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viernes, octubre 27, 2006

Homonimia en e (o "La homonimia transportada")

Es duro ser nuevo en algo. Pero muy probablemente, sea más duro ser nuevo en algún sitio o circunstancia y con gente. Ser nuevo en algo muy bien se puede ser de manera solitaria, pero el peso de las miradas de tus nuevos compañeros sobre las consecuencias de tu inexperiencia… en fin. Voy a ayudar al que lo necesite: aquí se puede encontrar una descripción general sobre la polisemia y la homonimia, y aquí el índice del repaso que estamos haciendo a las homonimias del diccionario. Además, hay que saber que en este artículo se diferencian las definiciones y referencias a las distintas palabras que componen una homonimia con números entre paréntesis. Pero ahora pasémoslo bien todos juntos…

El argot es ese conjunto de términos que manejan los integrantes de oficios o campos diversos y que les es común. Hoy vamos a ver la homonimia desde el punto de la vista de la letra e: a caballo y surcando los mares, campos (la hípica y la navegación) cuyos profesionales gozan de amplios y cerrados argots, con tanto que ver con el transporte.

No se me hace especialmente difícil pensar, por ejemplo, cómo en alguna ocasión ha podido surgir la siguiente confusión: bien pudiera ser a principios del siglo XX –pero también hoy- un joven, y hasta hace poco desconocido pretendiente, le dice a su pretendida al despedirse que va “a preparar la estafa”. La muchacha se escandaliza, piensa que ha estado a punto de emparentar con un timador y de mala forma le echa de su casa para siempre. No sé si alguna vez antes de morir supo la joven que “estafa” es además de un timo(1), el “estribo del jinete”(2), directo del italiano staffa. ¡Cuántas desgraciadas confusiones de éstas habrá tenido la Historia!.

Ya hemos visto alguna vez cómo la homonimia puede venir también traspasando la barrera de las clases de palabras: cuando, por ejemplo, un adjetivo y un nombre se escriben igual. “El caso equino” o “el caso Equino”; ¡como para que se descuide hoy en día el uso de minúsculas y mayúsculas!. El hecho es tan sencillo como que en el primer “caso” enunciamos algún tipo de circunstancia relacionada con los caballos(1); en el segundo un original juez ha puesto nombre de erizo de mar(2) –o de moldura de capitel dórico(2), ¡vaya usted a saber!- a su investigación. En efecto, algo “equino” es algo relacionado con los caballos(1), mientras que “un equino” puede ser tanto un caballo propiamente dicho(1), como un erizo de mar(2) o una moldura(2); en el caso caballar el origen es latino (equinus), mientras que en el pinchante es griego, vía latín (ecchinus). Dos palabras distintas, con orígenes distintos, cuyo único pecado ha sido el de derivar hasta escribirse igual en español.

El caso de engalgar es también curioso: como parece querer gritar la palabra, es animar, instigar al galgo a correr tras la liebre o el conejo mostrándoselos, para que lo siga(1). Pero es que también puede ser poner el freno a las ruedas de un carruaje(2), así como “apretar la galga –de ahí la palabra- contra el cubo de la rueda para impedir que gire”(2). Pocas parejas de palabras conozco que se escriban igual –homonimias- y tengan significados tan imposibles de relacionar como éstas. La clave nos la dan sus orígenes: galgo (por el perro) y galga (por la parte del carruaje). Y eso que aún hay más: “engalgar” también es aplicar el cable de un anclote a un ancla para ofrecer más resistencia a la corriente en el caso de una nave(2). Así que ¡nos vamos al agua!.

