba don Ramón –y que tan en desuso están hoy en día, nótese que ha de aclarar lo de “robdas” con una palabra de origen romance- son de origen árabe. Curiosamente, sin embargo, apuntaré una cosa que Menéndez Pidal, a ciencia cierta, sabía: salvo los vocablos en negrita y el verbo “guiar” –que Corominas cree de lejano origen gótico- todo el resto de palabras en su cita son de origen latino; todas. La proporción árabe-latina es reveladora, sobre todo teniendo en cuenta que está adulterada pues es un texto temático: habla de palabras de origen árabe. Sabemos que su importancia en el vocabulario español es mucho menor, lo dijimos, ni un tres por ciento.
Todo no quita para que haya algunas palabras importantes de fuente árabe, si bien la mayoría pertenecen al árabe hispánico –variedad del idioma que sólo se habló en la península- y se refieren a elementos, cargos militares, y hechos referidos a la cultura musulmana (como “alfaquí”, “aleya”, “cabila”, “cúfico”, “hégira”… y centenares más, que dejamos para los tratados religiosos e históricos, no para el día a día del español). Como curiosidad, alrededor del cincuenta (50) por ciento de las palabras españolas de origen árabe empiezan por la letra a.
De nuevo hay leves trazas de esos setecientos años en las palabras que son privativas del castellano; las transacciones comerciales, relaciones políticas y el escaso nexo social hicieron que se impusieran formas –pocas, eso sí- árabes sobre latinas y bárbaras. De las más importantes podrían ser “aceite” (que desplazó al “óleo” latino que se impuso, en cambio, en el resto del mundo, si bien esta forma romana no deja de ser castellano y algunos de sus derivados son más comunes en algunas zonas de España, como “oliva”), “ajedrez”, “alcalde”, “farruco”, “zanahoria” o “zumo” –aunque su sinónimo latino “jugo” pertenece a la categoría que tratamos a continuación-.
Lo que realmente ilustra lo que mantenemos –la inexistencia de rasgos/restos árabes cuantitativamente apreciables en la cultura, lengua y hasta genética hispana actual, que no se hallen también presentes en el resto del mundo- es esa clase de palabras que, con origen árabe, existe en español y en el resto de lenguas. Entre esas estarían “limón”, “marroquí”, “máscara”, “riesgo”, “sofá”, “tabaco” y, de nuevo, centenares más hasta completar las mil trescientas.
Cuando hay verdad y ciencia por delante, lo que la mojigatería actual –pala de tumba de la cultura occidental- considere como “políticamente incorrecto” o “inadecuado”, me importa tres sinceras narices. El mito, sin mayor acritud o crispación debería acabar. Setecientos años, sí: ellos por un lado y nosotros
–porque seguimos siendo los mismos, según los profesores Calafell, Plaza, Pérez-Lezaun, Comas y Bertranpetit, entre otros- por otro. Un consejo para acabar: claro que es mejor con el DRAE, pero si se animan a buscar la lista completa de los vocablos castellanos de origen árabe en Internet, la encontrarán en varias páginas, en español, generalmente de propaganda musulmana. Si se reponen, como yo, del ataque de risa tras leer lo de “la superioridad de la lengua árabe sobre la latina”, ándense con ojo; en algunos de estos listados se incluyen palabras que no son del origen buscado. En castellano, admitidas por la RAE, existen mil ciento sesenta y tres (1163) palabras de directa ascendencia árabe y mil trescientas (1300) de origen directo e indirecto, no más. Así que, por ejemplo, ni “quiosco” (del pelvi, vía persa, vía turco y vía francés), ni “añicos” (del celta), ni “olé” (origen expresivo) ni demás “zarandajas” (latín, claro).
“Nos enseñaron a proteger bien la hueste con atalayas, a enviar delante de ella algaradas, a guiarla con buenos adalides, a vigilar el campamento con robdas o rondas, a dar rebato en el enemigo descuidado”
Se habrá deducido que las palabras en negrita que tan acertadamente señalaba don Ramón –y que tan en desuso están hoy en día, nótese que ha de aclarar lo de “robdas” con una palabra de origen romance- son de origen árabe. Curiosamente, sin embargo, apuntaré una cosa que Menéndez Pidal, a ciencia cierta, sabía: salvo los vocablos en negrita y el verbo “guiar” –que Corominas cree de lejano origen gótico- todo el resto de palabras en su cita son de origen latino; todas. La proporción árabe-latina es reveladora, sobre todo teniendo en cuenta que está adulterada pues es un texto temático: habla de palabras de origen árabe. Sabemos que su importancia en el vocabulario español es mucho menor, lo dijimos, ni un tres por ciento.
Todo no quita para que haya algunas palabras importantes de fuente árabe, si bien la mayoría pertenecen al árabe hispánico –variedad del idioma que sólo se habló en la península- y se refieren a elementos, cargos militares, y hechos referidos a la cultura musulmana (como “alfaquí”, “aleya”, “cabila”, “cúfico”, “hégira”… y centenares más, que dejamos para los tratados religiosos e históricos, no para el día a día del español). Como curiosidad, alrededor del cincuenta (50) por ciento de las palabras españolas de origen árabe empiezan por la letra a.
De nuevo hay leves trazas de esos setecientos años en las palabras que son privativas del castellano; las transacciones comerciales, relaciones políticas y el escaso nexo social hicieron que se impusieran formas –pocas, eso sí- árabes sobre latinas y bárbaras. De las más importantes podrían ser “aceite” (que desplazó al “óleo” latino que se impuso, en cambio, en el resto del mundo, si bien esta forma romana no deja de ser castellano y algunos de sus derivados son más comunes en algunas zonas de España, como “oliva”), “ajedrez”, “alcalde”, “farruco”, “zanahoria” o “zumo” –aunque su sinónimo latino “jugo” pertenece a la categoría que tratamos a continuación-.
