Me encontraba hace poco admirando el magistral “Joven mendigo” de Murillo (a través del ordenador, no “en vivo”) y me cuestionaba sobre la escena en sí. Parece que el personaje se encuentra acaso limpiándose tras comer las pequeñas piezas de lo que parece marisco (a su izquierda), seguramente antes incluidas en la cesta con fruta a su derecha (¿recién robada?). Pensando, me dio por imaginar que el gesto de arrugar los restos del cuello de la ropa blanca, tan jironada como el resto de su traje, con la mirada gacha y el ceño fruncido podían dejar entrever, en lugar del terrenal gesto de limpiarse las manos, un espiritual rasgo de arrepentimiento, de vergüenza, por el robo, por la vida, tras cubrir la necesidad básica del alimento. Ya estaba: ya tenía artículo para ECA esta semana.
En lo hondo, lo bajo, lo que generalmente consideramos “despreciable”, se halla lo necesario al mismo nivel que en las alturas. Así, las palabras que designan lo “prescindible” y “rastrero” son igual de necesarias, para la comunicación y las relaciones, que las que llaman a lo elevado y trascendental. Su espacio es igual de valioso en el diccionario y su historia, muchas veces, igual o más curiosa. El término “pacotilla”, por ejemplo. Sabemos que algo “de pacotilla” es algo insustancial, poco valioso o que, incluso, puede ser una falsificación de algo de mayor valor. Tiene origen en “paca” (del francés antiguo “pacque”), que era un fardo o lío de hierbas, paja, etc. y de ella derivan “paquete”, “empacar” y demás. Pues bien, el diminutivo “pacotilla” es (según el DRAE) la “porción de géneros que los marineros u oficiales de un barco pueden embarcar por su cuenta libres de flete”. De ahí a generalizar a cualquier cosa de poco valor o insulsa, sólo un paso.
En lo hondo, lo bajo, lo que generalmente consideramos “despreciable”, se halla lo necesario al mismo nivel que en las alturas. Así, las palabras que designan lo “prescindible” y “rastrero” son igual de necesarias, para la comunicación y las relaciones, que las que llaman a lo elevado y trascendental. Su espacio es igual de valioso en el diccionario y su historia, muchas veces, igual o más curiosa. El término “pacotilla”, por ejemplo. Sabemos que algo “de pacotilla” es algo insustancial, poco valioso o que, incluso, puede ser una falsificación de algo de mayor valor. Tiene origen en “paca” (del francés antiguo “pacque”), que era un fardo o lío de hierbas, paja, etc. y de ella derivan “paquete”, “empacar” y demás. Pues bien, el diminutivo “pacotilla” es (según el DRAE) la “porción de géneros que los marineros u oficiales de un barco pueden embarcar por su cuenta libres de flete”. De ahí a generalizar a cualquier cosa de poco valor o insulsa, sólo un paso.
Significado análogo el de la “morralla”. Es (según el María Moliner) “conjunto de cosas sin valor. Por ejemplo, lo que queda de cualquier cosa o mercancía después de haber elegido lo mejor de ella. También, boliche: pescado menudo en el que hay distintas clases revueltas”. Lo que nos devuelve de nuevo a la mar, su importancia en el léxico español (no podía ser de otra forma) y a un significado –el de la variedad de pescados pequeños y de poco valor- que tiene unas cuantas palabras en nuestro idioma para designarlo. Sin embargo “morralla” tiene más que ver, etimológicamente, con la tierra y la ganadería. Viene de “morro”, una de las partes menos usadas y más despreciadas de los bóvidos, caprinos y porcinos (incluso de los porcinos, sí, aún cuando “del cerdo se aproveche todo”). La conjunción de ese “morro” con el viejo sufijo latino “-alia” y su descendiente “-alla”, que da idea de conjunto y reunión, hace el resto.
