Es un hecho. Lo que queremos expresar, en muchísimas ocasiones, dista mucho de lo que decimos realmente. “Muchas gracias, bonita”, “me pongo a ello ahora, jefe”, o “¡hay que ver lo que ha cambiado el tiempo!” son más que eufemísticos rodeos para “muy bien, hija repelente de la guarra de la vecina”, “ya lo haré cuando pueda, negrero” o “¡Dios, mío! Otra vez en el ascensor con el vecino del quinto y su mal olor…”.
No conviene que nos hagamos falsos escudos y excusas para nosotros mismos. Insultar por dentro al estúpido del funcionario de turno no es un eufemismo y en este contexto tampoco es un tabú su perfecto calificativo (“inútil”). El eufemismo es un ligero rodeo “ideológico” a lo que queremos decir, conscientes de que lo que rodeamos es, en cierto grado, incorrecto, grosero o incómodo, es decir, una palabra-tabú. Pero dentro de un contexto en el que nos planteamos calificar tan justa -y fuertemente- a alguien, para el caso, da igual decir “usted no es muy listo, ¿verdad?”, que susurrar “usted es tonto, amigo”. A esas alturas no hay tabú ni eufemismo ni nada…
Negando lo contrario de lo que queremos defender, según el DRAE, más que un eufemismo, utilizamos una atenuación –casi sinónimos-, como en “no me parece que su hijo esté muy bien educado, no…”, por “¿por qué no se van usted y su hijo a molestar a su mujer y madre?”. Podemos completar la terna de tímidas figuras: como acabamos de traducir la calificación del maleducado hijo podría ser considerado como un circunloquio. La traducción real literal sería la de “su hijo está muy mal educado”. Con el circunloquio damos de nuevo un rodeo, evitando de cierta forma la confrontación directa, pero con un requisito: de manera especialmente larga –y para ser justos, no tiene porqué ser utilizado específicamente para evitar una palabra o expresión tabú-.
Por si alguien se lo preguntaba, la parte crítica de este artículo comienza ahora: vamos a hacer una doble exaltación del mérito y demérito del eufemismo (con su hermana la atenuación y su primo el circunloquio que, como hemos dicho, de vez en cuando se deja caer también sobre los tabús, para taparlos). Su uso se denigra, básicamente, cuando se utiliza en las formas que explicábamos en el artículo que dedicamos a las expresiones “políticamente correctas” (“de color” por “negro” o “persona bajita” por “enano”). Son usos como el de llamar “invidente” a un “ciego” o “cuerpo” a un “cadáver”; todos están originados por vicios y complejos sociales, de los que el lenguaje y, por él, las generaciones venideras no tienen ninguna culpa y no tendrían por qué pagar.
Por otro lado –de hecho, “el otro lado”- ¿cuántas peleas, riñas, batallas y guerras habrá evitado un buen eufemismo a tiempo?. Si yo le digo a Antoñita “¡anda! qué granito te ha salido en la nariz”, en lugar de “¡qué pedazo de garbanzo melonero tienes en la napia”, puede que Francisquito no se lleve la somanta de bofetadas y una buena bronca.
Claro que no hay que pasarse evitando broncas, milongas y guerras. Molestar está mal cuando la otra parte no nos ha hecho nada y conciliar genial… cuando se puede. Inglaterra, es sabido, resistió de Alemania movimientos y amenazas, informes de inteligencia y desfiles militares, hasta anexiones de territorios, antes de llamar a sir Winston para actuar. En estos días de charla atenuada con asesinos que “nos dan treguas”, conversaciones plagadas de eufemismos con indígenas rancio-comunistas “presidentes” que pretenden llevar a la quiebra a empresas españolas, sus trabajadores bolivianos y a su país –más, si cabe-, conviene recordar las palabras de Churchill, justito antes de la Segunda Guerra Mundial.
Por evitar la guerra habéis perdido el honor; ahora tendréis deshonor y guerra.