Si un botánico y un escultor embarcan rumbo a Sudáfrica y, durante el trayecto en alta mar, alguien de la tripulación les llama la atención en cubierta sobre la belleza de la estela, tras mirar rápida y asombradamente a su alrededor, ambos darán al marino por loco y se irán a descansar para, quién sabe si volver a verse alguna vez. Espero que de existir esa vez, los tres supieran que, cada uno, pensó en cosas distintas. El escultor se fue a la “estela”, o “monumento conmemorativo que se erige sobre el suelo en forma de lápida, pedestal o cipo”(1) (del griego, vía latina por stela). El botánico pensó que le querían hacer creer que encontraría una “estela” (del latín stella, “estrella”) o “pie de león”, planta herbácea, de la familia de las Rosáceas(2), en mitad del océano. El pobre marino sólo quería señalarles la “estela”, el surco que el barco iba dejando tras de sí(3) (del plural neutro de aestuarium, es decir, aestuaria en latín “agitación del agua”). Está claro que de nuevo el ligero parecido fonético o gráfico arrastró a dos de las palabras primigenias hacia la dominante, como ya hemos visto en muchas ocasiones anteriores. ¿Stela se escribe parecido a stella? pues el pueblo las asimila y ¡que evolucionen igual!. ¿Al oído hispano las derivaciones de aestuaria se le parecían a las de stella-estrella? pues a convertirlas en palabras distintas que se escriban igual… lo peor de esto –que tampoco es para tirarse de los pelos- es marino, botánico y escultor: la incomunicación.

Siguiendo en la mar, pero de nuevo en la costa, un joven grumete no se puede negar a la tarea que le ordena el capitán por peligrosa y por su falta de preparación, si le manda a espiar. El joven se ha visto convertido en James Bond(1) y no le ha gustado la idea, pero el paciente oficial sólo quería que el inepto marinerito tirase junto con sus compañeros del cabo atado al ancla o a algún objeto fijo, para acercase a él(2). El primero goza de ancestral origen gótico y el segundo del marino experto portugués.

Hay quien puede argumentar que los ejemplos inventados de problemas de comunicación derivados de la homonimia relatados en este artículo son de corte menor, poco usuales en un contexto comunicativo completo y, en general, poco frecuentes. Siento desde lo más profundo de mi corazón estar en completo acuerdo con quien piense así. ¡Claro que no es una cuestión como esta fuente importante de falta de comunicación!. Mucho antes, añaden “sal” al estudio del español y sus orígenes, lo han enriquecido y ahora lo analizamos y estudiamos, interesados. Los verdaderos peligros para el español son otros, y son otros también los problemas que le acucian y que deberíamos aprestarnos todos como sus hablantes y custodios a prevenir y arreglar.

Y eso que nos hemos dejado muchas “homonimias en e”, como echar, ecuo, ejemplar, ele, embalar, embalsar, embarrar, embastar, embazar, embocar, embotar, embrocar, eme, empaque, empastar, empaste, empecinado, empeine, empella, enante, encantar, encañado, encañadura, encintar, encuadrar, engolado, enlabiar, enristrar, entallar, enzarzar, era, escapular, escatológico, escobajo, escollar, escurrir, espadón, espárrago, especular, espía, esquila, estomático, estrellar, ético… y alguna más.

¡Qué bonito es nuestro idioma!.

viernes, julio 21, 2006

Homonimia en d (o "La homonimia agrícola")

Desde que iniciamos la serie dedicada a la homonimia en el diccionario (con aquella visión general, que describía también la polisemia) en cada artículo nos ha pasado lo mismo: en las tres recopilaciones hasta la fecha –para la b, la c y esta de la d, que se pueden consultar en el índice- siempre parecía que no íbamos a encontrar el nexo común que nos gusta introducir en los escritos de nuestras homonimias. Imagínese: nos plantamos ante diccionarios y manuales observando primero las homonimias existentes alfabéticamente para, a la vez, tratar de vislumbrar qué pueden tener en común un número importante de ellas. Siempre parece labor imposible: son palabras distintas, no tienen nada que ver… hasta que la luz se hace. En este caso, el de la d, no hay ninguna duda sobre que el prefijo des- ha tenido mucho que ver. La variedad y cantidad de las labores del campo –agrícolas- y el significado contrario, “desmontador” que el prefijo les otorga a muchas de ellas nos dan la clave. La homonimia en d es, para nosotros, la “homonimia agrícola”. Y después de este somero “cómo se hizo”… al campo.

