Ya dedicamos un pequeño apartado de este rincón de la lengua castellana al somero análisis de algunos de los insultos más graves del español. Entonces, ya advertimos que sabemos de la existencia de diccionarios (o glosarios) completamente dedicados al elevado tema de los agravios y las ofensas; en ellos se puede encontrar de manera extensa, orígenes etimológicos y aun ejemplos de uso, para los más curiosos. Nuestra labor la limitaremos a un intrigado acercamiento: nuestros insultos… tan españoles ellos. En serio: sería estúpido negar la existencia de exabruptos en otros idiomas, pero claro tengo que, mientras un inglés se queda tranquilo -dependiendo de la afrenta anterior- con una respuesta cortante, el español ha de soltar un "¡cabrón!" bien dicho para quedarse a gusto.
No obstante, vamos a ocuparnos hoy de lo que podíamos llamar “insultos menores”; afrentas hoy diarias y banales y que, en otros tiempos, provocaron más de un cruce de espadas y hasta algún muerto. Hoy, en cambio se dicen en los colegios (los calificativos de la anterior entrega -algo más fuertes, si no tuvo la oportunidad de disfrutarlos- también se oyen entre los más jóvenes, pero qué le vamos a hacer). Por ejemplo, tonto. Real Academia y don Joan Corominas coinciden en el origen expresivo del término, es decir, en su génesis espontánea entre el pueblo: un vocablo simple, medio balbuceo, quizá imitando los vanos intentos de comunicación de un pobre desgraciado, así es como se dice que nace “tonto”. En otros idiomas también lo encontramos: en portugués e italiano exactamente igual que en español, “tont” en rumano, “tandi” en húngaro o “tunte” en alemán dialectal. Según Corominas, la repetición de vocal y consonante, refuerza la idea simple y necia, “floja”, como en “bobo”. No hemos podido resistir la tentación de recurrir a Covarrubias y su Tesoro. Y don Sebastián no nos falla:
“El simple, y sin entendimiento, ni razón, pero este no es furioso como el que llamamos loco. Púdose decir de tondo, que como está referido en otro lugar, vale redodo, y vacío, a modo de media naranja, y el tonto tiene vacía la cabeza, por carecer de entendimiento, el cual en él, es redondo, en oposición de los que tienen buen entendimiento, que llamamos agudos.”
No le falta mérito. Es cierto que ese tipo de retorcidas metonimias que refiere Covarrubias, o tropos que se parezcan, se dan (y mucho) en la formación de palabras en español, pero esta vez, como se dice en el castellano actual, “va a ser que no”, admiradísimo don Sebastián. Pero Covarrubias siempre nos provoca un pensamiento: ora admiración, ora risa, ora sospecha: en la última parte de la definición de “tonto”, el licenciado suelta una referencia al latino “atonitus” (obvio antepasado de nuestro "atónito"). Se me hace muy cuesta arriba creer que Corominas no llegase ni a sospechar, siquiera, la relación de un evolucionado “tonitus” con nuestro “tonto”. ¿Lo sospecharía y lo desechó?.
La falta de inocencia y la inmediatez de nuestros días y sus personas hacen que el tipo de insultos que tratamos hoy suenen rancios, débiles, de cierto uso propio de mojigato. Triste situación, pero a él vamos, al “mojigato”. Se sorprenderían si conociesen los datos de entradas a esta web que acceden buscando en Google cosas como “significado de mojigata” o “mojigata definición”. ¿Alguna pobre chica que niega lo que le apetece negar y recibe ese saludo de un poco caballeroso raquero y entra después en Internet para saber lo que le han llamado?. Pues ya puedes mandarle a freir espárragos, guapa. Las fuentes filológicas vuelven a coincidir: el nombre “familiar” que en ciertos lugares se le da al gato (“mojo”) es el origen de la primera parte de este vocablo compuesto. La conjunción que da como resultado la palabra "mojigato" da la idea de alguien apocado, retraído, que esconde meditadas y astutas intenciones. Esa es, palabra más, palabra menos, el sentido de la primera definición del DRAE. La segunda quita las intenciones aviesas y escondidas y nos deja sólo (que no "solo", pobrecito) a un individuo algo inocentón e impresionable. Por cierto, chica-Google: el de las intenciones aviesas de verdad es el raquero, tú tranquila. Pero ahora busca “aviesa significado”, anda.
La modernidad trae cosas buenas y malas cosas. Ciertamente es una lástima que el desgaste natural de las palabras por su uso, unido a la agresividad que invade las ámbitos de nuestra vida (moderna) haya operado ese siniestro hecho que avanzaba antes: un buen “mentecato” de hace dos siglos era como un “hijo de puta” de ahora. Imaginen lo que suponía un “hideputa” mal soltado en el XVII… no creo que tengamos equivalente hoy en día… esa es la pena, ¡hombre!. Documentado a partir de 1570, en el Vocabulario de las lenguas toscana y castellana de Cristóbal de las Casas, proviene clarísimamente de mentecapto y éste de mente captus, que Corominas traduce propiamente por “cogido de la mente”, y por sentido “que no tiene toda la razón”. Podríamos ver otro origen en otro sentido de captus ¿algo rebuscado?: proviene del verbo capio, que es “coger”, “tomar”, “apoderarse”, etc. pero también, en campaña, “arrebatar”, “conquistar” y “capturar” (verbo castellano este último que desciende directamente de capio). Así las cosas, y arriesgándome a honrarme pareciéndome a don Sebastián de Covarrubias en alguna de sus etimologías, podemos ver al “mentecapto” como alguien a quien la mente le ha sido arrebatada, capturada. En palabras de 1611, en el Tesoro de la lengua castellana:
“Falto de juicio, del Latino mente captus”.
¿Vale? Vale.
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