Seguimos nuestro caprichoso repaso a las homonimias del diccionario. La homonimia, como el fenómeno que reúne a dos palabras distintas que se escriben igual, se nos reveló como de interés para el internauta en el artículo en la que la tratamos, a ella y a la polisemia, de manera general la primera vez. Entonces, construimos el índice alfabético de homonimias que clasifica los artículos de cada letra del alfabeto que decidimos tratar.
Decimos de nuestro repaso que es “caprichoso”, porque lo hacemos cuando queremos, porque sólo seleccionamos las homonimias que nos da la gana y porque las propias de cada letra se rebelan con identidad propia, muy marcada, en nuestra ligera revisión homofónica y homográfica. Las homonimias de la letra c son… un poco cochinas.
Como nos adentraremos en terrenos escatológicos y eróticos (en el mejor de los casos) de los que nuestros lectores no acostumbran en estas páginas, seguiremos una graduación en forma de parrilla televisiva. A las seis de la tarde los niños deberían poder ver la tele (actualmente no): ahí incluiremos las “homonimias en c” que, de nuestra selección, están relacionadas con el mundo de lo escatológico, tan cercano, en su acepción para el desecho orgánico, al elevado discurso diario de los críos… Cuando den las nueve nos introduciremos en la labor divulgativa: los documentales para todos con el toque “instintivo” que hemos anunciado para las homonimias de hoy. A las doce llegará el turno de los adultos… que son peores que los niños: sexualidad en abierto, con vocablos de lo más curioso. Y están a punto de dar las seis…
El cuesco es una voz conocida y usada coloquialmente. Un vocablo de inequívoco origen onomatopéyico como éste no podía andar mucho sin caer en un significado con algo que ver con la chanza vulgar. Un hueso de fruta y la piedra de un molino, se supone que por el ruido que meten todos, dejaron paso al “pedo ruidoso”… ¿y qué culpa tiene de eso la palmera que vive y crece en Colombia y Venezuela? ¿y su fruto? ¿y el aceite que se saca de él?, porque todos son “cuescos”. Si yo fuese árbol, no sé, preferiría un nombre fuerte, imponente, como “roble” o “haya”; pero existir siendo árbol y encima ser de la variedad de los cuescos…pfffffff… ¡uy, perdón!. Es cuita ésta que da que pensar… porque, además, “cuita” –de cuitar-, como preocupación, ansia (directamente relacionado con “cuidado” y “cuidar”) es también el estiércol de las aves, en América Central… ¡qué crueles son algunas homonimias, para con sus homónimas!.
Pensando sobre esto nos dan las nueve. Documental sobre el Serengueti; dos rinocerontes comienzan el rito de la cópula… Directamente del latín, las palabras de la familia siempre tendrán que ver con el unir, el juntar elementos. Así, las “conjunciones copulativas” unen elementos de una oración; y el rinoceronte creyó que ya era hora de juntar su sustantivo con el de la rinoceronta. Pero hete aquí que, incrédula ante la escena, una “cúpula” de una construcción cercana asiste a la misma: “¿y a mi se me puede llamar como lo que hacen ahora rinoceronte y señora –supongo-?”. Y es que el sistema involuntario y popular de creación de las homonimias es así de injusto: dos palabras se parecen y una pierde, desaparece para la gente… A una “cúpula” se la puede denominar “cópula”, también. No obstante, a la “cópula” arquitéctónica le queda un consuelo: la gente aún la conoce más por su nombre original del italiano (y éste del diminutivo del latín cupa –“cuba”, por la comparación de formas entre el recipiente y la cima del edificio-).
¿Los niños en la cama?. Las doce. Algo chichi es algo “fácil”, en América Central. Pero resulta que también es, vulgarmente, perfecto para designar a la “vulva” femenina, en una atenuación de la voz original “chocho” –que forma su propia homonimia entre, vulgarmente, el aparato sexual femenino y un “anciano ido” o alguien “demasiado enamorado” o “lelo de cariño”-. En este caso el “chichi-fácil” americano no tiene que sentirse especialmente herido de compartir nombre con vocablo poco elevado, pues él mismo viene del nahua chiche, “mama”, “teta”…
Un cipote no deja de ser una “porra” o un “mojón de piedra”, aunque vulgarmente se le haya asociado al miembro viril. Todo ello es la misma palabra… pero imaginémonos a ese pobre “niño” de El Salvador, Honduras o Nicaragua que de repente descubre que comparte palabra con el… “pene”… afortunadamente está en la cama, y “ojos que no leen…”.
El caso de la concha es sangrante. Gracias a la globalización y los emigrantes argentinos –sobre todo-, chilenos, peruanos y uruguayos, cada vez más gente tiene claro que, en esos países, no se puede llamar a nuestra hermana Concepción a gritos por la calle, pues, mal que nos pese, sería el equivalente de chillar, aquí, algo así como “¡coño, coooooñoooo…!¿quieres venir, coño, de una vez?”… no dudamos de que no quedaríamos bien. La identificación, una vez más de la “vulva” con, esta vez, una concha marina viene por la semejanza en la forma, bien cóncava, bien convexa –que cada cual elija- de ambas. Se forma así una polisemia. Pero es que otra palabra que se escribe igual, y que no tiene nada que ver en origen con ella, es lo “concho” o “concha”, “del color de las heces de la cerveza”, porque viene, precisamente, del quechua qonchu, heces.
Cuca es una palabra, no solo con solera entre los significados reinados por los bajos instintos, sino, además, con antepasados y parientes en América de la misma ralea. Pero se nos acaba la emisión –por espacio-. Dejamos en el tintero digital, de nuevo, palabras homónimas con explicación, al menos, curiosa, como cabrahigar, cabreo, cabrero, cacao, cachada, cajeta, cala, calabozo, calandria, caleño, calidad, callada, cama, can, cana, cancán, canica, caparra, capón, caramba, cardenal, carpa, casar, cata, cateto, catón, cava, cetrero, checo, chuleta, cigala, clon, cochero, colonia, coronel, corte o culote.
Lo que antes era carta de ajuste, ahora es “teletienda”. A dormir.
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