Quiero contar la historia de mi amigo Manuel. Manuel es un joven mejicano que recibió en herencia un gran terreno en Extremadura, que decidió alquilar, permitiendo a su arrendatario explotar el dominio, con la condición de cuidarlo.

Desarrendar puede ser tanto quitar las riendas al caballo (arrendar, ponérselas), como dejar de usar para aprovechamiento propio, mediante precio, una finca, así como dejar de cederla. Y es que el caso de “desarrendar” es curioso en el diccionario, pues es posible usarlo tanto para el que tomó lo alquilado como para el que lo cedió (“desarrendé aquella finca” lo pueden decir cualquier de las dos partes). Además el DRAE recoge la posibilidad de usar “desarrendar” relacionado sólo con fincas, no así con “arrendar” (que puede usarse con cualquier cosa que se pueda alquilar). Con todo, gracias al DRAE podemos “arrendar un coche”, pero no “desarrendarlo” (¡que no vea yo a nadie haciéndolo!) y tanto casero como inquilino de una finca en el campo pueden dejar su relación la mar de orgullosos, pues ambos pueden contar que fueron ellos los que “desarrendaron”…

Quizá aquel malentendido entre Manuel y su arrendatario llegase por una confusión en los términos del arrendamiento. Ésta pudo llevar a pensar al agricultor que alquiló la finca que podía descepar las plantas de allí. Al dueño pudo molestarlo, pero mientras se quitasen de raíz aquellos vegetales con cepa y no los cepos a las anclas de un barco –el otro significado del verbo- ni tan mal (aunque, pensándolo bien, en el terreno del barco de Chanquete se podían hacer las dos cosas). Manuel se molestó también cuando el usufructuario descordó uno de los toros de la heredad. “Descordar” es, obviamente, “quitar las cuerdas”, bien sea de un instrumento musical (también “desencordar”) o de un toro, sus tendones –bonita metáfora-, “hiriendo al toro sin matarlo, pero causándole parálisis que lo deja inútil para la lidia”. Faltaba más. Se acabó la relación. Desde entonces Manuel se encargaría de la finca y sus recursos.

Fue entonces, tras tomada la decisión, cuando a nuestro pobre terrateniente le fastidiaron también, cuando le obligaron a descotar parte de su terreno, levantando el coto, la prohibición de uso o paso de parte de su finca. Y eso que también significó que le “cortaron o cercenaron” algo de su propiedad -¿quizá para hacer una carretera?- y, también, que sustrajeron agua del río que por allí pasa. Además, como mejicano, le dijeron que se había deslavado una parte de su terreno, y el pobre estaba de los nervios, ya que entendió –así se dice en México- que se había desmoronado la tierra de un cerro de sus dominios a causa de la lluvia (sólo faltaba que, al arreglarlo, se lo deslavasen, es decir que se lo limpiaran muy por encima y mal).

Afortunadamente nuestro desdichado propietario lo sabe desliar todo. Dice que sí con la cabeza, que apuesta a que sí… Eso quiere decir que sabe “desfacer entuertos”, aclarar y resolver las cosas, pero también separar las lías (deshechos) del fondo de la vasija formadas durante la fermentación del mosto… así que ¡a demostrarlo!. Mientras nuestro triste exarrendador/propietario/paciente deslía la vasija del mosto, recordamos que antes ha habido que desmajolar las viñas, esto es, arrancar o descepar sus majuelos, al igual que, para un zapato, es aflojar las majuelas con las que está ajustado.

