Ya desde los principios de la República, los días en el calendario eran marcados en “fastos” (fastus) y “no fastos” (ne fastus). Sólo los días fastos eran apropiados para la actividad humana, sobre todo la relacionada con los procedimientos públicos (jurídico-políticos). Los días eran marcados fastos o nefastos por la tradición, la ley divina y los augures; obviamente, si un día en particular quería convertirse en “nefasto” para los romanos de ahí en adelante, no tenía más que propiciar una gran derrota militar o la muerte repentina de una gran figura pública. Además de esto, había días “mixtos” que podían ser de una u otra condición o de una, hasta que se realizara un determinado rito, que pasaría a ser de la otra (dies endotercisi y fissi). Las civilizaciones del Mediterráneo siempre fueron propensas a la marca en el calendario de días especiales, llámense de inactividad, descanso o fiesta… Recordemos, por ejemplo, el Sabbat judío o las Carneias, que impidieron a los espartanos acudir a la batalla de Maratón o bloquear efectivamente las Termópilas. El problema es que, los romanos, apoyados en sus esclavos, tenían muchísimos días de fiesta. Las fiestas no eran lo mismo que los días nefastos, sino que podían declararse por victorias militares o en honor a una divinidad. La inauguración del Coliseo de Roma, en el año 80, por ejemplo, duró 100 días, con la muerte de su inspirador, Vespasiano aún fresca en la mente del pueblo.No cabe ninguna duda de que esas festividades y señalamientos de días, pasados por el tamiz cristiano, configuraron nuestras fiestas actuales y nuestra cultura de la fiesta. Y es que eso –en eso y en todo lo demás- somos: Roma y cruz. La evolución de la Historia y la llegada del Capitalismo se encargaron de reducir esos monstruosos (por largos) días de inactividad en el calendario, dejando los “puentes” españoles (“día o serie de días que entre dos festivos o sumándose a uno festivo se aprovechan para vacación”) en un fósil viviente, resto de una vida ancestral, nuestra y anterior menos ajetreada, además de una preciosa metáfora.
Al castellano, “fasto” pasó como componente del campo semántico de la fiesta, la celebración o la felicidad. Los fasti eran la conjunción y anales de los días del año en los que había ocurrido algo reseñable, normalmente celebrado como día “fasto”; de ahí, en el siglo XVIII recogemos por primera vez la voz “fastos”, hoy sinónimo de “fiestas”, “celebraciones”. Hasta hace poco –está en franco desuso- la expresión “por fas o por nefas” (con significado “de cualquier modo”) era una imitación vulgar del latino original “fas atque nefas” (“lo lícito y lo ilícito”). Además, uno de los dos vocablos “fausto” existentes hoy en el castellano del DRAE, fue por contaminación de “fasto”, tiene el significado de “gran ornato y pompa exterior, lujo extraordinario”; el otro proviene de “faustus” (simplemente “feliz, afortunado”, como vemos con relación etimológica en origen con “fastus”).
¡Fasto día, amigos!.
mando y, disfrutando de la gloria bélica –que sus contemporáneos y las circunstancias le otorgarían 3 años después de tener lugar la guerra- se construyó un suntuoso complejo en las inmediaciones del monte Pincio, ya en Roma. Algunos historiadores compararían la opulencia de su villa con la posterior Domus Aurea de Nerón. Parte de las ocasiones que se le ofrecieron para el éxito se las debió a destacarse y darse a conocer siendo el único oficial que apoyó a Lucio Cornelio Sila –cuyo busto podemos ver en la foto de la izquierda- en su marcha sobre Roma (87 AC). Éste le devolvería sus servicios varias veces, en forma de nombramientos y favores.
“Los días en que mi amigo no tiene convidados se contenta con una mesa baja, poco más que banqueta de zapatero, porque él y su mujer, como dice, ¿para qué quieren más? Desde la tal mesita, y como se sube el agua del pozo, hace subir la comida hasta la boca, adonde llega goteando después de una larga travesía; porque pensar que estas gentes han de tener una mesa regular, y estar cómodos todos los días del año, es pensar en lo escusado. Ya se concibe, pues, que la instalación de una gran mesa de convite era un acontecimiento en aquella casa; así que, se había creído capaz de contener catorce personas que éramos una mesa donde apenas podrían comer ocho cómodamente. Hubimos de sentarnos de medio lado como quien va a arrimar el hombro a la comida, y entablaron los codos de los convidados íntimas relaciones entre sí con la más fraternal inteligencia del mundo”
de leer y olvide lo de antes!. ¡Ególatra!,¡avaro!, el tema de este escrito sólo se defiende si uno se descuida, si uno no ha aprendido a –como se suele decir- “quererse”… Lúculo acabó su feliz última década por, según cuenta la leyenda, una “sobredosis” de un filtro amoroso que le dio un criado, por nombre Calístenes. En España fue conocido gracias a fray Antonio de Guevara (1480-1545) natural de Treceño, actual Cantabria, franciscano y uno de los escritores renacentistas de mayor éxito europeo –ya saben que su falta de fama sólo se debe a un mal: su cuna-. Fray Antonio incluyó en el capítulo XVII de su “Menosprecio de corte y alabanza de aldea” (1539 y ¡ojo! traducido en los años siguientes al inglés, francés, italiano y alemán) estas palabras sobre Lúculo:
Quiero acabar con una cita del máximo valedor de Lucio Licinio Lúculo, el romano que, a través del túnel de la Historia nos mira para que nos cuidemos de la ruindad y la falta de mimo propio: Plutarco de Beocia y sus “Vidas paralelas”. Allí, la fuente original de la biografía primitiva de nuestro protagonista, al margen de explicar la vida completa de Lúculo –comparándola con la de Cimón de Atenas-, Plutarco justo al terminar de contar la anécdota-tema de nuestro escrito, (atención a los amigos que se gastaba Lucio Licinio) añade esto…
Acerquémonos un poco más…
Y algo más…
Está claro. A escala global, los expertos en “marketing” (o “mercadotecnia”, es que… ¿sabe usted?, lo inventaron ellos) de la marca McDonald´s no han creído necesario traducir al castellano el eslogan que usan en todo el mundo. Está en inglés (usado en los países del dominio lingüístico propio y en los que no tienen traducción), en francés, alemán, e idiomas con alfabeto propio (como griego, ruso, chino o árabe)… pero en España e Hispanoamérica… no está en español.
Al rollo: cuando la opción que el programa trae activada de fábrica entra en funcionamiento, lo que hace es, automáticamente, subrayar en rojo las palabras que no cree correctas, cuando no, unos y ceros plenos de seguridad en sí mismos, te cambian el vocablo directamente sin más. Eso está muy bien cuando se nos desliza, escribiendo, una “