Lo que realmente ilustra lo que mantenemos –la inexistencia de rasgos/restos árabes cuantitativamente apreciables en la cultura, lengua y hasta genética hispana actual, que no se hallen también presentes en el resto del mundo- es esa clase de palabras que, con origen árabe, existe en español y en el resto de lenguas. Entre esas estarían “limón”, “marroquí”, “máscara”, “riesgo”, “sofá”, “tabaco” y, de nuevo, centenares más hasta completar las mil trescientas.
Cuando hay verdad y ciencia por delante, lo que la mojigatería actual –pala de tumba de la cultura occidental- considere como “políticamente incorrecto” o “inadecuado”, me importa tres sinceras narices. El mito, sin mayor acritud o crispación debería acabar. Setecientos años, sí: ellos por un lado y nosotros
–porque seguimos siendo los mismos, según los profesores Calafell, Plaza, Pérez-Lezaun, Comas y Bertranpetit, entre otros- por otro. Un consejo para acabar: claro que es mejor con el DRAE, pero si se animan a buscar la lista completa de los vocablos castellanos de origen árabe en Internet, la encontrarán en varias páginas, en español, generalmente de propaganda musulmana. Si se reponen, como yo, del ataque de risa tras leer lo de “la superioridad de la lengua árabe sobre la latina”, ándense con ojo; en algunos de estos listados se incluyen palabras que no son del origen buscado. En castellano, admitidas por la RAE, existen mil ciento sesenta y tres (1163) palabras de directa ascendencia árabe y mil trescientas (1300) de origen directo e indirecto, no más. Así que, por ejemplo, ni “quiosco” (del pelvi, vía persa, vía turco y vía francés), ni “añicos” (del celta), ni “olé” (origen expresivo) ni demás “zarandajas” (latín, claro).
6 comentarios:
Otro detalle podría verse en las similitudes que tiene el español con otras lenguas de raíz latina. En mi caso, vivo en Italia y ciertamente el saber español ha sido un arma de doble filo: me ha permitido aprender rápido la lengua, así como entenderla, pero en cierto punto me hace difícil mejorarla porque a veces no sé distinguir cuando una palabra es igual en ambos idiomas y cuando diversa.
Está claro amigo. Son los convenientes y las desventajas de todo lo común en las lenguas romances...
Muy interesante, estimado amigo. La presencia islámica en la península ibérica dejó algunos vestigios, a nivel lingüistico y a nivel genético; hay familias que reclaman un origen árabe-español, puedo mencionarle a la familia Venegas, a los Benjumeas, etc., familias estas de origen español y con miembros americanos. Luego, cuando se da la independencia de los países latinoamericanos nosotros recibimos una importante inmigración árabe, en especial árabes de Siria y del Líbano, muchos de ellos cristianos maronitas. El mundo hispano abarca muchos pueblos de distintos orígenes cuya unidad se centra en el idioma español. ¿No es tan "nuestro" el castellano hablado por los ecuatoguineanos, como el castellano de los españoles y el de los panameños? La multiculturalidad de nuestra lengua es innegable, ya desde los tiempos de Colón, cuando se adoptaron vocablos taínos como "tabaco", "hamaca" etc.
Un abrazo,
Hermelo Altamiranda
En efecto, concuerdo con lo que nos cuentas, Hermelo. Pocas preguntas se me antojan tan retóricas como la que incluyes en tu comentario, y por lo tanto, pocas tienen una respuesta tan clara en la mente de todos (un SÍ rotundo). Sin conocer la profundidad de los préstamos que esos inmigrantes árabes pudiesen dejar por allí, entiendo, no obstante que no fuese nada comparado con los siete siglos de ocupación de la península y que, encambio, como demostré en este artículo, no fue tan importante como, de ordinario, se cree.
Sólo un "pero": cuando dices que la unidad del mundo hispano se centra en nuestro idioma. Sinceramente, Hermelo, creo que tenemos en común mucho más, que se concreta con una expresión tan sonora como "cultura y tradición latina".
Un afectuoso saludo y mi gratitud por tu habitual participación en ECA.
En mis experiencias viajando por algunos paises arabes, por intentar "caer simpatico" solté una retaila de palabras castellanas de supuesto origen arabes para ver si se decian de forma similar. Los arabes realmente no entendian nada cuando les decia "albañil" "alberca" o "alcantarilla". Un fracaso! solo "Guadalquivir" se les hacia familiar.
En cambio veo que las palabras de origen latino comun con las otras lenguas romances son casi perfectamente inteligibles entre hablantes de diferentes lenguas, castellano-portugués-catalán-italiano...etc.
Pienso que nuestras palabras arabes deben estar profundamente transformadas para que un arabofono no entienda ni jota cuando le sueltas la lista "zanahoria, arroz, alcoba,..etc"
Gracias por tu comentario, amigo. Eso que trasladas, deberías decírselo al "anónimo" que comentó en primer lugar la primera parte de este artículo. Ese intenauta que decía (si le decíamos "Zaragoza", "Guadalquivir" y no sé qué más) que nos responderían "¡paisa, tú hablas árabe!.
Por otro lado, no te creas que es tan habitual el hecho de que los idiomas romances se entiendan entre sí. Pasa con el portugués, el italiano, el español, gallego y catalán, pero el resto son un poco sui generis... Al menos en pronunciación, porque sobre el papel sí que es más fácil identificar similitudes.
Un saludo.
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