Cuando varios empleados (acordémonos de que nuestro amigo desarrendó el terreno y ahora lo explota él) le llegaron a caballo, bajaron y le dijeron “ya hemos desmontado”, él respondió inocente: “¡Claro, ya lo he visto!”. A ellos no les quedó más remedio que enseñarle la orden administrativa que exhortaba, de inmediato, a desmontar uno de los cerros de su dominio, o sea, cortar los árboles en él contenidos. Nuestro amigo quedó desmontado. Tras unos segundos de pausa se despepitó contra ellos, y no es que quitase las pepitas a algún fruto –que podía ser-, sino que “gritó con vehemencia y enojo, sin consideración, descomedidamente”. “Ya llegaría la hora de despicarse”, pensó. Y en efecto, para despicarse (desahogarse, satisfacerse) mandó a sus empleados a la desagradable tarea de despicar las gallinas (“quitar a las gallinas la extremidad del pico para evitar que hieran a las demás”). Lástima que uno de los empleados fuese colombiano, pues en Argentina, Colombia, Uruguay y Venezuela, “despicar” es también “hacer perder al gallo de pelea la parte más aguda del pico”; así, cuando les mandó a “despicar a las aves”, se quedó sin su mejor gallo de apuestas.

Hay muchas más cosas que podía haber hecho y que le podían haber pasado a Manuel; de nuevo nos dejamos homonimias, esta vez en d, como dado, daga, dato, debutante, decantar, decorar, delfín, deliberar, dementar, dental, deposición, derrota, desafectado, desalar, desbravar, desgargolar, deslatar, desmán, despecho, destreza, dicha, dieta, diluir, disecar, distinto, dita o dístico.

El pobre Manuel entendió que no le podría ganar jamás la partida a la homonimia sin una pequeña base y el favor de los hados, y mientras se asea, observa las duchas (“caminos que va abriendo cada segador hasta el fin de la heredad”) desde el ventano del baño y piensa en conectarse a Internet para leer la nueva entrega de las homonimias de “El castellano actual”.

viernes, mayo 19, 2006

Homonimia en c (o "La homonimia cochina")

Seguimos nuestro caprichoso repaso a las homonimias del diccionario. La homonimia, como el fenómeno que reúne a dos palabras distintas que se escriben igual, se nos reveló como de interés para el internauta en el artículo en la que la tratamos, a ella y a la polisemia, de manera general la primera vez. Entonces, construimos el índice alfabético de homonimias que clasifica los artículos de cada letra del alfabeto que decidimos tratar.

Decimos de nuestro repaso que es “caprichoso”, porque lo hacemos cuando queremos, porque sólo seleccionamos las homonimias que nos da la gana y porque las propias de cada letra se rebelan con identidad propia, muy marcada, en nuestra ligera revisión homofónica y homográfica. Las homonimias de la letra c son… un poco cochinas.

Como nos adentraremos en terrenos escatológicos y eróticos (en el mejor de los casos) de los que nuestros lectores no acostumbran en estas páginas, seguiremos una graduación en forma de parrilla televisiva. A las seis de la tarde los niños deberían poder ver la tele (actualmente no): ahí incluiremos las “homonimias en c” que, de nuestra selección, están relacionadas con el mundo de lo escatológico, tan cercano, en su acepción para el desecho orgánico, al elevado discurso diario de los críos… Cuando den las nueve nos introduciremos en la labor divulgativa: los documentales para todos con el toque “instintivo” que hemos anunciado para las homonimias de hoy. A las doce llegará el turno de los adultos… que son peores que los niños: sexualidad en abierto, con vocablos de lo más curioso. Y están a punto de dar las seis…

El cuesco es una voz conocida y usada coloquialmente. Un vocablo de inequívoco origen onomatopéyico como éste no podía andar mucho sin caer en un significado con algo que ver con la chanza vulgar. Un hueso de fruta y la piedra de un molino, se supone que por el ruido que meten todos, dejaron paso al “pedo ruidoso”… ¿y qué culpa tiene de eso la palmera que vive y crece en Colombia y Venezuela? ¿y su fruto? ¿y el aceite que se saca de él?, porque todos son “cuescos”. Si yo fuese árbol, no sé, preferiría un nombre fuerte, imponente, como “roble” o “haya”; pero existir siendo árbol y encima ser de la variedad de los cuescos…pfffffff… ¡uy, perdón!. Es cuita ésta que da que pensar… porque, además, “cuita” –de cuitar-, como preocupación, ansia (directamente relacionado con “cuidado” y “cuidar”) es también el estiércol de las aves, en América Central… ¡qué crueles son algunas homonimias, para con sus homónimas!.