Bien en tierra, el equivalente industrial más claro de “morralla” es “quincalla”, con idéntico significado metafórico, pero en un sentido literal más metálico (es el “conjunto de objetos de metal, generalmente de escaso valor, como tijeras, dedales, imitaciones de joyas, etc”). Un galicismo más (de “quincaille”), es fácil ver cómo el sustantivo francés se formó igual que nuestra “morralla”, con la versión gala de “-alia” y “quinquet”, nombre genérico de las lámparas de aceite que diseñó Antoine Quinquet. En español un quinqué sigue siendo una lámpara de aceite o petróleo (algo en desuso).
Hay más palabras que designan conjuntos de cosas supuestamente de poco valor, como “chuchería”. El común de hoy acordará que el significado principal de la palabra es el de "golosina o alimento basado en el azúcar, consumido especialmente por los niños". Sin embargo ese es un significante derivado de esa idea que perseguimos de reunión de baratijas, pequeñeces y menudencias triviales. Es derivado de “chocho”, en su significado primigenio, “altramuz” (del latín vía mozárabe), que por su forma, varió hasta designar, vulgarmente, a la vulva, el órgano reproductor femenino (en fenómeno similar al de “conejo”).
De ahí sale todo. ¿Es importante lo bajo y, en principio despreciable, o no? Y si no, que se lo digan a los franceses, que tienen al joven mendigo de Murillo… en el Louvre...
Con obviedad, nadie puede pretender que los nombres y apellidos no sean palabras y aún más ruin sería convertirnos en anglosajones, cuya laxitud a la hora de delimitar gráficamente el sonido de sus vocablos les hace solicitar un deletreo cada vez que oyen un nombre propio o de familia que no les suena. La verdad es que en ambos casos (acentos y reglas para todos), la RAE se ha visto obligada a hacer expresa la cotidianeidad de mayúsculas y nombres propios, lo que da una idea de la considerable extensión del mito… Caso aparte, cierto es, suponen los nombres propios, en tanto en cuanto nadie puede inmiscuirse en cómo queremos llamar a un personaje de ficción o a nuestro hijo. En román paladino, la palabra descendiente de la “laetitia” latina (“alegría”) habría de ser “leticia”, pero a los padres de la futura reina de España les gustaba el toque distintivo de la zeta… Cada uno es cada uno, pero es como llamar "Alverto" a alguien. ¿Se puede? Sí. ¿Es raro? También…
El otro día en la radio teníamos al actual entrenador del Racing de Santander, Miguel Ángel Portugal. Es época de promociones y salvaciones futbolísticas y las noticias o rumores sobre las primas a terceros están a la orden del día. En un momento, una pregunta muy concreta sobre la existencia o falta de dinero escondido de otros clubes en el vestuario del equipo cántabro al técnico por parte del director del programa, Walter García… uno esperaba la respuesta de siempre… “no, eso no sucede, somos profesionales…”. Pero Portugal respondió esto:
“Decimoséptima letra de nuestro alfabeto, la qual es un carácter á que se ha atribuido en castellano el particular sonido que se percibe en las voces maña, niñez, pañito, mañoso. Los italianos y franceses tienen esta pronunciación y la explican con la gn, y nosotros en alguna voces convertimos la gn del origen en ñ; y así de ignorare latino se dixo en lo antiguo iñorar, iñorante, y hoy decimos tamaño, que viene de tam magnus, y leño de lignum.
La historia de la anécdota nos deja perlas riquísimas en cuanto al uso del lenguaje en situaciones delicadas y contextos cultos. Émile Littré fue un político y lexicólogo francés del siglo XIX. Se encontraba cierto día impropiamente encamado con su criada, cuando su esposa entró en la habitación. En el proceso judicial de divorcio, parece que la risa estalló cuando el propio Littré (creador del afamado “diccionario Littré” francés) con frialdad decimonónica, relató el diálogo que tuvo lugar, comenzado por su mujer:
Y es que, en efecto, “sorprendido” fue. La corrección en el habla en momentos de crisis demuestra un dominio importante del idioma o un culto mecanismo de defensa/respuesta… o las dos cosas. En nuestro país e idioma es conocida la respuesta de Camilo José Cela, en su época de senador, cuando un colega de cámara le recriminó por estar amodorrado en su escaño…