Por el principio: la RAE llama –y reconoce- “plural de modestia” al “plural del pronombre personal de primera persona, o de la flexión verbal correspondiente, empleado en vez del singular cuando alguien quiere no darse importancia”. Esto es, decir “hemos descubierto la vacuna antirrábica perruna”, cuando no tienes ningún equipo detrás y te has cargado ya a todos los perros con los que has experimentado (como para compartir gloria ahora con ellos…), o hablar así cuando eres piloto profesional de avioneta: “intentaremos que su vuelo sea lo más plácido posible”. Ni ese señor se cree sobrecargo, aunque sea el único de la tripulación, ni tiene un problema de personalidad múltiple. Usa el plural de modestia, voy a explicarlo.
Hay mucha gente que desprecia su uso, pues lo relaciona con el antiquísimo plural mayestático, el que usaban –y usan- reyes y gobernantes. En la forma, son idénticos, ambos usan la primera persona del plural de los verbos, con una salvedad –que haré también a la RAE-: es el mayestático el que gusta de los pronombres correspondientes (de primera del plural, claro). Además, no sólo pronombres y verbos pueden gozar de ese uso especial: adjetivos y demás palabras flexibles
pueden pluralizarse, para adaptarse. Pondré ejemplos. Sería Nerón el que diría: “Nosotros no quemamos nada de nada”, mientras que aquel que se quiere quitar importancia, pasaría del pronombre (“nosotros”) y usaría el verbo: “hicimos lo que cualquiera hubiese hecho en nuestra situación”. Así, el 18 de mayo de 1387 decía Juan I: “Nos El Rey de Castiella, de Leon e de Portogal, por faser bien e merçed a vos la vniuersidat del nuestro estudio de Salamanca, tenemos por bien e es nuestra merced…”. Más mayestático imposible. Por el contrario, en el ámbito académico es habitual el plural de modestia, como en el estudio de la doctora Victoria Wurcel sobre el tratamiento con Acarbosa en intolerantes a la glucosa: “Debido a los escasos pacientes que fallecieron en este estudio, suponemos que el poder no fue suficiente para detectar diferencias en mortalidad…”.Hay quien piensa que quien usa el plural de modestia, está usando en realidad el mayestático, y claro, los aires de grandeza no están bien vistos. No es así. Además, no hay que confundir el uso moderado del plural de modestia con el enfermizo de referirse a uno mismo en tercera persona, como cuando Zaira dice: “a Zaira no le gustan las patatas”. Ese uso sí que puede revelar algún problema de corte psicológico y suele ser rechazado socialmente (tanto que a veces me dan ganas de meterle a Zaira una bolsa entera por la boca para que se calle).
No suele tener problemas, pero el plural sociativo es uno más de esta terna de irregulares. A mí me gusta particularmente y no tenemos por qué estar en el pellejo de la persona con la que hablamos por identificarnos y acercarnos a ella preguntando “¿Qué tal estamos?” o “¿Y qué, pescamos algo o no?”. Si no damos con un picajoso, es buena forma de empezar a hacer amigos… ¡el nombre le va al pelo!.
Volviendo a nuestro tema, desde estas páginas, yo mismo he utilizado en muchas ocasiones el plural de modestia, y lo uso de continuo en mis escritos. Mi razón, como la de todo el que lo use de manera cabal es simple: en muchas ocasiones el “yo”, junto con sus flexiones verbales, suena demasiado fuerte, demasiado rimbombante, muy protagonista. Creo del todo legítima la intención de tratar de esconderse un poco, cuando se busca no destacar, o al menos no poner al “yo” permanentemente en el candelero. Si ha reconocido más usos del plural verbal del que ya sabía, enhorabuena, bienvenido al pluralismo, el “sistema por el cual se acepta o reconoce la pluralidad de doctrinas o posiciones”. Por cierto, ¿de verdad no le ha chirriado nunca la primera persona del singular en todo este escrito? A mí sí…
La idea es que si demandan a la empresa por resbalar y romperse el coxis, ésta puede alegar que lo advirtió suficiente y responsablemente mediante la señal. Como las direcciones de Internet en los anuncios de empresas, como aquellos raros artículos solo vistos antes en los supermercados americanos, como los personajes famosos “domésticos” de los Estados Unidos antes sólo conocidos allí… esas advertencias amarillas para evitar demandas han llegado a España. Conocedor de nuestra cultura, uno pensaría que la fuerza de intentar evitar las demandas se equipara con la preocupación por quien pasa por el suelo que la empresa está limpiando. Quien crea que el modo de pensar anglosajón se impone y que aquí sólo hay una cuestión práctica, y no moral, por intentar evitar demandas, que siga leyendo.