Pensando sobre esto nos dan las nueve. Documental sobre el Serengueti; dos rinocerontes comienzan el rito de la cópula… Directamente del latín, las palabras de la familia siempre tendrán que ver con el unir, el juntar elementos. Así, las “conjunciones copulativas” unen elementos de una oración; y el rinoceronte creyó que ya era hora de juntar su sustantivo con el de la rinoceronta. Pero hete aquí que, incrédula ante la escena, una “cúpula” de una construcción cercana asiste a la misma: “¿y a mi se me puede llamar como lo que hacen ahora rinoceronte y señora –supongo-?”. Y es que el sistema involuntario y popular de creación de las homonimias es así de injusto: dos palabras se parecen y una pierde, desaparece para la gente… A una “cúpula” se la puede denominar “cópula”, también. No obstante, a la “cópula” arquitéctónica le queda un consuelo: la gente aún la conoce más por su nombre original del italiano (y éste del diminutivo del latín cupa –“cuba”, por la comparación de formas entre el recipiente y la cima del edificio-).

¿Los niños en la cama?. Las doce. Algo chichi es algo “fácil”, en América Central. Pero resulta que también es, vulgarmente, perfecto para designar a la “vulva” femenina, en una atenuación de la voz original “chocho” –que forma su propia homonimia entre, vulgarmente, el aparato sexual femenino y un “anciano ido” o alguien “demasiado enamorado” o “lelo de cariño”-. En este caso el “chichi-fácil” americano no tiene que sentirse especialmente herido de compartir nombre con vocablo poco elevado, pues él mismo viene del nahua chiche, “mama”, “teta”…

Un cipote no deja de ser una “porra” o un “mojón de piedra”, aunque vulgarmente se le haya asociado al miembro viril. Todo ello es la misma palabra… pero imaginémonos a ese pobre “niño” de El Salvador, Honduras o Nicaragua que de repente descubre que comparte palabra con el… “pene”… afortunadamente está en la cama, y “ojos que no leen…”.

El caso de la concha es sangrante. Gracias a la globalización y los emigrantes argentinos –sobre todo-, chilenos, peruanos y uruguayos, cada vez más gente tiene claro que, en esos países, no se puede llamar a nuestra hermana Concepción a gritos por la calle, pues, mal que nos pese, sería el equivalente de chillar, aquí, algo así como “¡coño, coooooñoooo…!¿quieres venir, coño, de una vez?”… no dudamos de que no quedaríamos bien. La identificación, una vez más de la “vulva” con, esta vez, una concha marina viene por la semejanza en la forma, bien cóncava, bien convexa –que cada cual elija- de ambas. Se forma así una polisemia. Pero es que otra palabra que se escribe igual, y que no tiene nada que ver en origen con ella, es lo “concho” o “concha”, “del color de las heces de la cerveza”, porque viene, precisamente, del quechua qonchu, heces.

Cuca es una palabra, no solo con solera entre los significados reinados por los bajos instintos, sino, además, con antepasados y parientes en América de la misma ralea. Pero se nos acaba la emisión –por espacio-. Dejamos en el tintero digital, de nuevo, palabras homónimas con explicación, al menos, curiosa, como cabrahigar, cabreo, cabrero, cacao, cachada, cajeta, cala, calabozo, calandria, caleño, calidad, callada, cama, can, cana, cancán, canica, caparra, capón, caramba, cardenal, carpa, casar, cata, cateto, catón, cava, cetrero, checo, chuleta, cigala, clon, cochero, colonia, coronel, corte o culote.