No conviene que nos hagamos falsos escudos y excusas para nosotros mismos. Insultar por dentro al estúpido del funcionario de turno no es un eufemismo y en este contexto tampoco es un tabú su perfecto calificativo (“inútil”). El eufemismo es un ligero rodeo “ideológico” a lo que queremos decir, conscientes de que lo que rodeamos es, en cierto grado, incorrecto, grosero o incómodo, es decir, una palabra-tabú. Pero dentro de un contexto en el que nos planteamos calificar tan justa -y fuertemente- a alguien, para el caso, da igual decir “usted no es muy listo, ¿verdad?”, que susurrar “usted es tonto, amigo”. A esas alturas no hay tabú ni eufemismo ni nada…
Negando lo contrario de lo que queremos defender, según el DRAE, más que un eufemismo, utilizamos una atenuación –casi sinónimos-, como en “no me parece que su hijo esté muy bien educado, no…”, por “¿por qué no se van usted y su hijo a molestar a su mujer y madre?”. Podemos completar la terna de tímidas figuras: como acabamos de traducir la calificación del maleducado hijo podría ser considerado como un circunloquio. La traducción real literal sería la de “su hijo está muy mal educado”. Con el circunloquio damos de nuevo un rodeo, evitando de cierta forma la confrontación directa, pero con un requisito: de manera especialmente larga –y para ser justos, no tiene porqué ser utilizado específicamente para evitar una palabra o expresión tabú-.
Por si alguien se lo preguntaba, la parte crítica de este artículo comienza ahora: vamos a hacer una doble exaltación del mérito y demérito del eufemismo (con su hermana la atenuación y su primo el circunloquio que, como hemos dicho, de vez en cuando se deja caer también sobre los tabús, para taparlos). Su uso se denigra, básicamente, cuando se utiliza en las formas que explicábamos en el artículo que dedicamos a las expresiones “políticamente correctas” (“de color” por “negro” o “persona bajita” por “enano”). Son usos como el de llamar “invidente” a un “ciego” o “cuerpo” a un “cadáver”; todos están originados por vicios y complejos sociales, de los que el lenguaje y, por él, las generaciones venideras no tienen ninguna culpa y no tendrían por qué pagar.
Por otro lado –de hecho, “el otro lado”- ¿cuántas peleas, riñas, batallas y guerras habrá evitado un buen eufemismo a tiempo?. Si yo le digo a Antoñita “¡anda! qué granito te ha salido en la nariz”, en lugar de “¡qué pedazo de garbanzo melonero tienes en la napia”, puede que Francisquito no se lleve la somanta de bofetadas y una buena bronca.
Claro que no hay que pasarse evitando broncas, milongas y guerras. Molestar está mal cuando la otra parte no nos ha hecho nada y conciliar genial… cuando se puede. Inglaterra, es sabido, resistió de Alemania movimientos y amenazas, informes de inteligencia y desfiles militares, hasta anexiones de territorios, antes de llamar a sir Winston para actuar. En estos días de charla atenuada con asesinos que “nos dan treguas”, conversaciones plagadas de eufemismos con indígenas rancio-comunistas “presidentes” que pretenden llevar a la quiebra a empresas españolas, sus trabajadores bolivianos y a su país –más, si cabe-, conviene recordar las palabras de Churchill, justito antes de la Segunda Guerra Mundial.
Por evitar la guerra habéis perdido el honor; ahora tendréis deshonor y guerra.
2 comentarios:
Visto así, la lengua es una especie de herramienta cuya función principal no es la de expresar información o sentimientos sino la de establecer lazos duraderos con otros hablantes. Cuando entras en un comercio y sujetas la puerta para dejar pasar a la persona que te sigue, no estás siendo hipócrita. Creo que a veces utilizamos el idioma en este sentido.
Pues probablemente, no todo el mundo es malo... de hecho, seguro que la mayoría "somos" buenos, jeje...
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