Lo que antes era carta de ajuste, ahora es “teletienda”. A dormir.

viernes, abril 28, 2006

Homonimia en b (o “La homonimia marinera”)

Debido a la aclamación popular vamos a iniciar una pequeña serie de artículos dedicados a explicar la homonimia y a analizarla en el diccionario. Alrededor de un sesenta por ciento de las visitas que llegan a estas páginas, desde buscadores de Internet, lo hacen, actualmente, buscando términos y expresiones como “ qué es homonimia”, “qué es polisemia”, “polisemia y homonimia”, “ejemplos de homonimia” y similares. La polisemia es ubicua en el DRAE: prácticamente podemos considerar polisémicos a todos aquellos vocablos con más de una acepción; casi siempre se referirán a significados distintos y, por lo tanto, serán polisemia. Nuestro trabajo concluirá dentro de unos meses, cuando terminemos el índice desde el que se puede acceder fácilmente a todos los artículos mediante hipertexto. Mientras, siempre se puede visitar el primer artículo de lo que ahora es una serie, que nos reveló el interés del internauta por este fenómeno del castellano actual. Empecemos con las homonimias. Empecemos con la b.

Nos saltamos la a debido a la escasez de ejemplos interesantes en esta letra. Recordemos brevemente que el fenómeno de la homonimia consiste en la coexistencia de dos o más palabras que se escriben igual pero no significan lo mismo. La polisemia se dará en aquella palabra que tenga varios significados… ¿cómo diferenciar ambos casos sobre el papel? Recordamos que las palabras homonímicas deberían tener entradas diferentes en el diccionario, al ser vocablos distintos, pero eso no siempre se cumple, ya que nos encontramos bajo el insondable designio de lingüistas y académicos… lo mejor será acudir a la etimología… ¿Que no la domina?.... nosotros le ayudamos.

¿Quién les iba a decir a los baleares que iban a compartir gentilicio con un verbo tan violento?. Porque balear es tanto el que vive en las bonitas islas Baleares –rodeadas del lindo Mare Nostrum- como tirotear, disparar balas repetidamente (el sufijo –ear no engaña nunca), además de algún significado más. Obviamente se adivina el distinto origen de cada uno, latino el gentilicio y de origen francés y galo el verbo que nace del proyectil.

El bocarte nos otorga la oportunidad de analizar un hecho que veremos muchas veces repetido en nuestro repaso a las homonimias del castellano: es mucha la casualidad de que dos palabras distintas acaben siendo iguales. En el caso de “balear” anterior, está claro que el gentilicio es el que es y que el verbo se ha formado con su sustantivo y un sufijo… pues ahí sí… casualidad, ¡qué le vamos a hacer!, pero lo normal es que una palabra “contamine” a otra en formación en su pronunciación. Así ese instrumento utilizado en minería y metalurgia cuyo nombre original era el francés bocard, quizá debiera haber acabado en castellano como "bocardo" (de hecho, tenemos abocardo, del mismo origen), como ya hizo gallardo (de gaillard) o petardo (de petard). ¿Qué pasó? Pues que bocard se parecía mucho fonéticamente a como hoy todavía llamamos en el norte al boquerón, materia prima de la anchoa, sobretodo cuando está rebozado: bocarte. Buen tema ese para un artículo: el cambio de nombre de una materia prima dependiendo el método de preparación; al menos mi familia y yo llamamos al teleósteo anchoa -cuando está fileteado-, boquerón –más que nada en vinagre- o bocarte –frito o rebozado-.

No te desvíes. El mar nos devuelve otro bonito ejemplo de contaminación (no hablamos de chapapote). Como hemos dicho, el que dos palabras acaben siendo iguales en su forma y pronunciación tendrá mucho de contaminación de una con la otra. Bogavante. Al principio el lobagante, de origen griego vía latina, (lucopante, de λυκοπνθηρος, lykopanther, “especie de pantera” por el amenazante aspecto de las pinzas) viajó por nuestras aguas de la Edad Media tranquilamente. Pero hete ahí que se encontró con un bogavante (palabra documentada desde 1539) el primer remero de una galera (probablemente del catalán vogavant, de vogar+avant -hacia delante-) y se liaron. No hablamos de zoofilia, si no del problema de que lobagante y bogavante se parecían demasiado. Perdió la pantera y ganó “el que rema delante” (aunque el crustáceo, como la langosta, huya hacia atrás, impulsándose con la cola).

Una subcategoría curiosa de las palabras homónimas es la compuesta por aquellos vocablos que, en principio, contradicen la regla básica de discernimiento entre homonimias y polisemias. Son homonimias cuyas palabras tienen el mismo origen. Un criterio personal, crítico-etimológico las convierte en palabras separadas o no. Así lo haremos con bonito. Es el diminutivo del ancestro de nuestro adjetivo bueno, el bonus, -a, -um latino el que dio paso al adjetivo sinónimo de “bello”, “agraciado”. Muy probablemente el aspecto brillante de las escamas del teleósteo le hizo ganarse el apodo –había que diferenciarlo del atún, un poco más grande y bastante parecido-. Creemos que son distintas palabras no sólo porque lo diga la RAE, si no por la entidad que han alcanzado ambos usos por separado, la importancia conseguida por los dos y por pertenecer a distintas categorías gramaticales –adjetivo y sustantivo-.

El espacio que nos hemos marcado se agota. Dejamos en el tintero digital palabras que teníamos preparadas como baba, baca, banda, baile, balda, bamba, bar, bache, barata, bardo, barragán, barrera, barro, boga, borde, bote, botica, botillo, botín, boyante, brusco, buche o bufete. Son todas homonimias seleccionadas del diccionario, de las que aficionados y expertos disfrutarán, profundizando en sus razones y orígenes, con diccionarios y las herramientas clásicas de trabajo de los lingüistas. Estamos seguros.

Hasta aquí el repaso a las homonimias de la b castellana, un repaso marino ciertamente, algo no preparado, o al menos no previsto.

Índice de homonimias

El fenómeno de la polisemia consiste en la existencia de varios significados de una misma palabra. La homonimia, en cambio, la construyen varias palabras que se escriben igual pero significan distintas cosas -lógicamente-. El método más fiable para saber cuándo estamos hablando de la misma palabra con varios significados o de palabras distintas es conocer su origen, su etimología. Si no dominan esa apasionante subciencia... están en el lugar correcto.

No es éste, por si la pinta del índice a alguien engañara, un repaso exhaustivo a uno de estos dos fenómenos en el diccionario; no, porque no hemos querido. Eso explicará la ausencia de algunas iniciales en el repaso homonímico del DRAE: lo que no es interesante, no es incluido. Hay algunas letras que no suman el número suficiente de homonimias interesantes como para reservarse el puesto de rigor en nuestro repaso. Lo sentimos. Nos quedamos con los ejemplos que nos parecen más curiosos, representativos o amenos de todos de las homonimias del DRAE... (eso no quita para que nos hayamos tenido que leer el diccionario de arriba a abajo varias veces... ¿o qué se creían?). Hemos querido dejar "de lado" a las pobres polisemias porque éstas se encuentran por doquier a lo largo de todo el glosario oficial: basta con coger cualquier página y comprobar cómo la mayor parte de las palabras tienen más de un significado, más o menos relacionado con el principal, más fácil o difícilmente vinculable con él. Sería una labor enciclopédica, la simple revisión, por la que no estamos.

-Polisemia y homonimia- visión general y artículo inicial. Ejemplos y la entrega, que no sabía que lo era, que nos hizo descubrir el interés de Internet y su comunidad por polisemia y homonimia.

-Homonimia en b (o "La homonimia marinera")

-Homonimia en c (o "La homonimia cochina")

-Homonimia en d (o "La homonimia agrícola")

-Homonimia en e (o "La homonimia transportada")


Este artículo será actualizado tras la publicación de cada entrega de la serie dedicada a la homonimia.

viernes, marzo 10, 2006

Polisemia y homonimia

Hablamos de distinto fenómeno y de distintas características cuando nos referimos a la polisemia y a la homonimia. Hablamos también de distintos problemas.

De forma general se entiende que la polisemia supone la diversidad de significados de un mismo vocablo. Por el uso al cabo de los siglos, que conlleva asociaciones e invenciones, se le da a una palabra varios significados más del que tenía en origen. El ejemplo paradigmático en español de polisemia es el de banco. Proveniente de la voz germánica bank (que se ha mantenido intacta en idiomas como el inglés) designaba en inicio el asiento más o menos público que todos conocemos. De ahí, y debido al uso monetario y de prestamistas que se le comenzó a dar (al parecer las primeras transacciones se realizaban en los bancos públicos –o esa es la explicación etimológica más plausible-) el “banco” fue el mejor nombre encontrado para dar a los edificios en los que se establecieron los cambistas acomodados y sus corporaciones. Igual de poco clara y “por los pelos” es la explicación que podemos dar al origen de los “bancos de peces” o “de órganos”, o “de datos”: al igual que el conjunto de peces, la suma de donaciones orgánicas y el archivo más o menos informatizado, los bancos –a secas- eran, previamente, una suma de capitales privados, “muchos dineros juntos”, con lo que la asociación estaba hecha… Por qué no hablamos de “banco de niños” cuando nos referimos a las guarderías o “banco de gorrones” cuando denominamos al Parlamento Europeo… se nos escapa.

La identificación de la homonimia, en cambio, requiere de conocimientos etimológicos a aplicar en cada caso. Así sabremos que, al contrario, que las polisemias (palabras con varios significados), las homonimias designan a distintas palabras, sólo que se escriben igual y tienen distintos significados, claro… ¿y por qué son distintas palabras y las distintas acepciones de las polisémicas no lo son?. Ahí debería entrar nuestro saber etimológico. Es así, y las homonimias deberían tener entradas diferentes en los diccionarios, porque su origen es distinto. Mientras “banco” tiene el mismo origen germánico hablemos del tipo de banco que hablemos, el hinojo como hierba aromática proviene de distinto origen que el hinojo de la pierna, la rodilla. Uno es de la palabra latina fenuculum y la articulación de genuculum (al ver ese genu- hablando de “rodillas” podemos entender algo más lo de la “genuflexión”). Lo que sí que es cierto es que, en un fenómeno tan profuso como la homonimia en castellano, ha de darse, a lo largo de la Historia, el caos de la confusión popular para su creación. El hinojo/rodilla (que en algún momento fue yenojo), sería ahora llamado de otra forma si no fuese porque algunos paisanos comenzaron a derivar la pronunciación del hinojo/hierba hacia abajo del muslo. Si le duele el hinojo y lo echa al guiso, o le lleva al traumatólogo un ramito para que se lo mire… ya sabe que tiene excusa de confusión ante el loquero…

El caso sangrante es el de palabras como gato que aúnan polisemia y homonimia. El proveniente del cattus latino (que ha derivado en el animal y, por asociación metafórica popular, en el artilugio hidráulico, la persona hábil y rápida, la bolsa del dinero, la otra forma de llamar a los madrileños…) no tiene nada que ver con el gato alternativo del Perú, que proviene del quechua qhatu y que significó, como su actual descendiente español, “mercado”. Desconozco si hay gatos de gatos en Perú, pero no por qué la Academia separa en distinta entrada una voz derivada del “gato” original: el gato de Costa Rica y Nicaragua “persona que tiene los ojos verdes o azules”; claro ejemplo de polisemia que nuestra RAE convierte en homonimia; es adjetivo y lo demás, nombre.

De todas maneras la identificación de estos fenómenos no debe obsesionar al hablante del castellano actual. Peor lo tienen los ingleses, para quienes cada definición de diccionario es un continuo y virtuoso alarde de polisemia. El origen bárbaro, pleno de voces a duras penas articuladas, muchas de ellas –en el mejor de los casos- simples gritos o, peor, en época moderna, vocablos de poco imaginativos orígenes onomatopéyicos, hace de voces como snap una incógnita tras su uso, en todos los casos en los que la voz no esté correcta y completamente contextualizada. Porque nosotros podemos tener cierta confusión con un “banco” –aunque es muy difícil que se nos escape su sentido por liviano que sea el contexto- pero… ¿snap?. Si usan palabras como photograph o interval, su interlocutor les entenderá antes y mejor. Son de origen latino.

Más sobre la homonimia, aquí.